La invenci¨®n del drogadicto
Las sociedades necesitan terrores y odios bien codificados frente a los que unirse, a los que achacar sus males e insuficiencias. No hay que escandalizarse demasiado por esto ni considerarlo un s¨ªntoma m¨¢s de "la crisis" o del "a d¨®nde hemos llegado": lo ¨²nico nuevo de esta situaci¨®n, que con sus debidas variantes tambi¨¦n conocieron los s¨²bditos de Asurbanipal, Tiberio o Lorenzo el Magn¨ªfico, es la caracteriolog¨ªa de los chivos expiatorios actuales. Un viejo y querido amigo republicano me dec¨ªa hace tiempo que uno de los aciertos de la derecha mordiente (es decir, que muerde) de este pa¨ªs desde la guerra civil hasta al menos el final de la dictadura es el invento de los rojos. Todos ¨¦ramos rojos: comunistas, anarquistas, socialdem¨®cratas y democristianos, cualquiera que protestara un poco, viviera irregularmente, quisiera mejorar la Seguridad Social o llevara la contraria al patr¨®n en lo que fuese, los vascos, los catalanes, los pobres menos resignados, los militares que permanecieron fieles al Gobierno leg¨ªtimo de la Rep¨²blica y los penenes que ped¨ªan contrato laboral... ?Qu¨¦ hallazgo! Ser rojo era -?es?- dar la lata y est¨¢rsela buscando. Los rojos, por nuestro lado, no encontramos un descalificativo global de semejante impacto (lo de fachas no permeaba suficientemente todos los recodos de la conducta reformista). Y es que para acertar en esos t¨ªtulos de oprobio hay que estar en el poder y desde all¨ª grabar a fuego la divisa adecuada en el ternero descarriado.Uno de los inventos m¨¢s fecundos y remuneradores que el control social ha lanzado al mercado en los ¨²ltimos a?os es el drogadicto. Pasto de soci¨®logos y psic¨®logos, de m¨¦dicos y polic¨ªas, de jueces, sacerdotes y pol¨ªticos, esta d¨®cil criatura mitol¨®gica -nuestro semejante y hermano, hip¨®crita lector- es sentimentalmente tan polivalente como un cuchillo de excursionista: infunde p¨¢nico, inspira compasi¨®n, suscita desprecio, merece castigo o readaptaci¨®n, es objeto de estudio, simboliza y expresa como un logotipo penalizado los males de este siglo que le conjur¨®. Pero, a todo esto, ?qui¨¦n o qu¨¦ es un drogadicto? Alguien muy ingenuo responder¨ªa: "El que toma drogas". Y entonces, inmediatamente, todos nos convertimos en drogadictos, pues todos tomamos o caf¨¦ o alcohol, o tabaco o coca¨ªna, o Valium o anfetaminas, o t¨¦, o hero¨ªna o ginseng... Como ver¨¢n ustedes, he evitado hablar de las drogas que se toman por razones m¨¦dicas y s¨®lo menciono las que se toman por gusto, para disfrutar m¨¢s o mejor. Claro que muchas veces nuestro gusto est¨¢ en la man¨ªa de curarnos o regenerarnos... pero dej¨¦moslo as¨ª. Un interlocutor m¨¢s sutil y melodram¨¢tico definir¨¢ al drogadicto como "quien se deja esclavizar por las drogas". La esclavitud, eso s¨ª que es grave: desdichadamente, no resulta tan f¨¢cil precisar qui¨¦n es esclavo, qui¨¦n aficionado, qui¨¦n amigo ¨ªntimo o simple aliado t¨¢ctico. "Pero... ?es que el drogadicto se convierte en una piltrafa humana!". Hombre, tampoco hay que insultar. Los muy aficionados al caf¨¦ pueden buscarse una bonita ¨²lcera y los fumadores empedernidos han sido ya advertidos de que pueden contraer c¨¢ncer; los bebedores de alcohol solemos farfullar poco inteligiblemente a las cuatro de la madrugada y no s¨¦ si los aficionados al agua t¨®nica (que contiene quinina, otra droga, aunque no tan evidentemente c¨¦lebre como la revelada por la primera parte del nombre Coca-Cola, que este popular refresco incluy¨® en su composici¨®n hasta 1903) padecen alg¨²n trastorno t¨ªpico: pero de ah¨ª a ser una piltrafa... "?Y las otras drogas, las duras, las malas de verdad?"'. Dejemos de lado la hipocres¨ªa mojigata: numeros¨ªsimos l¨ªderes pol¨ªticos, grandes capitanes de industria, artistas, profesores de universidad... y por supuesto polic¨ªas y magistrados, toman habitualmente coca¨ªna o hero¨ªna sin por ello hacer cosas m¨¢s raras o reprobables que el resto de la poblaci¨®n. No s¨¦ si tomar unas copas o pincharse de cuando en cuando mejora a nadie; admito que la salud pueda resentirse: pero el que cualquiera se convierta por ese medio en una piltrafa babeante de forma obligatoria es obviamente falso. Los hay que van al f¨²tbol a pegarse con el vecino por un qu¨ªtame all¨¢ ese gol y los que disfrutan ol¨ªmpicamente del espect¨¢culo: a unos la pasi¨®n futbol¨ªstica les sienta mejor y a otros peor. .. Hace falta mucha qu¨ªmica para convertir en piltrafa a quien no tiene vocaci¨®n, mientras que sin qu¨ªmica ninguna puede esclavizarse a multitudes.
La prohibici¨®n y sus consecuencias
Peter Laurie, en su libro sobre las drogas, afirmaba que droga "es la sustancia qu¨ªmica de tales o cuales caracter¨ªsticas, que produce tales o cuales efectos, y, que est¨¢ prohibida". Por aqu¨ª s¨ª que nos acercamos al meollo del asunto. Porque realmente drogadicto es el que toma drogas prohibidas, le sienten bien o mal, est¨¦ esclavizado o tan contento. Es la prohibici¨®n lo que convierte a la droga en droga y son las consecuencias de la prohibici¨®n las que han servido para inventar el mito del drogadicto. En gran arte de los casos los mayores males del usuario de drogas le vienen precisamente de la prohibici¨®n que las veda; no sabemos si tambi¨¦n sus m¨¢s inconfesables contentos... Pero, a cambio de estos inconvenientes, ?qu¨¦ ¨²tiles son los drogadictos! De ellos se puede decir casi cualquier cosa: en un pa¨ªs sin aut¨¦nticamente fiables estad¨ªsticas de delincuencia, se puede afirmar sin temblor que "el 80% de los delitos los cometen drogadictos", y, mientras los m¨¦dicos que no hacen concesiones a la mitoman¨ªa dudan de qu¨¦ significa realmente hablar de adicci¨®n fisiol¨®gica, no faltan ministros de Sanidad que establecen taxativamente que "el 80% de los heroin¨®manos son irrecuperables". Mientras, soci¨®logos y psic¨®logos definen desde sus distintas perspectivas los mecanismos del drogadicto: risum teneatis! Por ejemplo, un reciente informe elaborado en Euskadi asegura que la mayor¨ªa de los drogadictos "est¨¢n muy apegados a sus madres y viven demasiado pendientes de ellas a¨²n con veintitantos o 30 a?os". ?Pues vaya nota distintiva que me busca usted! Si en Euskadi la amatxo es la aut¨¦ntica hero¨ªna... Otros aseguran que el drogadicto tiene problemas laborales, inadaptaci¨®n, dudas sobre qu¨¦ hacer con su vida, desencanto pol¨ªtico... o que quiere imitar a sus ¨ªdolos, ganarse amigos, integrarse en un grupo, establecer complicidades, sentir algo nuevo, vencer la rutina. ?Qu¨¦ original es el drogadicto! No hay m¨¢s que verle para saber que naci¨® diferente.
?Qu¨¦ se ha logrado con la prohibici¨®n de las drogas? No desde luego acabar con su consumo o tr¨¢fico, sino hacerlas m¨¢s caras, m¨¢s adulteradas y m¨¢s interesantes: de un lado la rutina reprimida, de otro lo prohibido y peligroso... El recientemente nombrado fiscal especial contra la droga asegura que ¨¦stas, por fomentar la "irracionalidad", van contra los valores de nuestra civilizaci¨®n. Sancta simplicitas! Los valores de nuestra civilizaci¨®n los inventaron unos piratas mediterr¨¢neos cuyos ritos m¨¢s sagrados de inmortalidad se iniciaban bebiendo un secreto brebaje alucinatorio; fueron reforzados por la aportaci¨®n de una secta her¨¦tica jud¨ªa que ten¨ªa, como ceremonia fundamental, la ingesti¨®n de vino y una oblea de poderes m¨¢gicos espirituales; se han completado a trav¨¦s de los a?os con las aportaciones de poetas, artistas y pensadores aficionados al vino, a la absenta, al ajenjo, al l¨¢udano, al ¨¦ter, al opio, a la ginebra, etc¨¦tera. No, no es la defensa de la civilizaci¨®n lo que esa prohibici¨®n consigue, sino el auge de un negocio tan fabuloso que sus perseguidores y denunciadores oficiales son a fin de cuentas los menos interesados en que acabe jam¨¢s, lo que indefectiblemente ocurrir¨ªa si (y s¨®lo si) se legalizasen las drogas. Pero no hay que olvidar la utilidad que para el control social tiene adem¨¢s la existencia de la red mafiosa y policial en torno a los estupefacientes, las posibilidades de espionaje, registro, acusaciones en que lo moral y las buenas costumbres encubren la maniobra de aniquilaci¨®n pol¨ªtica, el soborno, el chantaje, la delaci¨®n comprada en especias, etc¨¦tera. A?¨¢dase a todo esto la invenci¨®n cient¨ªfico-m¨ªtico-penal del drogadicto como chivo expiatorio posmoderno, y tendremos una de las prohibiciones m¨¢s fecundas en consecuencias ¨²tiles al poder desde aquella famosa de la manzana en el primer jard¨ªn.
Pero ?y qui¨¦nes desean a toda costa dejar la droga y no son capaces, sea por razones de la ¨ªndole que fueren? Necesitan ayuda, desde luego, m¨¦dica y social, sobre todo humana. Como tantos minusv¨¢lidos, pacientes mentales, raros y acomplejados, ancianos, adolescentes sin trabajo ni familia, enfermos incurables que desean un desenlace r¨¢pido y digno a su agon¨ªa, como tantos abandonados a los que la sociedad ignora o explota, a los que quiz¨¢ simple y tr¨¢gicamente el azar maltrata... Inventar una categor¨ªa, un nicho te¨®rico para su desventura -"son drogadictos"-, no es comenzar a asistirles, sino seguir utiliz¨¢ndoles de otro modo.
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