Una suave complicidad
Si se prescinde del material que ha servido de base para esta Gwendoline -es decir, el comic fetichista de John Willie, repleto de mujeres atadas en las posiciones m¨¢s inveros¨ªmiles, trajes de cuero y una obsesi¨®n evidente por la homosexualidad femenina-, es posible contemplar el filme como lo que es: un relato de aventuras par¨®dico, medianamente divertido, que pretende reconducir el cine er¨®tico hacia los terrenos de una suave complicidad, un poco bajo la convicci¨®n de que el consumo de im¨¢genes excitantes ha quedado circunscrito al ¨¢rea del v¨ªdeo dom¨¦stico o las salas X.Just Jaeckin, que se hizo c¨¦lebre con Emmanuelle, nunca ha sido un virtuoso del erotismo. Su estilo resulta m¨¢s bien fr¨ªo, perfeccionista, demasiado preocupado por el lujo de los decorados como para interesarse por las pasiones de los personajes. ?sto en Gwendoline no es ning¨²n handicap, sino m¨¢s bien una ventaja que ayuda a darle ligereza y frivolidad a la trama. Sus protagonistas procuran emular a Harrison Ford y su compa?era en En busca del arca perdida, filme al que Jaeckin nos remite continuamente, tanto cuando imita a Sternberg corno inventor de Macao, como cuando prefiere al Losey de Modesty Blaise. Siempre, lo que queda es un episodio chino, otro de corte amaz¨®nico, un tercero con el desierto como decorado y un cuarto en el que Bernadette Lafont, con unos incre¨ªbles peinados-ensaimada, campa como reina de un ejercito de mujeres especializado en menesteres art¨ªsticamente s¨¢dicos.
Gwendoline
Director: Just Jaeckin. Int¨¦rpretes: Tawyn Kitaen, Zabou, Brent Huff, Bernadette Lafoni, Jean Rougerie. Francia, 1984.Locales de estreno: Bilbao, Palacio de la Prensa, Vel¨¢zquez, Windsor A, Palacio de la Prensa.
Son los mejores momentos del filme aquellos en los que la parodia va a fondo, dinamita desde dentro las convenciones del g¨¦nero, hasta el punto de que Gwendoline pierde su educada placidez de papel couch¨¦ para aproximarse a uno de esos enloquecidos y fant¨¢sticos seriales de televisi¨®n ¨ªntegramente rodados entre el m¨¢s puro cart¨®n piedra. Vamos, que Jaeckin sale bien librado de una maniobra semejante a la de Barbarella, que acab¨® con el poco prestigio de Vadim, un cineasta que, sin duda, es un maestro para el director holand¨¦s.
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