Lagrimas regias para el peque?o Dorando Pietri
Dorando Pietri, italiano, peque?o5 temprano maratoniano, sac¨® un gran beneficio a los 42,195 kil¨®metros m¨¢s emocionantes que el mundo ol¨ªmpico moderno recuerda. Nunca su nombre fue tan comparado con el griego Fil¨ªpides, y no por su forma de correr, sino porque la prensa sensacionalista descarg¨® sobre ¨¦l lo mejor de su literatura lacrim¨®gena. Para el todo Londres de los d¨ªas siguientes al 24 de julio de 1908 Pietri estuvo a punto de fallecer en un final agonizante, con desmayos, ca¨ªdas, desesperaci¨®n y l¨¢grimas de los espectadores. Y fue cierto que la reina Alejandra se sinti¨® conmovida. Pietri conmovi¨® a la corona, que deseaba unos juegos al estilo victoriano. Pietri entr¨® en la leyenda, como la frase que Coubertin lanz¨® en una cena protocolaria: "Lo importante no es vencer, sino participar".
Pietri pudo contar con varios condicionantes que hicieran notoria su haza?a. Londres se tom¨® en serio la organizaci¨®n de los Juegos de la Olimpiada y no repar¨® en gastos para que todo resultara brillante. El propio rey de Inglaterra patrocin¨® el evento y destin¨® un generoso presupuesto extraordinario. El n¨²mero de atletas era a importante (2.035), representativo de 22 pa¨ªses, y se construy¨® un estadio en White City, un barrio conocido por la gran afluencia de ladrones que habitaban en su entorno.Inglaterra quiso organizar unos juegos al estilo victoriano; no obstante, la prueba de la marat¨®n, la que iba a disputar Pietri, comenzaba en la residencia del pr¨ªncipe de Gales. Desde el palacio de Windsor hasta el estadio de White City, en Shepherd's Bush, la distancia era de 42.195 metros, homologada desde entonces para todas las maratones del mundo.
Rey y reina acudieron, con lo mejor del protocolo victoriano y de la diplomacia internacional, al palco de honor del estadio de White City en la ma?ana del 13 de julio de 1908 para declarar inaugurados los juegos, pero se encontraron el estadio medio vac¨ªo a causa de la lluvia y tuvieron que resistir gestos maleducados de algunas de las naciones que desfilaron bajo el palco, sobre todo por parte de franceses y norteamericanos.
Londres dio para los juegos la sal de la pasi¨®n deportiva, con un p¨²blico correcto, pero entusiasta con los suyos y una fuerte rivalidad entre los atletas ingleses y el resto. Pero s¨®lo la reina Alejandra acompa?ada de su s¨¦quito, se acerc¨® a White City el viernes 24 de julio para ver llegar a los maratonianos. El p¨²blico llenaba las aceras del recorrido. Hac¨ªa un fuerte calor. 56 atletas tomaron la salida. La presencia de Dorando Pietri qued¨® empeque?ecida ante la presencia de los orgullosos y confiados fondistas brit¨¢nicos.
Empieza la carrera
Tal y como estaba preparado todo, era imposible que se repitiera el caso del norteamericano Lorz en Saint Louis, cuando gan¨® la carrera despu¨¦s de hacer gran n¨²mero de kil¨®metros en coche sin que lo advirtiera nadie. La organizaci¨®n imped¨ªa tal situaci¨®n y el p¨²blico empez¨® a vibrar al comprobar que tres brit¨¢nicos, Jack, Price y Lord, corr¨ªan en cabeza. El calor era fuerte y ced¨ªan en su dominio; Hefferson y Pietri alcanzaron las dos primeras posiciones, aunque el primero, australiano, consigui¨® en el kil¨®metro 32 una ventaja de cuatro minutos. Llega el kil¨®metro 41 y Pietri reforz¨® su ritmo y se coloc¨® en primera posici¨®n. Detr¨¢s, tambi¨¦n remontaron posiciones varios norteamericanos, entre ellos John Hayes.
Pietri lleg¨® al estadio muy cansado, pero en primera posici¨®n: el p¨²blico le aclam¨®, aunque no fuera brit¨¢nico, pero reconociendo su esfuerzo al verle cubierto de sudor y polvo y titubeante en sus ¨²ltimas zancadas. Pietri, ante la sorpresa general, se cay¨®. Se levant¨®. Ya no corr¨ªa, s¨®lo acertaba a dar pasos, pero volvi¨® a caerse. Se levant¨®, y cay¨® de nuevo.
Las cr¨®nicas exageraron y alargaron luego su sufrimiento para la posteridad. En un momento dado, m¨¦dicos y entrenadores acudieron hacia el atleta: le dieron masajes, le pusieron en pie. In¨²til. Volvi¨® a caer a cinco metros de la meta, cuando el p¨²blico, consternado, ve¨ªa que Hayes entraba en el estadio aparentemente m¨¢s fresco. 200 metros llegaron a separar a los dos corredores, y Pietri no pod¨ªa ni deslizarse tumbado. Los jueces, entonces, le ayudaron a llegar hasta la meta. La reina lo vio todo, y dicen que llor¨® y tambi¨¦n que se desvaneci¨®. Lo cierto es que se emocion¨®. Hayes present¨® una demanda "por ayuda ajena". Miles de testigos vieron la ayuda final. Fue descalificado, pero, a partir de entonces comenz¨® la leyenda; con ella, el dinero y la fama.
Pietri llen¨® las p¨¢ginas de los diarios sensacionalistas, que llegaron a publicar que en la noche del 24 de julio se debat¨ªa entre la vida y la muerte en un hospital, aunque al d¨ªa siguiente estaba lo suficientemente sano como para acudir a White City a saludar a la reina, que le entreg¨® una copa de oro y le regal¨® unas frases regias: "No tengo diploma ni medalla ni laurel que entregaros, se?or Dorando, pero he aqu¨ª una copa de oro, y espero que no os llevar¨¦is ¨²nicamente malos recuerdos de nuestro pa¨ªs". Hab¨ªa quedado atr¨¢s la modesta declaraci¨®n de un juez, que hab¨ªa manifestado ver en Dorando los s¨ªntomas de quien ha ingerido estricnina.
Suscripci¨®n p¨²blica
Val¨ªa m¨¢s una copa de oro que una medalla ol¨ªmpica, val¨ªa m¨¢s que Conan Doyle se olvidara por un momento de Sherlock Holmes y aprovechara su situaci¨®n de escritor oficial -de los juegos para abrir una suscripci¨®n p¨²blica -en favor de Pietri. Empresarios de espect¨¢culos corrieron tras ¨¦l para lograr un contrato para actuar en circos y exhibiciones.
Irving Berlin consegur¨ªa su primer ¨¦xito componiendo una canci¨®n que llevaba por t¨ªtulo Dorando. Val¨ªa m¨¢s dinero todo ello que una medalla ol¨ªmpica. Un a?o despu¨¦s, Pietri y Hayes corrieron juntos una marat¨®n, pero ya como deportistas profesionales y bien pagados. Las cr¨®nicas nada dicen del vencedor; seguramente repitieron la carrera en multitud de localidades. Los Juegos de Londres llevaron a sus h¨¦roes al circo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.