El humanismo exiliado (1939-1984)
Todos sabemos que en 1939 la cultura espa?ola se bifurc¨® en dos zonas geogr¨¢ficas: la de la Pen¨ªnsula e islas espa?olas y la de la llamada Espa?a peregrina o del exilio. Para muchos intelectuales espa?oles el alejamiento de la patria apag¨® sus voces y a veces sus mismas vidas. Para otros, en cambio, el exilio ampli¨® fabulosamente su capacidad creadora. De ah¨ª que acertara el gran poeta catal¨¢n Agust¨ª Bartra al referirse al car¨¢cter providencial que el exilio hab¨ªa tenido en su obra. Porque providenciales fueron en verdad las consecuencias del exilio para los intelectuales espa?oles que las pudieron o supieron aprovechar. La soledad del exilio fue, por supuesto, una dolorosa prueba para todos, mas tambi¨¦n permiti¨® a algunos ser m¨¢s hondamente, m¨¢s constantemente fieles a ellos mismos."La historia consiste en lo que subsiste y sigue animando el impulso ascendente de nuestra propia vida". Estas palabras de Am¨¦rico Castro definen la voluntad de pervivencia espiritual propia de los exiliados espa?oles tras el ocaso institucional de la II Rep¨²blica en 1939. Mas lo que de la historia patria subsist¨ªa como legado din¨¢mico difer¨ªa considerablemente en las dos generaciones principales de la Espa?a peregrina, la de los mayores (la de 1914, la de Ortega, Am¨¦rico Castro, S¨¢nchez Albornoz) y la de 1931, la generaci¨®n que entr¨® en la historia con la II Rep¨²blica (la de Alberti, Francisco Ayala, Mar¨ªa Zambrano). Porque no ser¨ªa arbitrario decir que la violencia de 1936 fue para la generaci¨®n de 1914 la negaci¨®n sangrienta de todos sus sue?os colectivos. E incluso podr¨ªa afirmarse que el pensamiento de los exiliados mayores fue el g¨¦nero de meditaci¨®n que Ortega llamaba "pensamiento de los n¨¢ufragos". Un pensamiento sumamente valioso en lo que represent¨® como magna reconstrucci¨®n del pasado espa?ol m¨¢s historiable, empleando el t¨¦rmino de Am¨¦rico Castro, el del predominio y expansi¨®n de Castilla.
Mas esa ingente tarea reconstructora fue verdaderamente el refugio intelectual de una generaci¨®n que hab¨ªa perdido todas las esperanzas pol¨ªticas espa?olas que la hab¨ªan sustentado desde 1914 y que se realizaron finalmente en 1931. "Toda aut¨¦ntica construcci¨®n hist¨®rica es en ¨²ltima instancia expresi¨®n de la vida del historiador mismo", escrib¨ªa Am¨¦rico Castro en 1939. Y a?ad¨ªa: "la historia aut¨¦ntica tiene siempre algo de confesi¨®n desesperada". De ah¨ª que Am¨¦rico Castro ganara para las creaciones de la cultura espa?ola la admiraci¨®n de tantos alumnos y lectores en tierras tradicionalmente adversas (dig¨¢moslo as¨ª) a su patria. Porque al confesar su dolor, al exhibir las heridas de su naci¨®n, daban a su introspecci¨®n colectiva un alcance universal. En suma, el n¨¢ufrago unamuniano que era Am¨¦rico Castro en el exilio hablaba con la voz m¨¢s profundamente personal y, por lo tanto, m¨¢s universal, de su generaci¨®n.
Generaci¨®n de maestros
La generaci¨®n de 193 1, la generaci¨®n educada por los grandes maestros citados, vivi¨® la guerra o m¨¢s precisamente la defensa de la II Rep¨²blica en forma completamente opuesta a la de los exiliados mayores. Porque, en primer lugar, particip¨® directamente en la contienda, en contraste con sus maestros, carentes ¨¦stos del ¨¢nimo resoluto que hab¨ªa dado a Espa?a el abril glorioso de 1931. Y sobre todo, los exiliados de la generaci¨®n de 1931 hab¨ªan abandonado su patria con la imagen de un clima humano que no podr¨ªan olvidar nunca, que subsistir¨ªa siempre como el impulso animador de sus vidas despu¨¦s de 1939. "Recuerdo que en Espa?a durante la guerra tuve la revelaci¨®n de otro hombre", ha escrito Octavio Paz (perteneciente a la generaci¨®n de 1931), y a?ad¨ªa: "Quien ha visto la esperanza no la olvida, la busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres".
Quiz¨¢ sea Francisco Ayala, nacido en 1906, el intelectual espa?ol m¨¢s representativo de la generaci¨®n de 1931 en los largos a?os del exilio. Recordemos que Francisco Ayala conoci¨® la Alemania de la rep¨²blica de Weimar y durante la guerra espa?ola form¨® parte de la representaci¨®n diplom¨¢tica de la II Rep¨²blica en Praga. Puede as¨ª decirse que Ayala supo observar directamente el desencadenamiento de la barbarie nazi en el coraz¨®n de Europa. Y tambi¨¦n vio en Alemania c¨®mo muchos intelectuales se burlaban de la tradici¨®n liberal del siglo XIX, hablando del que llamaban "est¨²pido siglo", dando as¨ª armas ideol¨®gicas al fascismo. Y por eso para Ayala la Espa?a de 1931 representaba una gran esperanza para la civilizaci¨®n europea; y esa esperanza no pod¨ªa ser abandonada despu¨¦s de 1939, muy al contrario. Aqu¨ª se manifiesta la discrepancia de Ayala con los exiliados mayores como Am¨¦rico Castro y Claudio S¨¢nchez Albornoz. Porque Ayala no vio la guerra de Espa?a como el resultado inexorable de fatalidades cong¨¦nitqs de la sociedad espa?ola.
Es m¨¢s, Ayala manten¨ªa que de no haber irrumpido en Espa?a fuerzas externas, la II Rep¨²blica habr¨ªa alcanzado las condiciones de equilibrio pol¨ªtico que habr¨ªan asegurado su continuidad pac¨ªfica. Para Ayala no hay as¨ª en el pasado espa?ol ning¨²n sino incoercible que impida el funcionamiento de una sociedad moderna de orientaci¨®n democr¨¢tica y liberal (en su recto sentido). Por el contrario, en la historia espa?ola se encontraban ra¨ªces s¨®lidas que permit¨ªan concebir el arraigo permanente de las libertades democr¨¢ticas. No puede, por tanto, reducirse la historia espa?ola a una herencia de opresiones y peculiaridades ajenas a la cultura moderna de la Europa occidental. De ah¨ª que haya sido Francisco Ayala uno de los primeros exiliados que afirmara que la tragedia de 1936 hab¨ªa marcado el final de todos los nacionalismos intelectuales. Que era indispensable iniciar una interpretaci¨®n de la historia espa?ola menos atribulada que la de Am¨¦rico Castro sin caer, por supuesto, en los excesos patrioteros de su rival, S¨¢nchez Albornoz. En suma, la vasta experiencia sociol¨®gica de Ayala daba a su voz una singular ecuanimidad ante el llamado problema de Espa?a.
Otro representante exiliado de la generaci¨®n de 1931, Jos¨¦ Ferrater Mora (nacido en 1912), se considera tambi¨¦n legatario afortunado de la cultura liberal de los a?os republicanos. Y puede decirse sin exageraci¨®n alguna que Ferrater es el espa?ol con m¨¢s lecturas de todo el siglo XX. Su cultura es as¨ª mucho m¨¢s amplia que la de la generaci¨®n de sus maestros. Sus meditaciones espa?olas se dirigieron adem¨¢s al futuro m¨¢s que al pasado: "Lo que se trata de hacer ahora es descubrir las efectivas vigencias, lo que puede unir a los espa?oles en vez de violenta y sangrientamente separarlos", escrib¨ªa Ferrater en 1944. Ferrater buscaba as¨ª una genuina e intermediaria "tercera Espa?a" que ofreciera la verdadera reconstrucci¨®n moral de la comunidad espa?ola. Y no hab¨ªa para Ferrater verdadera posibilidad de "tercera Espa?a" mediadora mientras no hubiera m¨¢s Espa?as. Es decir, una pluralidad de poderes e instituciones cuya diversidad facilitara la convivencia de ideas y personas. Aquel sue?o casi quijotesco de 1944 se ha realizado en la actual Espa?a. de las autonom¨ªas.
Pero, sobre todo, Ferrater ped¨ªa a los espa?oles que intentaran equilibrar la lucidez con la pasi¨®n, record¨¢ndoles que hab¨ªa habido antecedentes notables de ese temperamento intelectual en la historia de Espa?a.
No ha dejado tampoco Ferrater de predicar contra los efectos del narcisismo intelectual y las obsesiones nacionalistas. Y as¨ª, en su propia versi¨®n catalana de un libro escrito en ingl¨¦s, advert¨ªa Ferrater: "Me cuesta entender por qu¨¦ tantas personas se empe?an en creer que hacer cultura en un pa¨ªs consiste en parlotear incesantemente de la cultura del pa¨ªs". Aunque Ferrater no se siente fuera de la cultura de lengua espa?ola, puesto que su instrumento de expresi¨®n preferida es el castellano. Es m¨¢s, al observar a Espa?a desde una perspectiva hist¨®rica tan amplia como la suya Ferrater ha sido uno de los mejores y m¨¢s persuasivos defensores de la cultura hisp¨¢nica en nuestro tiempo.
El humanismo exiliado constituye as¨ª un legado singularmente valioso para la Espa?a de hoy y de ma?ana. Los exiliados espa?oles no sufrieron la m¨¢xima penalidad de todo exilio, la p¨¦rdida de su idioma, y as¨ª han podido actuar espiritualmente en su propia patria en las cuatro d¨¦cadas 1944-1984, y al mantenerse dentro del ¨¢mbito de su lengua y cultura han contribuido a la restauraci¨®n de la convivencia democr¨¢tica en la Espa?a de estos d¨ªas y esperanzas. El retomo definitivo de Mar¨ªa Zambrano y la acogida que le dispensa el Gobierno espa?ol muestran que la civilizaci¨®n humanitaria es una realidad de la Espa?a viva y no s¨®lo un legado hist¨®rico.
Por ello mismo no puedo dejar de recordar ahora que hay todav¨ªa en algunos pa¨ªses, particularmente en Francia, unos centenares de espa?oles olvidados, de exiliados humildes que deber¨ªan ser tambi¨¦n honrosamente repatriados por la restaurada democracia espa?ola.
Muchos de ellos dieron en los campos de batalla de la guerra mundial el ejemplo de su hero¨ªsmo espa?ol an¨®nimo. Y hacia ellos deber¨ªa ir hoy tambi¨¦n la atenci¨®n sol¨ªcita del Gobierno espa?ol. Y mientras sigan muriendo en tierra ajena esos h¨¦roes an¨®nimos no puede decirse que el exilio ha terminado.
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