Entre el poder y el cambio
Debe de ser por su pertinaz miedo a la muerte y al paso de la historia por lo que los hombres se empe?an en la man¨ªa un poco absurda de analizar sus vidas moj¨®n a moj¨®n, en la inconsecuente idea -para nada probada por la experiencia- de que el devenir es un camino desde algo y hacia algo. Y siendo as¨ª que hoy cumple dos a?os de existencia el Gobierno del PSOE, los peri¨®dicos se llenan de an¨¢lisis, entrevistas, efem¨¦rides y comentarios Siempre est¨¢n los pol¨ªticos haciendo balance, si bien se mira, con lo que quedamos los gobernados un tanto ah¨ªtos de tanta fecha hist¨®rica como la que se nos viene encima. Cuando no es el estado de la naci¨®n es el aniversario de las elecciones, o de la Corona, o de la Constituci¨®n, o del Gobierno, o de la Diada, o de qui¨¦n sabe qu¨¦. Confieso mi escepticismo ante toda conmemoraci¨®n, f¨²nebre o festiva, pero por otra parte es imposible hurtarse al hecho de que hoy atraviesa el Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez el ecuador de su legislatura.El momento pol¨ªtico est¨¢ simbolizado por la decepci¨®n, no peque?a, de muchos espa?oles ante las promesas de cambio que los socialistas enfatizaron antes de obtener el poder. Tambi¨¦n, justo es decirlo, por la sensaci¨®n de mayor estabilidad del r¨¦gimen y de mayor seguridad democr¨¢tica que del propio poder emana. Felipe Gonz¨¢lez ha aprendido la lecci¨®n de que el tiempo en s¨ª mismo es un valor pol¨ªtico; ser durable es una condici¨®n de cualquier poder fuerte, que f¨¢cilmente se convierte en una tentaci¨®n: la de querer ser perdurable o eterno y la de autosatisfacerse el poder en su propia necesidad de permanencia. En cualquier caso no se puede negar que hoy son menores los riesgos de un golpe de Estado que destruya las bases del r¨¦gimen, pero tambi¨¦n son m¨¢s peque?as las esperanzas de modernizaci¨®n de nuestra sociedad. La seguridad del poder -aun aceptando que ¨¦sta es necesaria para garantizar una cierta estabilidad- se ha basado en un pacto con las fuerzas que se oponen al cambio prometido. Los socialistas argumentan que su proyecto es a largo plazo, pasa por d¨¦cadas de ocupaci¨®n del Gobierno y se sirve de m¨¦todos reformistas y no revolucionarios que eliminen tensiones en los procesos de transformaci¨®n. Han ocupado el espacio pol¨ªtico del centro, han tranquilizado al mundo de las finanzas y a las Fuerzas Armadas, han contenido la protesta social frente a una creciente situaci¨®n de desempleo, han potenciado que su alternativa te¨®rica sea la derecha autoritaria y nost¨¢lgica, garantiz¨¢ndose as¨ª un nuevo triunfo en las elecciones, y han anegado la izquierda de decepciones, mal acalladas a base de un reparto dadivoso de cargos entre los militantes de toda la vida o los tr¨¢nsfugas de ¨²ltima hora. O sea, que no todo est¨¢ mejor que antes, aunque no todo est¨¦ peor. En resumen podr¨ªa decirse que ha mejorado la salud f¨ªsica del poder a costa de debilitar el cuerpo social que lo sustenta. Se ha fortalecido la estructura pol¨ªtica, pero ha mermado el vigor democr¨¢tico de la sociedad. Un hecho semejante opera en direcci¨®n contraria de los proyectos de modernizaci¨®n anunciados por el PSOE. Los ciudadanos tienden a ocultarse en la privatizaci¨®n de sus actitudes. Nunca desde la muerte de Franco ha habido menor movilizaci¨®n y participaci¨®n social de la poblaci¨®n que en nuestros d¨ªas. Para un partido que gobierna desde el mandato de 10 millones de votos, incluso si muchos son la expresi¨®n de un nuevo populismo de izquierdas, el hecho es preocupante.
El cambio de actitud sobre la OTAN y la persistente destrucci¨®n de puestos de trabajo frente a las promesas de que se crear¨ªan 800.000 de nueva planta son los dos aspectos concretos que m¨¢s cr¨ªticas suscitan contra la gesti¨®n de Felipe Gonz¨¢lez. Cualquiera de los dos bastar¨ªa para poner en peligro su durabilidad en el poder si las alternativas visibles no fueran a¨²n peores: la derecha no mejorar¨ªa las propuestas sobre la Alianza Atl¨¢ntica y se ha visto tan incapaz o m¨¢s que los socialistas para administrar la crisis econ¨®mica. Por eso existe una disposici¨®n de los ciudadanos a reconocer las dificultades con que se enfrentan estos novicios del poder y a otorgarles por ende una confianza prolongada que les permita operar con plazos de tiempo m¨¢s holgados que el de esta legislatura. Esto no s¨®lo lo dicen los sondeos electorales; lo dicta hasta el sentido com¨²n de cualquier observador. En la tranquilidad que ello les produce, los socialistas sienten a menudo la tentaci¨®n de la prepotencia. Cuando se mezcla con la ignorancia -cosa no infrecuente en una clase pol¨ªtica no acostumbrada al gobierno- hay motivos para echarse a temblar. Aunque hasta esos pecados coyunturales resultan perdonables frente al verdadero fracaso del cambio: la ausencia de un proyecto efectivo de modernizaci¨®n social impulsado desde el poder.
Esta palabra, modernizaci¨®n, sufre como tantas otras del abuso de los pol¨ªticos y los cient¨ªficos sociales, pero define bastante a las claras lo que deber¨ªa ser un proceso de actualizaci¨®n y progreso de los sistemas de convivencia, de dinamizaci¨®n social y de participaci¨®n de los individuos en la gesti¨®n pol¨ªtica y de incorporaci¨®n a las corrientes avanzadas de la ciencia, el pensamiento y la investigaci¨®n. Modernizar algo implica una disposici¨®n previa a hacerlo, que puede chocar con las poderosas fuerzas que se oponen a todo tipo de transformaciones, pero que permanece al menos en las actitudes personales de quienes lo intentan. Nadie conocedor de la historia de Espa?a esperaba un cambio revolucionario o s¨²bito de este pa¨ªs despu¨¦s de la victoria del PSOE. Muchos conf¨ªaban, sin embargo, frente a la imposibilidad de abordar modificaciones estructurales profundas, en un cambio de formas, de talante, en una manera significativamente distinta de relaci¨®n entre los ciudadanos y el Estado. Nada o muy poco de eso se ha producido y en algunos casos ha tenido lugar un retroceso. Deslumbrados con las vanidades del poder, camufladas en ocasiones de protocolo, cuando no de la raz¨®n de Estado, y agobiados por la administraci¨®n de presupuestos millonarios o con el mando de disciplinadas tropas, los comportamientos personales de los bur¨®cratas del PSOE desdicen con mucho de cualquier talante modernizador. Y sin embargo hay determinadas transformaciones de la vida social espa?ola que no se pueden llevar a cabo si no es desde el poder, y que dif¨ªcilmente podr¨ªa emprender otra formaci¨®n pol¨ªtica de nuestro mapa electoral que no sea el partido socialista. De ah¨ª lo dram¨¢tico de su fracaso en algunas cuestiones que, no habiendo sido abordadas con el primer empuj¨®n del cambio, parecen condenadas al inmovilismo.
Una breve ojeada al pasado reciente demuestra que durante la ¨²ltima d¨¦cada del franquismo la sociedad se hab¨ªa modernizado a espaldas de las estructuras pol¨ªticas y frecuentemente contra ellas: el desarrollo econ¨®mico de los sesenta, la aparici¨®n de formas de sindicalismo clandestino en plena dictadura, el giro de la Iglesia cat¨®lica, el contacto con Europa a trav¨¦s de los emigrantes, la invasi¨®n tur¨ªstica de nuestras costas y fen¨®menos por el estilo hab¨ªan preparado sustancialmente a este pa¨ªs para el fen¨®meno de la transici¨®n. La muerte del dictador s¨®lo fue la se?al de partida para algo que se intu¨ªa como absolutamente inevitable: la construcci¨®n de la democracia. Puede decirse en alg¨²n sentido que la modernizaci¨®n social fue anterior a la del poder y que ¨¦ste se vio beneficiado por los cambios experimentados previamente a la transformaci¨®n jur¨ªdica y constitucional del Estado. Pero existen formas de modernizaci¨®n, precisamente aquellas que implican la relaci¨®n del Estado con el individuo, que no pueden abordarse si no es desde la detentaci¨®n del poder mismo. Fundamentalmente se trata de un cambio en profundidad de la Administraci¨®n -en nuestro caso acorde con el nuevo Estado de las autonom¨ªas- y de los servicios que ¨¦sta presta a la comunidad: justicia, sanidad, ense?anza. No es impropio suponer que muchos de los votos depositados en las urnas a favor de Felipe Gonz¨¢lez lo fueron por el deseo de que desde el Gobierno se acometieran reformas urgentes en ese terreno. El saldo de realizaciones dos a?os m¨¢s tarde no es alentador.
En la Administraci¨®n de justicia la situaci¨®n es sensiblemente igual a la de antes; la mejora de algunas leyes de enjuiciamiento fue r¨¢pidamente absorbida por la llamada contrarreforma de las mismas y ni los juzgados funcionan hoy mejor, m¨¢s r¨¢pida o eficazmente que lo hac¨ªan antes ni los espa?oles tienen una mayor confianza en la justicia. En el caso de la polic¨ªa el balance empeora los t¨¦rminos: muchos votantes del PSOE a?oran al ministro del Interior de la UCD. Y no ha habido un cambio cualitativo en el acercamiento a los problemas de la seguridad ciudadana desde el disfrute de las libertades. En ense?anza se libran batallas de principios, pero nadie puede decir que sea hoy mejor la ense?anza -privada o p¨²blica- que hace dos a?os, que se haya detenido el deterioro de la Universidad o que se hayan dado pasos significativos en el nivel y calidad de la escolarizaci¨®n. En sanidad, el Gobierno se ha rendido a las presiones corporativistas de la profesi¨®n m¨¦dica, en detrimento de los derechos de los ciudadanos y de los de muchos m¨¦dicos en paro o peor situados en el aparato institucional. En definitiva, las relaciones del individudo con la burocracia que te¨®ricamente tiene a su servicio son las que eran, y por lo mismo resultan peores: porque cunde el des¨¢nimo y la suposici¨®n de que tampoco el PSOE es capaz de cambiar esto.
Hay terrenos en los que el partido socialista ha hecho experiencias interesantes de modernizaci¨®n, pero su deslumbramiento del poder le ha llevado a retrocesos clamorosos. La cultura, que sali¨® a la calle de la mano de los ayuntamientos de izquierda, se ha convertido en un m¨¦todo de autoafirmaci¨®n insana para gobernantes inseguros. La lucha por la igualdad de derechos de la mujer brilla por su ausencia, mientras la crisis econ¨®mica discrimina del acceso al trabajo, reiteradamente y con pertinacia, al sexo femenino. En cuanto al Estado de las autonom¨ªas, asistimos a la aparici¨®n de nuevos y enormes centros de burocracia sin verdadero poder pol¨ªtico, de aparatos vac¨ªos de contenido y llenos de fatuidad, sufragados con el dinero de los ciudadanos y presionando irremediable e innecesariamente sobre el d¨¦ficit p¨²blico.
La aparente tendencia a abstenerse en las pr¨®ximas elecciones por parte de sectores que apoyaron activamente a los socialistas choca con los fantasmas no completamente desaparecidos del temor a un golpe o a un debilitamiento esencial del sistema de partidos. La izquierda, en cualquier caso, se ha convertido en institucional y ha desmovilizado progresivamente a la sociedad. La subversi¨®n adquiere un tinte conservador, los j¨®venes universitarios no son galvanizados por las mismas ideas que hace un decenio anunciaban la llegada de la democracia y las nuevas formas de cultura presionan en favor de un concepto acomodado del libertarismo acr¨ªtico: insolidaridad, individualismo, desconocimiento de los valores sociales de la libertad.
Por supuesto que no de todas esas cosas tiene culpa s¨®lo el partido gobernante, y por supuesto que hay realizaciones positivas y cambios reales en algunos sectores. La afici¨®n epatante de algunos a sugerir que lo mismo dan ¨¦stos que los otros y que la clase pol¨ªtica en su conjunto es detestable no resulta defendible desde un an¨¢lisis de la realidad. Estas actitudes facilitan el fermento de algunas tendencias neofascistas, ocultas en determinados esfuerzos de renovaci¨®n. Probablemente son s¨®lo est¨¦ticas y superficiales y se inscriben en el paisaje como una respuesta pretendidamente original a tanto aburrimiento. Pero no es posible olvidar que la extravagancia aparece como mala sustituta de la capacidad de creaci¨®n cuando la sociedad se siente desorientada por las dudas y los rechazos que le llueven desde el poder.
Cualquier catastrofismo es, sin embargo, injustificado. El partido del Gobierno tiene l¨ªderes y capacidad para retomar los proyectos del cambio. Cuenta con un prestigio y apoyo internacional notables y va a protagonizar el hecho hist¨®rico de la integraci¨®n de Espa?a en Europa, que marcar¨¢ el fin del aislamiento de siglos. El impacto social -no s¨®lo econ¨®mico y pol¨ªtico- que este hecho ha de suponer en nuestro pa¨ªs puede y debe ser aprovechado por el PSOE en ese sentido. Ser¨ªa una manera de devolver el optimismo a sus electores.
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