F¨¢bula moral burlesca
Aunque se conocen falsificaciones que se remontan a la antig¨¹edad cl¨¢sica, pues all¨ª donde se atesora el arte surge al instante la voluntad fraudulenta de explotar la ambici¨®n, no se puede hablar de una industria de la falsificaci¨®n hasta la ¨¦poca moderna, que es cuando se regulariza el mercado art¨ªstico de las firmas singulares. Antes del Renacimiento, el anonimato del creador s¨®lo permit¨ªa regodearse en la calidad objetiva y se carec¨ªa por completo del sentido de propiedad intelectual. El af¨¢n suntuario de la posesi¨®n de obras antiguas de la m¨ªtica ¨¦poca dorada del clasicismo, los modelos supremos de inspiraci¨®n y la consideraci¨®n social de cualquier objeto art¨ªstico como emblema de distinci¨®n propician efectivamente la industria de los falsos.En el siglo XVII, por ejemplo, esta industria lleg¨® a ser tan floreciente, que los artistas de ¨¦xito tienen que tomar todo tipo de precauciones, como el paisajista Claudio de Lorena, que public¨® el cat¨¢logo de su obra -Liber veritatis- para establecer con claridad lo verdaderamente salido de su mano. Desde entonces, al mismo ritmo de un mercado cada vez m¨¢s rentable, los falsarios tambi¨¦n han ido en aumento. Las an¨¦cdotas hist¨®ricas de esta picaresca han llenado de hecho libros enteros, como los famosos de Eudel, Nobili y Kurz. A veces, el talento de alg¨²n virtuoso de la mentira es tan extraordinario que consigue burlar incluso a los mejores especialistas, como fue el caso del genial Han van Meegeren, cuyas falsificaciones de Vermer enga?aron a los t¨¦cnicos y fueron introducidas en los museos, llegando incluso a vender una obra del maestro holand¨¦s al mismo Goering, lo que, en ¨²ltima instancia, le cost¨® ser juzgado e ir a parar a la c¨¢rcel.
Meegeren, valga la paradoja, era un artista de la falsificaci¨®n, algunas de cuyas mejores
creaciones, que hac¨ªa a la manera de Vermer, sin copiar ninguno de sus cuadros conocidos, se cotizan hoy en las subastas a un elevad¨ªsimo precio. En la historia de este tipo de fraude lo normal no ha sido, sin embargo, el brote genial, sino todo lo contrario, como ocurre, por lo dem¨¢s, en cualquier orden de la vida. Lo normal en este dar gato por liebre art¨ªstico es la m¨¢s grosera chapuza, caricatura odiosa del estilo de alg¨²n maestro.
?C¨®mo entonces se logra enga?ar tan f¨¢cilmente? En realidad, si se cumplen todos los requisitos de una investigaci¨®n seria, desde los puramente historiogr¨¢ficos hasta los m¨¢s sofisticados de la tecnolog¨ªa actual, que pone a nuestro servicio el an¨¢lisis microqu¨ªmico de los colores, las radiograf¨ªas, la luz ultravioleta, la microfotograf¨ªa, las computadoras y el l¨¢ser, el fraude es pr¨¢cticamente imposible.
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