Castilla verde
En Arag¨®n llaman a estas lluvias primaverales que apagan la sed persistente de aquellas tierras el agua verde, porque transmutan milagrosamente, en pocas horas, el apagado cromatismo del secarral.Madrid celebraba anta?o el agua de mayo del refranero con la romer¨ªa de Santiago el Verde. Hoy es un placer visual recorrer los campos de la meseta norte, convertidos en la Castilla verde que rectifica los castizos adjetivos que la acompa?an en las p¨¢ginas de Unamuno, de Baroja, de Azor¨ªn o de Macha do. Lo que se llama en nuestros escritores del 98 "¨¢rida llanura, triste y melanc¨®lica", "ardorosa y calcinada", nos ofrece en estas semanas un panorama risue?o de colorido prometedor. Un oc¨¦ano verde y ondulante de trigales crecidos, de cebadas y alfalfas, con un alto y desbordante fest¨®n, de hierbas escoltando los caminos y el contorno de los predios. Las carrascas oscuras alternan con las pinceladas amarillas de las matas de aulagas y el puntillismo impresionista de las amapolas. Hasta la cima calva de los alcores parece alcanzada por el verdor de los chaparrales. ?Cu¨¢ntos ver des diversos en la Castilla ver de! Desde el cobalto hasta la es meralda, desde la encina severa hasta el frescor alegre de los ¨¢lamos tembladores.
?sta es otra Castilla, menos conocida: ?no es el paisaje de Castilla una versi¨®n inventada por los que lo describieron, como explicaba Pedro La¨ªn? No hay paisaje sin historia. Es el paisaje un estado an¨ªmico. La mirada del hombre y su contemplaci¨®n evocan un escenario, y sobre el tablado aparecen los personajes. Las naciones viejas, como lo son las de Europa, se apoyan en un l¨¦gamo de sedimentos superpuestos. Yacen bajo nuestro suelo actual los niveles sucesivos de culturas, civilizaciones, razas y pueblos. Los paisajes sin historia tienen algo de g¨¦lido y de fen¨®meno puramente geol¨®gico. En el continente americano se visitan muchos de estos cataclismos prehist¨®ricos con la sensaci¨®n de que todav¨ªa no se ha terminado all¨ª el modelado definitivo hecho por la mano del Creador. En el viejo mundo, los episodios acaecidos a lo largo del itinerario de la especie humana se reflejan en recuerdos y memorias que se acumulan en la conciencia nacional.
Mi vagabundeo dominical me llev¨® a escudri?ar rincones del ayer. Quise, al contemplar la Castilla verde, entrar por los senderos del pasado en la inmensa riqueza atesorada en la llanura castellana. Nos acercamos en primer lugar a San Rom¨¢n de Hornija, junto a la confluencia con el Duero, en donde apenas quedan vestigios del que debi¨® ser grande cenobio cristiano del reino visig¨®tico. Dentro de la imprecisi¨®n de datos y fechas de aquel per¨ªodo, ti¨¦nese por cierto que en la iglesia se conservan en un sepulcro -cementado y desfigurado- los restos de Chindasvinto y de su esposa la reina Reciberga. Bajo una l¨¢pida latina que confirma la noticia yacen en completa insignificancia externa los despojos del irascible y anciano monarca que eligi¨® -dicen- este rinc¨®n de la cuenca del Duero como lugar del reposo definitivo.
Las gentes de la comarca le llaman todav¨ªa el rey Chindo, que era su otro nombre. Una amable feligresa nos explic¨® que hace unos a?os se abri¨® la tumba y se comprob¨® que los osamentos pertenec¨ªan a una mujer joven y a un hombre de mucha edad que ten¨ªa un esqueleto deformado de jinete perenne. ?Ser¨ªa aquel rey germ¨¢nico, como Atila, un perpetuo monarca a caballo en la revuelta e ind¨®mita Hispania de su tiempo?
A pocas leguas se encuentra Wamba, peque?a ciudad bien cuidada y restaurada, donde quiz¨¢ estuviera antes emplazada, g¨¦rticos, topon¨ªmico hoy desaparecido que era la granja de reposo de Recesvinto y el lugar donde muri¨®. ?Fue aqu¨ª tambi¨¦n donde el viejo caudillo acept¨®, bajo amenazas de muerte, dejar el tranquilo retiro para ce?ir la sangrienta corona vacante? ?Y quiz¨¢ aqu¨ª donde volvi¨®, cuando despert¨® tonsurado por sus enemigos y convertido en cl¨¦rigo y por consiguiente incompatible con el trono? Los restos de Recesvinto se enterraron en esta iglesia hasta que fueron trasladados al Alc¨¢zar de Toledo. La serora o sacristana nos subraya la importancia del pante¨®n y los inequ¨ªvocos signos her¨¢ldicos que confirman su anterior contenido. El templo primitivo de Wamba tiene algo de misterioso, como asimismo el adjunto claustro y el sigilado osario. Donde hubo templarios existen casi siempre elementos esot¨¦ricos en su ¨¢mbito. Wamba, que dio nombre al lugar, el rey a la fuerza, con su horror al poder, goza de un renombre de simpat¨ªa popular que llega hasta nuestros d¨ªas, quiz¨¢ como rechazo a quienes con excesivo ah¨ªnco se aferran a ¨¦l antes de abandonarlo.El drama comunero
Seguimos el divagante itinerario. El sol luce ahora con fuerza entre las altas nubes y perfila el airoso cuerpo defensivo del castillo de Torrelobat¨®n. En un breve tri¨¢ngulo formado por Tordesillas, Mota del Marqu¨¦s y Medina de Rioseco se sit¨²an los escenarios del drama irresuelto de los comuneros. Para m¨ª lo m¨¢s enigm¨¢tico del tremendo episodio son las entrevistas que sostienen los hombres de la Santa Junta con la reina enajenada. Es cierto que simpatizaba do?a Juana con su causa y que la apoy¨® p¨²blicamente. ?No se enter¨® bien de lo que ocurr¨ªa? ?O acaso no se hallaba tan perdida de juicio como se afirmaba? Andr¨¦s el Navagero, embajador viajero y curioso, describe as¨ª la situaci¨®n: "Tordesillas es el lugar donde el c¨¦sar tiene a la madre guardada por el marqu¨¦s de Denia".
La historia la escriben los vencedores. En esta ocasi¨®n, los imperiales. Mientras Padilla, conquistador de Torrelobat¨®n, acamp¨® all¨ª con sus huestes victoriosas durmi¨¦ndose sobre los laureles, los leales al emperador convocaban las mejores lanzas disponibles y se apoyaban en la fidelidad de Medina de Rioseco, el feudo de los almirantes. En Villalar, bajo la lluvia, se decidi¨® esa hist¨®rica controveresia. Pero el c¨¦sar germano dej¨® en estos parajes otro rastro de su personalidad, al instalar a su hijo natural, don Juan de Austria, en la mansi¨®n de la familia de su mayordomo Luis Quijada, en Villagarc¨ªa de Campos.
Un poco m¨¢s all¨¢ se halla San Cebri¨¢n de Mazote, con su iglesia visig¨®tica y en cuyo real convento de dominicas -hoy convertido en panera- vivi¨® tres a?os la bella frau B¨¢rbara de Blomberg, que en Ratisbona, ciudad predilecta del c¨¦sar, holg¨® en algunas jornadas de reposo amatorio con el vencedor de M¨¹hlberg. Y a¨²n quedan por all¨ª otros lugares que evocan al apuesto y rubio garz¨®n que se entrevist¨® con su medio hermano, el rey Felipe, en un rinc¨®n de los montes Torozos, fronteros al monasterio bernardo de la Santa Espina, hoy centro de formaci¨®n profesional agraria amorosamente cuidado por la orden las alliana.
?Qu¨¦ se dir¨ªan el monarca cauteloso y sedentario y el mozo arrogante y sediento de aventuras? Le dio el rey Felipe a don Juan casa, servidumbre y mandos militares. Pero nunca le concedi¨®, en cambio, el tratamiento de alteza ni el derecho al palio. ?Recelaba el rey sombr¨ªo del tudesco, hijo del amor?
Al pasar por Medina de Rioseco no resisto a la tentaci¨®n de mostrar a mi acompa?ante la que Eugenio d'Ors llam¨® "la capilla Sixtina de Castilla", el fant¨¢stico pante¨®n de los Benavente en Santa Mar¨ªa de Mediavilla. La fuerza expresiva, la riqueza inusitada, el contraste de los estilos, la acumulaci¨®n de los diversos artistas crea un clima de asombro en el que visita la capilla por primera vez. Ponz la llama "conjunto de caprichos espiritosos e ideas que aunque a primera vista causan confusi¨®n, cada cosa de por s¨ª es digna de mucho aprecio". A m¨ª me impresiona, m¨¢s que la apoteosis de las formas, la exhibici¨®n dogm¨¢tica de los temas.
?D¨®nde encontrar un retablo en que Ad¨¢n y Eva desnudos escuchan abrumados la sentencia condenatoria del ¨¢ngel que les expulsa del para¨ªso, mientras les espera la muerte, que apoya en la pelvis de su esqueleto, chulescamente, una guitarra que rasguea para acompa?arlos con m¨²sica? ?Qu¨¦ melod¨ªa tocar¨ªa la dama fatal e inevitable? Pienso que acaso fuera una mazurca para estos dos -futuros- muertos.
Todav¨ªa es de d¨ªa y queremos asomarnos, en despedida, a los campos g¨®ticos, a la tierra de Campos. ?Qu¨¦ mejor atalaya que el castillo de Montealegre, erguido sobre el borde de la meseta, mirando a la llanura? Aqu¨ª subi¨® Azor¨ªn a extasiarse de Castilla: "Castillo en tierra de Valladolid. Desde sus murallas derruidas, uno de los mas soberbios panoramas de Espa?a. La llamada tierra de Campos y las remotas monta?as de Le¨®n... Voluptuosidad de respirar Castilla a plenos pulmones; voluptuosidad intensa de recibir Castilla en toda la sensibilidad. El aire, el color y la vastedad del horizonte. Y recordar, aqu¨ª, en la brecha de este murall¨®n... tantas cosas de los poetas y de los conquistadores...".
Jorge Guill¨¦n dej¨® en los muros de la fortaleza un bello testimonio de su cristalino verbo po¨¦tico: "El castillo divisa la llanura, / tierra de campos infinitamente. / Todo en su desnudez as¨ª perdura". Pero este paisaje intenso y extenso que ahora divisamos es un interminable conjunto de cimbreantes planicies verdes.
?No ser¨ªa distinto nuestro car¨¢cter nacional si las mesetas centrales de la pen¨ªnsula fueran parte de la Espa?a h¨²meda, de una Espa?a, ya que no llovida por el azar climatol¨®gico de una buena primavera, regada sistem¨¢ticamente por la mano y la industria del hombre? ?Ser¨ªa ello posible? El balance h¨ªdrico de nuestro pa¨ªs, el equilibrio hidr¨¢ulico logrado en un largo y costoso empe?o, ?no es suficiente y esperanzador, seg¨²n explicaba en estas p¨¢ginas hace unas semanas la pluma l¨²cida de Juan Benet?
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