A los 25 a?os de la muerte de Luis Araquistain
Luis Araquistain, nacido en B¨¢rcena de Pie de Concha (Santander) el 18 de junio de 1886, en el seno de una familia peque?o-burguesa, y muerto el 6 de agosto de 1959 en Ginebra, marino de profesi¨®n, orient¨®, sin embargo, su actividad p¨²blica hacia el periodismo, colaborando en la Prensa de signo liberal, como El Noticiero Bilba¨ªno, El Mundo, La Ma?ana, El Liberal o El F¨ªgaro. Por encima de todo, Araquistain fue siempre un excelente periodista; de ah¨ª que Javier Tusell haya podido referirse a su "modesta funci¨®n como ide¨®logo".Hacia 1911 ingresa en el PSOE, coincidiendo con la colaboraci¨®n que los socialistas hab¨ªan decidido establecer con los partidos burgueses y con el inter¨¦s que la cuesti¨®n social despertaba entre los intelectuales. Con Araquistain ingresar¨¢n otros destacados intelectuales, como los catedr¨¢ticos Juli¨¢n Besteiro y Andr¨¦s Ovejero; anteriormente lo hab¨ªan hecho, entre otros, el neur¨®logo Jaime Vera, el catedr¨¢tico de Ense?anza Media Jos¨¦ Verdes Montenegro y el doctor en filosof¨ªa y letras Manuel N¨²?ez de Arenas.
El socialismo inicial de Araquistain, anterior a su radicalizaci¨®n y a su etapa de Leviat¨¢n, es abiertamente reformista, con fuertes dosis de humanismo e idealismo y, desde luego, incompatible con la lucha de clases y con cualquier tipo de proyecto revolucionario. "Los que acusan al socialismo de albergar en su programa los g¨¦rmenes de la revoluci¨®n es que no le conocen ni rudimentariamente. El socialismo", dir¨¢ sin ning¨²n rubor, "es uno de los movimientos m¨¢s conservadores, porque su idea central consiste en la conservaci¨®n de los hombres, de todo lo que contribuye al progreso". Y, en 1912, escribir¨¢ en El Liberal, siguiendo a Ortega: "La funci¨®n de los intelectuales es influir en la vida p¨²blica de modo que se haga sin revoluci¨®n lo que habr¨ªa que hacerse despu¨¦s de ellos". No puede extra?ar a nadie, por tanto, que abogue constantemente por un acercamiento entre socialistas y burgueses: "Cuando las palabras concretas se sustituyan por las abstractas y a la arenga apasionada reemplace la discusi¨®n fr¨ªa, acaso los burgueses se, aproximen a los lugares p¨²blicos y pidan la palabra despu¨¦s de un discurso socialista sobre el capital y el trabajo", llegar¨¢ a vaticinar.
De esta manera, coherente con este reformismo y con su admiraci¨®n por los reg¨ªmenes pol¨ªticos occidentales, es decir, convencido de que en los pa¨ªses democr¨¢ticos era donde mejor pod¨ªa realizarse el socialismo, se declarar¨¢ aliad¨®filo al surgir la primera guerra mundial, postura que defender¨¢ ardorosamente en numerosos art¨ªculos, recogidos luego en sus libros Pol¨¦mica de la guerra, En torno a la guerra, Dos ideales pol¨ªticos y Entre la guerra y la revoluci¨®n.
Hacia 1917, ante un endurecimiento en el comportamiento de la burgues¨ªa capitalista, Araquistain se da cuenta de la insuficiencia de la v¨ªa reformista como medio de llegar al socialismo, proponiendo la revoluci¨®n como alternativa. ?Basta la reforma?", se pregunta. "La historia", concluye, "nos responde que no. Los grandes cambios sociales se han operado revolucionariamente". Ahora bien, la revoluci¨®n que concibe Araquistain es una rev6luci¨®n pac¨ªfica centrada en la huelga general, que desorganizar¨ªa, seg¨²n ¨¦l, el aparato estatal, que de esta manera caer¨ªa autom¨¢ticamente. Esta evoluci¨®n es la que le permite ver con buenos ojos la revoluci¨®n rusa e incluso proponer la entrada de su partido en la III Internacional. La mayor¨ªa del partido decidir¨ªa ingresar en la II Internacional, produci¨¦ndose a continuaci¨®n la escisi¨®n de los terceristas, que fundaron el Partido Comunista Obrero Espa?ol (PCOE). Araquistain, muy afectado por la escisi¨®n, se dar¨ªa de baja en el partido. No volver¨ªa a estar afiliado, si bien seguir¨ªa trabajando en pro del mismo.
Alejado del socialismo militante, pudo dedicar m¨¢s tiempo a su vocaci¨®n literaria y ensay¨ªstica. As¨ª, en 1920 ver¨¢ la luz su Espa?a en el crisol, donde, adem¨¢s de insistir de nuevo en que los partidos republicanos, dada su debilidad, ten¨ªan que apoyarse en el socialismo, plantea tambi¨¦n el problema de Espa?a, que identifica con una decadencia moral del espa?ol. En los a?os siguientes a la publicaci¨®n del citado libro escribir¨¢ varias novelas y obras de teatro: Las columnas de H¨¦rcules, La vuelta del muerto, El coloso de arcilla, etc¨¦tera. Ni que decir hay que sigue por estos a?os sin pensar en marxista, limit¨¢ndose a hacer a lo sumo una interpretaci¨®n mecanicista del marxismo y defendiendo un socialismo que fuera "menos materialista en la concepci¨®n te¨®rica que le hab¨ªa impreso Marx, menos cientificista, y tecnicista, y a la vez m¨¢s humanista, m¨¢s psicol¨®gico, m¨¢s individualista, m¨¢s ¨¦tico, m¨¢s ideal".
Esta concepci¨®n del socialismo ser¨¢ la que, ante la omnipotencia del poder, posibilite, en 1923, la colaboraci¨®n de los socialistas con la dictadura de Primo de Rivera, concretada principalmente en la designaci¨®n de Largo Caballero como consejero de Estado. Araquistain desarrollar¨¢ al respecto una importante labor te¨®rica, justificando tal proceder, al que se opon¨ªan dentro del partido Indalecio Prieto y Fernando de los R¨ªos y un sector de las bases. Gracias a este colaboracionismo, el partido socialista evit¨® ser desmantelado.
Por eso, a la altura de 1931 el partido socialista es el ¨²nico partido de masas. Ahora tambi¨¦n optar¨¢n los socialistas por la colaboraci¨®n, lo que dar¨¢ lugar al surgimiento en el partido de dos corrientes: los colaboracionistas (Prieto, Largo Caballero y De los R¨ªos) y los no colaboracionistas (Besteiro). A Araquistain hay que situarle en la primera de ellas. Lo mismo que durante la dictadura, se dedicar¨¢ durante el primer bienio republicano a justificar doctrinalmente el apoyo prestado por sus correligionarios al Gobierno republicano, en el que desempe?¨® los puestos de subsecretario del Ministerio de Trabajo y embajador en Berl¨ªn. Partidario de que "despu¨¦s de la revoluci¨®n pol¨ªtica, la revoluci¨®n social, pero evolutivamente, constitucionalmente dentro de la ley, de acuerdo con la mayor¨ªa de la naci¨®n y en la forma que la mayor¨ªa de la naci¨®n lo quiera, sin dictaduras de ning¨²n g¨¦nero", criticar¨¢ con pasi¨®n y contundencia a anarquistas y comunistas, present¨¢ndolos como fuerzas desintegradoras, al contrario que los socialistas, que estaban luchando y sacrific¨¢ndose en beneficio de la armon¨ªa social.
Radicalizaci¨®n y vuelta
Sin embargo, pasados los primeros instantes de alborozo, los socialistas se ve¨ªan aprisionados entre la demanda de reformas de las clases populares y la fuerte resistencia que a las mismas opon¨ªa la clase dominante, lo que se traducir¨ªa, de una parte, en una brutal reacci¨®n de las derechas, y de otra, en constantes sabotajes por parte de anarquistas y comunistas. La intensificaci¨®n de la lucha de clases era palpable. Los socialistas comenzaban a darse cuenta que estaban apoyando un r¨¦gimen burgu¨¦s a costa de perder cr¨¦dito entre las masas. Ello ser¨¢, junto con la fulgurante ascensi¨®n del fascismo, lo que motivar¨¢ la radicalizaci¨®n de Largo Caballero. Tal postura, que encontrar¨ªa la oposici¨®n de Prieto y Besteiro, contar¨ªa como apoyos con las bases y con las Juventudes Socialistas, adem¨¢s de con una extraordinaria plataforma ideol¨®gica: la revista Leviat¨¢n, fundada en mayo de 1934 por Araquistain, desde donde ¨¦ste reafirma la condici¨®n marxista del partido socialista. Para Araquistain, "el dilema no es ya monarqu¨ªa o rep¨²blica, rep¨²blica o monarqu¨ªa; no hay m¨¢s que un dilema, ayer como hoy, hoy como ma?ana: dictadura capitalista o dictadura socialista".
Tras el dicho, el hecho. En octubre de 1934, los socialistas, en actitud defensiva ante la reacci¨®n de las derechas, se ven embarcados en una revoluci¨®n para la que a¨²n no estaban preparados y por la que fueron dur¨ªsimamente reprimidos. No obstante, tras el fracaso de octubre, continu¨® la radicalizaci¨®n del sector caballerista (del que Araquistain seguir¨¢ siendo el principal soporte ideol¨®gico), alcanzando momentos de una gran violencia dial¨¦ctica. Recu¨¦rdese si no, en este sentido, la sarc¨¢stica y acerada cr¨ªtica, cercana al insulto, que Araquistain har¨¢ a Besteiro con motivo de su ingreso en la Academia de ¨¦iencias Morales y Pol¨ªticas, a principios de 1935.
Esta radicalizaci¨®n de Araquistain en un sentido revolucionario se ver¨ªa quebrada hacia la derecha, ya durante la guerra civil, con motivo de la salida del Gobierno de Largo Caballero y su sustituci¨®n por Negr¨ªn. El autor de El pensamiento espa?ol contempor¨¢neo se dejar¨¢ dominar en sus ¨²ltimos a?os por una mala conciencia respecto a sus a?os de exaltaci¨®n revolucionaria, llegando a afirmar: "Algunos amig¨®s y yo marxistizamos un poco en la revista Leviat¨¢n, pero sin entrar muy a fondo en el tema, y m¨¢s bien con prop¨®sito de divulgaci¨®n". Tambi¨¦n har¨¢ gala de un fuerte anticomunismo.
Queda claro, pues, su reformismo, as¨ª como su entronque con la corriente intelectual regeneracionista y su querencia a las interpretaciones psicologistas de la historia, al margen de todo planteamiento estrictamente marxista. Su etapa de Leviat¨¢n, motivada por una agudizaci¨®n de los conflictos sociales, debe verse como un par¨¦ntesis en su trayectoria ideol¨®gica.
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