Kant, o el drama de Alfonso Sastre
Alfonso Sastre ha publicado recientemente (EL PAIS, 10 de octubre de 1984) un piadoso y pedag¨®gico art¨ªculo sobre el proyecto kantiano de la paz perpetua; siendo as¨ª que el se?or Sastre nos informa en ese mismo art¨ªculo que a la saz¨®n se halla enfrascado en la composici¨®n de un drama sobre Kant, no quisiera dejar de proponerle unas cuantas consideraciones -kantianas tambi¨¦n- que contribuir¨¢n sin duda a a?adir dramatismo a su pieza. Me refiero, en primer lugar, a un c¨¦lebre pasaje de la Cr¨ªtica del juicio ("Anal¨ªtica de lo sublime", par¨¢grafo 28: "De la naturaleza como una fuerza") que hace, cuando menos, problem¨¢tica y relativa la noci¨®n de paz perpetua que el se?or Sastre atribuye a Kant, al parecer, sin reservas. Dice Kant que Ia guerra misma, cuando es llevada con orden y respeto sagrado de los derechos ciudadanos, tiene algo de sublime en s¨ª, y al mismo tiempo, hace tanto m¨¢s sublime el modo de pensar del pueblo que la lleva de esta manera cuanto mayores son los peligros que ha arrostrado y en ellos se ha podido afirmar valeroso; en cambio, una larga paz suele hacer dominar el mero esp¨ªritu de negocio, y con ¨¦l, el bajo provecho propio, la cobard¨ªa y la malicia, y rebajar el modo de pensar del pueblo" (la cursiva es m¨ªa). Si se tiene en cuenta que el proyecto Para la paz perpetua es de 1795 y que la primera edici¨®n de la Cr¨ªtica del juicio es de 1790, con otras dos ediciones en vida de Kant, en 1793 y 1799, respectivamente, nos encontramos con que Kant estaba muy lejos de haber dicho su ¨²ltima palabra sobre la guerra y la paz en el op¨²sculo que complace al se?or Sastre. ?Qu¨¦ es lo que Kant realmente pensaba? Bien podr¨ªa ser que, aburrido Kant ya en su senectud y dolido con 200 a?os de anticipaci¨®n por el calificativo de ¨¢rido con que invariablemente el se?or Sastre describe su persona y su prosa, hubiera decidido vengarse de nuestro ilustre dramaturgo alist¨¢ndose en secreto bajo las semisangrientas y semiestetiz antes banderas de una filosofia de la guerra entre hegeliana y nietzscheana. O bien podr¨ªa ser que, pese a la aparente luminosidad ilustrada de su filosofia pol¨ªtica, no anduviera Kant muy lejos en 1795 de reconocer, rom¨¢nticamente, la raz¨®n "como la rosa en la cruz del presente", se Pasa a la p¨¢gina 12
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g¨²n dice Hegel. Aparte la connotaci¨®n pol¨ªtica que el actual Gobierno socialista espa?ol pueda descubrir en esta cita -y que puedo asegurarles no es intencionada por mi parte-, lo cierto es que Kant ten¨ªa de la raz¨®n humana y de sus l¨ªmites un concepto much¨ªsimo m¨¢s tr¨¢gico -y, desde luego, mucho menos ¨¢rido- de lo que el se?or Sastre asegura. Para que una utop¨ªa sea efectiva (por lo menos en las conciencias de quienes han de guiarse por ella) es preciso que arranque de una realidad no edulcorada o esquematizada formalmente. Desde este punto de vista, si bien podr¨ªa elogiarse la intenci¨®n del se?or Sastre de servirse de Kant "como un modelo ¨¦tico", lo m¨¢s adecuado es poner en duda la viabilidad de esa intenci6n y recordar que el modelo kantliano resulta, a pesar de su gran(leza, en realidad, paticojo. Con relaci¨®n al asunto que ahora nos ocupa dice Hegel en su Filosof¨ªa del Derecho (el ¨²ltimo p¨¢rraf a del par¨¢grafo 333) lo siguiente: "La concepci¨®n kantiana de una paz perpetua por medio de una liga de los Estados, la cual allane toda controversia como poder reconocido por cada Estado, ajuste toda disensi¨®n, haga imposible la soluci¨®n por medio de la guerra, presupone -la cursiva es m¨ªa- la unanimidad de los Estados, la cual depende de razones y consideraciones morales, religiosas o de cualquier' naturaleza y, en general, siempre de una voluntad soberana particular, y por ello permanecer¨ªa tachada de accidentalidad".
No se trata aqu¨ª, como es obvio, de elegir entre dos filosof¨ªas, pacifista una y belicista la otra. Aqu¨ª todos somos de coraz¨®n pacifistas, mientras no demostremos lo contrario. Se trata aqu¨ª de someter ante el tribunal de la raz¨®n, como dir¨ªa Kant, nuestras propuestas conceptuales, en este caso la que el se?or Sastre hace en su art¨ªculo. Y ocurre que Kant no ofreci¨® ni una soluci¨®n positiva y concreta al problema de la paz mundial -ni siquiera desde una perspectiva ut¨®pica- ni tampoco una inequ¨ªvoca doctrina al respecto. Lo ¨²nico que Kant hizo fue poner expresamente la garant¨ªa de la paz en el respeto por parte de los gobernantes a las m¨¢ximas de los fil¨®sofos (una ocurrencia esta de inspiraci¨®n plat¨®nica), as¨ª como en el acuerdo entre filosof¨ªa y moral llevado a cabo "con la m¨¢xima honestidad y la mejor de todas las pol¨ªticas" (lo cual, dicho sea con todos los respetos, es una petici¨®n de principio).
Me temo que, no obstante sus repetidas declaraciones de preocupaci¨®n por la realidad pol¨ªtica presente, el motivo del se?or Sastre al tomar a Kant como gu¨ªa no sea ante todo el de manifestar claramente cu¨¢l sea el principio supremo sobre el que se funda la idea de paz perpetua. De ser ¨¦sta su intenci¨®n, se servir¨ªa de filosof¨ªas pol¨ªticas mucho m¨¢s conscientes de la dial¨¦ctica de la historia que la kantiana, y tomar¨ªa como gu¨ªa sistemas de ¨¦tica materiales, en lugar de formales. Yo creo m¨¢s bien -y que conste que me alegro mucho, por el bien de todos los amantes del aut¨¦ntico teatro de autor- que lo que fascina al se?or Sastre no es la filosof¨ªa kantiana, sino el hecho de que la no dram¨¢tica figura humana del fil¨®sofo de Koenigsberg est¨¦ repleta, por contraste, de posibilidades teatrales (incluidos no s¨®lo el cuadro, "mesuradamente horrible", como Sastre dice, de su vejez, sino tambi¨¦n el problema de los juicios sint¨¦ticos a prior?, de cuyo gnoseol¨®gico dramatismo Sastre desconfia). L¨¢stima que de la est¨¦tica, en cuanto tal, nada pol¨ªticamente fiable se siga.
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