Safari en coche por el centro de la ciudad
La arriesgada aventura de atravesar Madrid por su zona comercial
Ni un bando del carburador puede arreglar este caos del tr¨¢fico restringido. Madrid ya parece la ciudad prohibida. A lo mejor lo es. Y a partir de las once de la ma?ana, los automovilistas del barrio de Salarrianca se lanzan en combate para invadir el centro hist¨®rico.Desde su Horizon 653, la Polic¨ªa Municipal llama a la gr¨²a luego de otear el otro horizonte de Serrano. Los caballeros de la zona abandonan sus veh¨ªculos en la calzada y entran, tan lustrosos, a comprarse la agenda de 1985. Para estos caballeros, la agenda es como el coraz¨®n. Pero el Ayuntamiento les env¨ªa el cami¨®n cisterna y los roc¨ªa en un santiam¨¦n. Y es legal. Todo es legal. Hasta el grito de los porteros con abrigos verdes: "?Son b¨¢rbaros, jod¨¦, b¨¢rbaros son! ?Qu¨¦ punter¨ªa, meten la ducha en las bragas del personal!".
Luego, el personal asciende hacia la Gran V¨ªa. Y si puede, se para un momento a alegir la cesta navide?a. Poco mimbre y mucha pata negra adobada en celof¨¢n. Y se vuelve a producir el atasco. "?No me paren ah¨ª!", grita un empleado de Mantequer¨ªas Leonesas. "?Sigan, vayan al aparcamiento de Infantas!".
Pero ?qu¨¦ hay en ese aparcamiento? Hay un cartel que dice "completo". Y el tr¨¢fico duda, el tr¨¢fico se mete por lo prohibido desde Fuencarral hacia Gran V¨ªa, que no es grande para lo que lleva ni v¨ªa ¨²til, sino muerta.
Ah¨ª est¨¢ el guardia. Y la multa, si no hay un grandull¨®n que cubra el cuerpo del m¨¢s peque?o. Los que se cuelan sin escolta de autobuses son detectados por la autoridad. Y el alto produce, como es l¨®gico, m¨¢s atascos.
Sin embargo, no son beligerantes los guardias navide?os. En la Gran V¨ªa hay una pareja de agentes que se besan en los labios desde hace 24 semanas de ¨¦xito ininterrumpido. Y esto conforta no s¨®lo a los agentes de carne y hueso, sino a los ciudadanos cuando pasan frente a los cartelones del cine Avenida.
"Oiga, oiga, ?estoy cerca?"
El foll¨®n nace de Callao. Quieras que no, la corriente lleva hacia Jacometrezo, donde los coches aparcan en doble fila, con machismo ib¨¦rico de doble falo. Tambi¨¦n est¨¢ completo el parking de Santo Domingo. Hay que seguir oyendo voces de advertencia: "No se le ocurra parar en Preciados, ah¨ª te brean, el peat¨®n se te tira encima y los guardias te rematan".
Un se?or est¨¢ buscando desesperadamente el Palacio de las Mu?ecas. Le han dicho que ese palacio se encuentra en la Gran V¨ªa. Saca la cabeza por un hueco de su utilitario -nombre que deber¨ªa prohibirse- y repite: "Oiga oiga, por favor, ?estoy cerca o lejos de las mu?ecas?". Un taxista grita que siga hacia abajo: "?M¨¢s abajo, hacia la plaza de Espa?a, Espa?a", y parecen v¨ªtores de cuartel.
Entre pitos de guardias y flautas de ladrones es imposible encontrar el palacio de la mu?equer¨ªa. Y aunque lo encontrara, ?d¨®nde iba a estacionar el coche, en un garaje tambi¨¦n de juguete?
Ahora avanzan los coches hacia Princesa y pasan por la aglomeraci¨®n de Multicentro, donde una especie de guardia de choque obliga a los veh¨ªculos a seguir, a seguir siempre hacia abajo. Es el s¨ªndrome de La Coru?a. Y si no das un giro, pronto te ver¨¢s por la Cuesta de las Perdices.
En Hilari¨®n Eslava queda espacio justo para no raspar laterales. La marcha es lenta y forzosa. Una se?orita intenta bajar de su Panda para agarrar un jam¨®n con adornos de una tienda que hay en el n¨²mero 56 de esta calle, y los berridos de otros conductores la incrustan en el asiento. Ella protesta: "?Que es s¨®lo un momentito, un momentito!". Nada. Ni un momentito ni medio, aunque salga don Hilari¨®n a interceder.
Cea Berm¨²dez va cargado, pero al menos va. Es posible desviarse por Bravo Murillo imaginando que de alguna manera se llegar¨¢, al coraz¨®n de Madrid. ?O es que Madrid ya no tiene coraz¨®n?
En el cruce de Fuencarral con Carranza hay una larga hilera de taxis vac¨ªos. Con su luz verde iluminando la Navidad: "Es que no hay derecho, es que no lo entiende ni el que as¨® la manteca, leche. Nosotros aqu¨ª esperando un servicio y los se?oritos cada uno en su cochecito, anda, a llenar Madrid de cochecitos ?eh?".
Vuelve el mareo por la calle de San Bernardo. Pitidos, empujones, humos y esa eterna procesi¨®n de peatones hacia el Ministerio de Justicia saltando entrelos coches para sacarse el certificado de Penales, la papela que te piden "desde que la madre te pone el primer pa?al hasta que el hijo te coloca la mortaja
Pero la muerte, lo que se dice la muerte, aparece en el cruce de San Bernardo con Gran V¨ªa. All¨ª se alza un cartel imperativo: "No bloquear el cruce", algo imposible de obedecer. Porque a medias entre el sem¨¢foro y el guardia, ese bloqueo queda garantizado a cualquier hora: No hay sem¨¢foro en Madrid que cambie en menos que canta un gallo.
No obstante, para cantos hay que salir a ?pera. Esta plaza se ha convertido en almac¨¦n de veh¨ªculos p¨²blicos desde que a los privados se les prohibi¨® circular por Sol. El taxi, el bus y el coche oficial entran por aqu¨ª como Pedro por su casa, aunque la casa sigue sin cochera.
?D¨®nde se puede aparcar? ?C¨®mo comprar el arbolito de Navidad en la plaza Mayor? ?Qui¨¦n puede llegar a la plaza Mayor como no sea a cuatro patas? ?Se ve, desde este bosque de hierro, la. copa del tierno pino del bando de don Enrique?.
"Ni pino ni pena. Siga o actuamos"
Usted le pregunta al guardia por el pino, por el bando o por la plaza, y el guardia se pone en guardia. O sea, que tenemos a un guardia al cuadrado: "Ni pino ni pena. Siga, siga, o tendremos que actuar".
Y sigue el descenso de este r¨ªo por la calle de Cuchilleros, entre el mes¨®n del boquer¨®n y el del champi?¨®n y el de la tortilla. Todo son mesones para reponer fuerzas de un pie fundido al pedal.
?Habr¨¢ un mes¨®n de los huevos revueltos? ?Un rinconcito en el que obsequiar al empleado de la ORA -ora pro nobis, y no anotes ya m¨¢s-, aunque sea a unos berberechos en vinagre?
La plaza Mayor es el tablao de la gran fiesta rodada. "Por 2.000 pelas le pongo este abeto y se lo llevo al coche", dice el gitano que vende en la esquina. "Anda, Paquito, le llevas el ¨¢rbol al se?or a donde tenga el coche". Y Paquito se abraza al ¨¢rbol y ya no para: "Me dar¨¢ una propina, ?eh?, que el coche lo tiene lejos, ?eh? Me la dar¨¢, ?eh?"
Con esto de las prohibiciones de calles al tr¨¢fico privado, el peat¨®n parece un travestido vegetal. "Yo no puedo m¨¢s, me caigo aqu¨ª "sino", se lamenta una se?ora cubierta de rarner¨ªo. "El a?o pr¨®ximo me traigo al nieto con una carreta, caramba, lo que est¨¢ bien est¨¢ bien".
Donde no hay prohibici¨®n y guardia hay zanja en la calle para rfiortificar al coche. Esto de las zanjas que se abren y no se cierran merecer¨ªa otro bando escrito y rubricado. Los veh¨ªculos saltan hacia el Rastro desde Tirso de Molina, por el Mes¨®n de Paredes abaJo , y embisten las furgonetas por la calle de Juanelo, por la calle del, Oso y luego por la calle del Sombrerete. Por ah¨ª sale un tipo con espada de Toledo y se va abriendo paso. Madrid es un peligro. Madrid es un cementerio de coches alrededor de la catedral, y por all¨ª vamos a salir a la calle Mayor, ombligo portentoso de Espa?a.
En esta calle s¨®lo se ve estacionado un veh¨ªculo del Ej¨¦rcito, con recluta dentro, frente a una tienda especializada en bustos de Franco, De Gaulle, P¨ªo XII y Hitler con la manita en alto.
Mano con guante blanco
Ahora bien, la mano que cuenta es la de la agente municipal, con guante blanco, destacada entre los carteles que bloquean el paso a los coches que pretendan penetrar en Sol. Ah¨ª est¨¢ ella, la n¨²mero 4511-1, con su rev¨®lver al cinto y el tac¨®n crecido, parando a los intr¨¦pidos. Dice. "Se me quieren colar todo el tiempo, sobre todo las motos, pero yo no lo permito, ?alto!, y los mando hacia Arenal, aunque algunos me embisten".
?Pobre se?orita agente! ?Qu¨¦ mala es la gente sobre dos ruedas! Incluso sobre cuatro es mala, muy mala. Se quiere colar a Sol. Pero ?qu¨¦ se les ha perdido en Sol?
El tr¨¢fico vira hacia la plaza de las Descalzas y, de repente, surge, al final de este safari urbano, la gran selva en la fachada del gran almac¨¦n, vemos eso que llaman Cortylandia: cocodrilos, elefantes, girafas, serpientes y hasta monos balance¨¢ndose en las ramas, mientras los ni?os, desde el autom¨®vil imparable, piden bajar. Pero bajar es imposible. Hay que seguir por la pendiente hacia el surtidor de gasolina. Para eso est¨¢ all¨ª el se?or de la ORA, diciendo que en toda la zona s¨®lo pueden estacionar los residentes. Por ¨²ltimo, vemos que de la cola de un cocodrilo sin paragolpes sale el bel¨¦n, un aut¨¦ntico bel¨¦n con el nacimiento, todo ¨¦l rodeado de papagayos.
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