Jos¨¦ Carreras, un tenor de siete estrellas
Dentro del panorama l¨ªrico espa?ol, la figura de Jos¨¦ Carreras (Barcelona, 1946) brilla con luces propias y espl¨¦ndidamente diferenciadas. El tenor espa?ol inaugur¨® el mi¨¦rcoles en el Teatro Real el Festival de Oto?o, que por vez primera celebra la Comunidad de Madrid. Como todos esperaban, la sala de la plaza de Oriente qued¨® peque?a ante la convocatoria de uno de los grandes mitos musicales de nuestro tiempo. Se advert¨ªa la necesidad de un auditorio de mayor aforo e incluso la conveniencia de repetir conciertos como el de Carreras.La historia internacional del tenor barcelon¨¦s fue ascendente, casi mete¨®rica: su Nabucco del Liceo es de 1970; el Premio Verdi de Bussetto, del a?o siguiente. Con Un baile de m¨¢scaras se inicia en Parma la colaboraci¨®n de Carreras y Montserrat Caball¨¦, ejemplo magistral en tantas cosas para el joven tenor; de este contacto nacen o se desarrollan los pian¨ªsimos que ahora podemos escucharle. El Coven Garden de Londres aplaude su Boh¨¨me en 1972, poco despu¨¦s de que los neoyorquinos se entusiasmaran con Los lombardos en el Carnegie Hall.
Como un gran torero
Con el papel de Mario Cavaradossi, Jos¨¦ Carreras hace su entrada en la Scala de Mil¨¢n, el duomo oper¨ªstico del mundo. A partir del Don Carlos, de Salzburgo, dirigido por Karajan, el nombre y la fama de Carreras alcanzan la l¨ªnea de los fuera de serie o, si se prefiere, de los mitos. Quiz¨¢ un cantante l¨ªrico, como un gran torero, inicia su mitificaci¨®n cuando se hacen visibles sus partidarios. Desde la mitad de los a?os setenta, existen, en Espa?a o Am¨¦rica, en Italia, Reino Unido o Austria, carreristas, del mismo modo que exist¨ªan dominguistas y krausistas. Tal pasi¨®n no es da?ina, sobre todo cuando, como sucede con los tenores espa?oles, cada cual desarrolla su propia personalidad sin mirar demasiado a sus compa?eros. En todo caso, el fen¨®meno es inevitable. No en vano, durante los tiempos dorados del Real, los cr¨ªticos musicales sol¨ªan hacer doblete mitre, m¨²sica y corridas de toros, y tanto dictaminaban en un campo cuanto ensayaban en otro. Recordemos los nombres de Pe?a y Go?i, Carmena y Mill¨¢n o F¨¦lix Borrel -italianistas unos, wagneristas otros-, por citar s¨®lo los m¨¢s ilustres.En el mundo actual, presionado y hasta definido por el desarrollo continuo de los medios de comunicaci¨®n, la popularidad, para que sea aut¨¦ntica, debe contarse por millones. El artista que no goce de audiencias millonarias (teatro), recital, cine, radio, televisi¨®n, microsurco, compacto, v¨ªdeo) no es verdaderamente popular. Cree que Jos¨¦ Carreras, triunfador desde la belleza mordiente de su timbre y desde la rigurosa exigencia de su estilo, se ha convertido en hombre popular durante los ¨²ltimos a?os. El espect¨¢culo del Real, hirviente de entusiasmo, bien vale una inauguraci¨®n. M¨¢s si el cantante sabe mantener sin concesiones la belleza de su l¨ªnea, la tensi¨®n mantenida de su aliento, la claridad de su dicci¨®n y la s¨ªntesis m¨²sico-dram¨¢tica de su belcantismo, hasta integrarlas en un hecho cultural coherente y significativo. La termira de Puchini en La Boh¨¨me; la vocalidad verdiana de El trovador y El corsario; la l¨ªrica y tenuemente grave aria de El Cid de Massenet o la ingenuidad pastoral de La Arlesiana, de Cilea, pusieron en pie al auditorio, presidido por la Reina y las autoridades madrile?as en pleno. Antes de que las notas de Carreras y la orquesta de la RTVE, dirigida por el maestro Delac¨°tte, sonaran, el actor Jos¨¦ B¨®dalo dijo admirablemente las palabras pregoneras escritas para la ocasi¨®n por Enrique Llovet.
El nuevo festival ha iniciado su camino entre aclamaciones y con un concierto de cinco estrellas. Y aun podr¨ªan conced¨¦rsele las dos que faltan hasta las siete del escudo de nuestra comunidad.
Babelia
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