El intelectual, en la encrucijada
A veces, cuando se habla un poco ret¨®ricamente del intelectual, se le contrapone, sin gran raz¨®n a mi juicio, al conformista, al burgu¨¦s, si es que puede a¨²n utilizarse esta vieja arma de la panoplia de la lucha de clases. En realidad, se trata de dos mundos no necesariamente antag¨®nicos, sino, m¨¢s bien, divergentes. Esto no obsta para que, aparentemente, el intelectual ofrezca un cierto distanciamiento de la masa. La imagen de la torre de marfil es un buen hallazgo metaf¨®rico, pero no una exacta relidad. El intelectual puede, en efecto, parecer alejado de la gente que le rodea, pero esto no impide -y Ortega fue un viviente paradigma- que sea precisamente el ser humano leitmotiv de su discurso. Por el otro lado, no es precisamente esa masa silenciosa -o silenciada- la que habla peyorativamente del intelectual. El rechazo suele venir de sectores cuya emergencia de estos estratos masificados se produce, mal que bien, gracias a una cierta situaci¨®n econ¨®mica y a laYosesi¨®n de una seudocultura. ?stos son los que al referirse al hombre del pensamiento le llaman high-brow, o m¨¢s despectivamente a¨²n, como en Estados Unidos, egg-head.
. De un modo u otro, lo cierto es que el intelectual es un hombre que usa su intelecto, o sea que piensa. C¨®mo pueda asimilar e interpretar la creciente irracionalidad del mundo que le rodea es s¨®lo cuesti¨®n de valor personal y de fortaleza. El intelectual, como dice Barbusse, "ve demasiado hondo y demasiado, y lo que ve es, sencillamente, el caos". Y ciertamente, la conformidad del mundo que le rodea no le aporta ning¨²n lenitivo a su desesperaci¨®n. Pues la ma?ana bulle de esos aireados burgueses que se alimentan de anuncios y consignas, que lamentan m¨¢s una huelga de transportes que los genocidios asi¨¢ticos o africanos y que s¨®lo se conmueven si el muerto se lo encuentran en la mesa, entre los hors doeuvres y el pescado. Todos estos ciudadanos est¨¢n enjaulados, pero no se dan cuenta. El intelectual, en cambio, s¨ª se da cuenta, y por eso se rebela. Unos se desangran batiendo las alas contra sus barrotes, como Hemingway, Larra, Ganivet, Maiakovski o Stefan Zweig, y otros se refugian en el absurdo, o en la nada, o en la locura. Kafka se evade de un mundo insoportable refugi¨¢ndose en la irrealidad. Uno puede despertar convertido en un insecto o ser procesado hasta la destrucci¨®n por superiores instancias desconocidas. Mersault, el protagonista de la obra de Camus El extranjero, se engolfa en un abismo de indiferencia; ya nada tiene que decir a los otros hombres. Cuando se le pregunta por su madre, contesta: "Muri¨® hoy, o acaso ayer. No lo s¨¦ con seguridad". Es el hombre que abdica de una raz¨®n que en un mundo demente s¨®lo lleva a un callej¨®n sin salida. Si hay alg¨²n camino, ya no estar¨¢ en el pensar, sino en el vivir, en el sentir, y as¨ª nos encontraremos en el umbral de la inquietante vivienda de Sartre: el existencialismo.
Otros h¨¦roes de ficci¨®n, como los de Baroja, pretenden aturdirse en la acci¨®n, volar como fieras ¨¢guilas, pero llevan plomo en las alas. Baroja sit¨²a como ideal de sus personajes la acci¨®n, precisamente porque ¨¦l fue un hombre reflexivo y tranquilo. Les leg¨® no lo que ¨¦l era, sino lo que hubiera querido ser. Por ello, estos h¨¦roes son lamentables, y su escasa voluntad de acci¨®n se disuelve en la vulgaridad y en la abulia. Sus opiniones respecto al mundo y a la vida son tristes, desesperanzadas. En El mundo es ans¨ª dice Sacha: "La vida es esto: crueldad, ingratitud, inconsciencia, desd¨¦n de la fuerza por la debilidad, y as¨ª somos todos". Y Andr¨¦s hurtado, en El ¨¢rbol de la ciencia,
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opina que la vida en general, y en especial la suya, le parec¨ªa una cosa fea, sucia e indominable. No son estas palabras las de un condottiero, de un hombre de fortuna o de un conquistador. Precisamente, los personajes barojianos no poseen la dura m¨¢quina del hombre de acci¨®n, sino la sensibilidad del intelectual. No son aptos para desenvolverse en esta dura sociedad de moral petrificada, defendida por la fuerza, envilecida por una moral del ¨¦xito, en la que no puede vencer el m¨¢s noble, el m¨¢s bondadoso, sino el h¨¢bil, el adulador, el astuto. As¨ª, con palabras de la vida, en vez de una noble palestra, es una cuca?a.
En Antonio Machado hay otra posible salida del intelectual. El dolor no aparece como motor de una actividad combatientemente creadora. Ante una vida grosera y ciega, que barre la tierra como un hurac¨¢n, el poeta se inclina como un ¨¢rbol humilde, se pega a la tierra y canta para s¨ª su triste melod¨ªa. Canta sus sue?os, su infancia perdida, un mundo elemental y entra?able, y si ataca la futilidad, el aburrimiento, la maldad, lo hace con el coraz¨®n de un hombre bueno, con un leve acento ir¨®nico y lejano. Ligero de cuerpo y de esp¨ªritu, desnudo como naci¨®, est¨¢ presto a dejar atr¨¢s todo lo que pod¨ªa contaminar las sendas intocadas que tanto am¨®.
Ganivet, finalmente, es una de las m¨¢s pat¨¦ticas v¨ªctimas del enfrentamiento del intelectual con la sociedad. En su obra La conquista del reino de Maya hay. un p¨¢rrafo que define la posici¨®n del escritor de un solo trazo. Dice: "La prosperidad- de las naciones depende, en primer t¨¦rmino, del embrutecimiento de sus individuos; parec¨ªame, pues, disculpable y hasta conveniente el problem¨¢tico embrutecimiento y degeneraci¨®n de mis gobernados si la agricultura, la industria y el comercio sal¨ªan, con ello, gananciosos".
V¨ªctima de una cruel enfermedad, Ganivet es un t¨ªpico caso de huida hacia la locura, que puede seguirse en su obra paso a paso y que culmina en el misticismo delirante de El escultor de su alma. En Ganivet se produce, como en Unamuno, una lucha entre misticismo y raz¨®n, una imposible coyunda entre la inteligencia y el sentimiento que s¨®lo pueden alumbrar los hijos h¨ªbridos de la duda.
Ambos escritores, tan incapaces de remontar al cielo como de florecer en el oscuro seno de la tierra, se sit¨²an en la est¨¦ril bisectriz de dos mundos opuestos. Si esta duda se resolvi¨® en Unamuno por la exaltaci¨®n egoc¨¦ntrica de su yo, Ganivet escap¨® de esta tensi¨®n por el campo de la locura y del suicidio.
Shakesperare plante¨® su famosa opci¨®n ante la adversidad: o sufrir en silencio o tomar armas contra ella; pero. hay otra que ilustra la grandeza y la tragedia del intelectual, en contraste con el chato conformismo de tantos., el tibio y gris universo de los indiferentes y ego¨ªstas o la lucha, con todo su sufrimiento, por un mundo mejor.
Ganivet expres¨® magistralmente la oposici¨®n entre estos dos universos cuando en la obra primeramente citada, al hablar de los salva es a los que elev¨® a la civilizaci¨®n, dice: "Antes eran felices como bestias y ahora son desgraciados como hombres".
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