Belleza sonora para una nueva sala del Prado
Con un recital de m¨²sica dieciochesca francesa, alemana e italiana, el clavecinista Rafael Puyana inaugur¨® el mi¨¦rcoles la sala de actos y conferencias del Museo del Prado. Si el clave de Puyana (de dos teclados, copia de un original de Hieronymoos Albrecht Hass (1734) realizada por Goble e hijo, de Oxford) demostr¨® una extraordinaria belleza sonora, la nueva sala evidenci¨® c¨®mo favorece la presencia, difusi¨®n y definici¨®n del sonido gracias a su espl¨¦ndida ac¨²stica.Las versiones de Rafael Puyana fueron ejemplares, y a¨²n m¨¢s: inspiradas, si se entiende con justeza el t¨¦rmino. La Suite del franc¨¦s Louis Marchand (1669-1732) nos lleva inevitablemente hasta las suites de Juan Sebasti¨¢n (1685-1750), por la estructura y el estilo, aun cuando cultiven un mayor gusto decorativista. Despu¨¦s, un Bach bastante singular: el de la Toccata en mi menor, bell¨ªsimo eslab¨®n en la historia de la melancol¨ªa en m¨²sica, que va desde los primitivos italianos hasta Schubert y Brahms. Y en la segunda parte, la exaltaci¨®n musical e instrumental de Domenico Scarlatti, una de las capacidades de invenci¨®n m¨¢s geniales de toda la historia de la m¨²sica: en Scarlatti est¨¢ todo, presente o anunciado con vivacidad, y por sus pentagramas se cuelan los temas populares de Espa?a o Portugal, la cadencia andaluza ornamentada al modo vocal, alguno de los toques de la Ordenanza de Carlos III (concretamente, la llamada, despu¨¦s marcha de Infantes, en la Sonata en re, K. 33).
Habr¨ªa que destacar el perfecto sentido de la forma conseguido desde una constante y vivificadora irregularidad interna o ciertos amontonamientos arm¨®nicos que parecen un anticipado sue?o de la Iberia albeniciana. Scarlatti, ese extraordinario napolitano hispanizado en tanta medida como el otro gran Domenico, el Greco, no s¨®lo suministr¨® novedades a aprovechar por todos, sino que sent¨®, en no escasa medida, las bases de lo que andando el tiempo ser¨ªa el m¨¢s alto nacionalismo musical espa?ol. Y para ejemplo basta el Concerto, de Falla. Puyana aplic¨® su fantas¨ªa a este repertorio que domina y toc¨® con felicidad porque inauguraba clave y sala.
La sala
Un equipo de arquitectos -Garc¨ªa de Paredes, Lafuente, Cuadrado y Prieto-, junto al pintor Gustavo Torner, ha realizado esta sala ejemplar a partir de los proyectos de Juan de Villanueva, que ya pens¨® en un espacio para sala de juntas situado en lo que hoy es sal¨®n de actos, debajo de la sala de Vel¨¢zquez, contenida en los muros de Pascual Colomer (1853), sobre la cimentaci¨®n curva de Villanueva y bajo el techo forjado por Francisco Jare?o.Estamos, pues, ante un excelente ejemplo de continuidad. De ah¨ª la l¨®gica que encontramos al penetrar en una sala firmemente moderna porque se apoya en una larga tradici¨®n: moderna y cl¨¢sica a la vez, o, si se quiere, actualizaci¨®n del neoclasicismo que domina todo el museo.
Entre las dos plantas de la sala se alcanza una capacidad para m¨¢s de 400 personas, y es bell¨ªsima la distribuci¨®n del patio (de lejana inspiraci¨®n italiana), as¨ª como la calidad de las butacas en madera de palisandro moldeada, que adem¨¢s favorece la difusi¨®n, al reducir la absorci¨®n ac¨²stica. Ocho pares de columnas revestidas en piedra de Colmenar, con las que se ha armonizado la distribuci¨®n de los globos de luz y la equilibrada perfecci¨®n de los cinco grandes ventanales en la curva absidal (que aparece ya en el segundo proyecto de Villanueva), delimitan y a la vez definen est¨¦ticamente el espacio, presidido por una pintura flamenca sobre el mito de Orfeo.
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