Doctor Johnson, encomio de la curiosidad
El segundo centenario del doctor Samuel Johnson, pol¨ªgrafo brit¨¢nico del siglo XVIII, cuya biograf¨ªa escrita por James Boswell es uno de los libros cl¨¢sicos de la literatura universal, ha pasado bastante desapercibida en nuestro pa¨ªs. Con este motivo, el autor de este trabajo se permite el recuerdo y la valoraci¨®n de este extraordinario personaje y de su larga pervivencia como figura intelectual.
Llevada por un deambular incesante y acuciada por la curiosidad, Orlando -que por mor de dicha curiosidad, y como un nuevo Tiresias, ha dejado de ser hombre para recorrer el mundo y la historia como mujer- vaga una noche por las calles de Londres cuando de pronto algo llama su atenci¨®n. En una ventana iluminada de cierta casa de Bolt Court, tres figuras velan a la luz de un candil, y Orlando, ¨¢vida de secretos e intimidades, esp¨ªa sus movimientos y, aunque se niega a comunicarnos lo que escucha, nos ofrece en cambio un boceto en claroscuro de la tertulia.Como un ¨¢rbitro ciego, la anciana Mrs Williams preside un di¨¢logo o -casi con seguridad- un mon¨®logo que no entiende, escoltada por las dos figuras capitales de la escena: Boswell, que para Orlando no es m¨¢s que "una sombrita de labios salidos que no se quedaba quieta ni un segundo", figura por lo dem¨¢s "inc¨®moda, petulante, servil", y el doctor Johnson, esa "sombra corpulenta de aire romano" que sin cesar se "torc¨ªa los dedos de manera muy rara y mov¨ªa la cabeza de un lado a otro". A Orlando le basta esta escena para que, conmovida y feliz, se retire de la ventana, segura de que gracias a la visi¨®n vivida "la envidiar¨¢n los siglos venideros". Transcurridas unas cuantas l¨ªneas suenan 12 campanadas y el siglo XVIII muere, y en su lugar, y bajo la poco optimista forma de "una pesada tiniebla turbulenta", surge el siglo XIX.
?Qu¨¦ ha ocurrido? Si evaluamos la situaci¨®n descrita podemos suponer que el magisterio de Samuel Johnson culmina una era y que, ante las "turbulentas tinieblas" del siglo que nace -y que, a su vez, ve nacer a la autora de Orlando, casi 100 a?os despu¨¦s de muerto el inquilino de Bolt Court-, el doctor encarna la met¨¢fora de un siglo cuyas complejas nupcias de raciocinio y sensibilidad han auspiciado las Luces.
Pero m¨¢s all¨¢ de la intenci¨®n que anim¨® a Virginia Woolf a evocar a Johnson cabe valorar el significado de la larga pervivencia de su figura intelectual, unida siempre a la de su controvertido amanuense Boswell. La pareja concita una rotunda divisi¨®n de opiniones, pues a la un¨¢nime apolog¨ªa que siempre se ha hecho del autor del Diccionario de la lengua inglesa corresponde una implacable tanda de dicterios contra el pobre Boswell, sin cuyo concurso -La vida de Samuel Johnson- la presencia del doctor aparecer¨ªa hoy desvalorizada o, al menos, desdibujada.
La propia Virginia Woolf obsequia a Boswell con un comentario cruel, y los calificativos "petulante" y "servil" son ilustrativos de lo que se ha dicho de ¨¦l desde que empez¨® a frecuentar el Literary Club, el cen¨¢culo del imprevisible y ol¨ªmpico escritor, sin contar con la suerte -y sin duda inteligencia- de Eckermann, otro amanuense de excepci¨®n. Boswell se limit¨® a comprobar el aserto de Wilde en el sentido de que "cada cual debe escribir el diario de alg¨²n otro", misi¨®n que se cumple en los casos de Stevenson y Kipling, para no salirnos del dominio ingl¨¦s, ya que sus diarios -y quien dice diarios dice memorias- fueron escritos, ay, por sus mujeres.
"El ingl¨¦s m¨¢s genuino"Pero Johnson monopoliz¨® todos los elogios. Mientras alguien afirmaba que ¨¦l era "el ingl¨¦s m¨¢s genuino que Dios cre¨®", lord Chesterfield, deslumbrado por la grandeza lexicogr¨¢fica del Diccionario -muy lejos estaban todav¨ªa los de Webster y Oxford-, propuso que el doctor fuera nombrado "dictador de nuestra lengua". Carlyle fue m¨¢s equitativo: por un lado, entroniz¨® a Johnson, en su Tratado sobre los h¨¦roes, como ejemplo del literato por antonomasia, y, por otro, caricaturiz¨® a Boswell en Sartor Resartus, y adem¨¢s lo defini¨® como "una enorme y atronadora imbecilidad".
Pero, m¨¢s all¨¢ de todos estos juicios, Johnson estuvo marcado desde su infancia por la curiosidad, esa incurable adicci¨®n que comparten por igual, aunque con diferentes registros, sabios y mujeres. Se dio el lujo de nacer en una librer¨ªa -?no radicar¨¢ en este hecho parte del entusiasmo que Borges manifiesta por el doctor?- y a los tres a?os sufri¨® su primera decepci¨®n a causa de una mujer: aquejado de escrofulosis, fue llevado ante la reina Ana para que ¨¦sta, merced al contacto mayest¨¢tico, lo curase, pero la terapia regia fue in¨²til.
No obstante, sobrevivi¨® y tuvo tiempo suficiente para sentar una s¨®lida teor¨ªa sobre la curiosidad, en la que advirti¨® un s¨ªntoma de inteligencia vigorosamente orientada hacia la perfecci¨®n del conocimiento, lo que lo aproxima a Lessing, que confesaba hallar m¨¢s placer en la b¨²squeda de la verdad que en la verdad misma. Sin embargo, anota que la curiosidad desmedida puede, como es el caso de un tal Nugaculus y la mayor¨ªa de las mujeres, conducir a los m¨¢s grandes e irreparables desprop¨®sitos.
A Johnson se le considera el hombre que m¨¢s ley¨® en su ¨¦poca, y fue el primero en proclamar la universalidad de Shakespeare, cuya obra anot¨® cr¨ªticamente, y en denunciar las supercher¨ªas de los cantos de Ossian. En su ensayo sobre Milton -Vida de los poetas- hizo una digresi¨®n para recomendar, muy sensatamente, no creer en los contempor¨¢neos, idea recurrente en la mayor parte de su obra.
En este sentido, su producci¨®n literaria es de todos conocida: poemas, ensayos, un par de textos de ficci¨®n (la tragedia Irene y el relato La historia de Raselas, pr¨ªncipe de Abisinia), el c¨¦lebre Diccionario y una infinidad de art¨ªculos que publicaba en su peri¨®dico, The Rambler -t¨ªtulo en el que la curiosidad pasea-, art¨ªculos de los que s¨®lo se conocen cuatro o cinco que no son de su cosecha, algo similar a lo que ocurri¨® con la revista Die Fackel, de Karl Kraus, tambi¨¦n cr¨ªtico implacable a la vez que conciencia fustigadora de su tiempo.
En cuanto a la curiosidad en su sentido m¨¢s v¨¢lido -el af¨¢n de conocer lo que nos es ¨²til y no aprender s¨®lo por el prurito de conocer lo que los dem¨¢s ignoran-, Johnson nos ofrece en Raselas a un pr¨ªncipe dominado por una placentera ociosidad, que termina por hastiarlo y que le lleva a huir de la molicie para recorrer el mundo, impelido por su sed de conocimientos. Raselas, orientado por Imlac, su mentor -es el siglo de Emilio-, descubre que quien desea saber debe "despojarse de los prejuicios de su pa¨ªs y de su tiempo y ha de contemplar la verdad y el error en su estado abstracto e invariable; ha de dejar de lado las leyes y las opiniones contempor¨¢neas y elevarse a las verdades trascendentales, que siempre son las mismas".
Pero Nekayah, la hermana de Raselas, discrepa de esta filosof¨ªa y elabora la suya propia. Ella es una feminista avant la lettre, y no s¨®lo levanta barricadas contra el matrimonio sino que, atra¨ªda por la otra noci¨®n de la curiosidad, quiere fundar un colegio de mujeres sabias. En este sentido, no hay que olvidar la actitud de Johnson respecto a las pensatrices, a las que ridiculiza sin piedad, como cuando exclama: "?Oh, Se?or, una mujer que filosofa es como un perro que camina sobre las patas traseras: no lo hace bien, pero queda uno sorprendido de que lo haga, sea como sea!".Curiosidad y m¨¦todo
?Qu¨¦ es a todo esto la curiosidad? Un impulso de libertad frente al dogmatismo de las grandes certezas; un instinto que busca su definici¨®n en la respuesta, lo que no impide que esta respuesta desencadene un nuevo interrogante. De esta forma la curiosidad, en tanto apetito insatisfecho, puede encarnar un sistema de vida. Pero hay un elemento sin el cual dicho apetito no consigue orientar sus b¨²squedas en pos de nuevas metas, y s¨ª, en cambio, confundir sus logros en el espejismo de una falsa o aparente verdad.
Ese elemento, consustancial al esp¨ªritu cr¨ªtico del siglo XVIII y que hermana a Johnson con su coet¨¢neo Lessing, no es otro que el m¨¦todo. Las universidades de Oxford y Dubl¨ªn supieron apreciar la l¨ªnea trazada por el doctor en sus investigaciones lexicogr¨¢ficas e hist¨®ricas, mientras que cualquiera puede suscribir hoy la raz¨®n de sus propuestas morales. Por otra parte, ese m¨¦todo es lo que diferencia la curiosidad del sabio (Imlac en Johnson, Nathan en Lessing) de la curiosidad utilitaria de Nugaculus y Nekayah, personajes con los que se busca zaherir a emp¨ªricos y diletantes.
No hay que olvidar que las "mujeres sabias" que quiere resucitar Nekayah son las mismas que ridiculiz¨® Moli¨¨re un siglo antes y a las que Thackeray, un siglo despu¨¦s de Raselas, vapule¨® con el concurso del propio doctor en La feria de las vanidades. Por un lado, le da entrada esc¨¦nica a la "sabia amiga de Johnson", miss Pinkerton, que le regala el Diccionario a la joven Becky Sharp, y, por otro, subraya el "acto heroico" de Becky, que sin vacilar arroja el libro al jard¨ªn donde pastan los h¨¦roes como un adi¨®s al tedio escolar y una bienvenida al mundo y la vida.
De esta forma, si Orlando nos abre la ventana de la casa de Johnson, Becky Sharp nos la cierra al liberarse del grueso "sandwich", como llaman al libro. El personaje de Virginia Woolf parece darse la mano con la fascinante hero¨ªna de Thackeray, ya que, a pesar de las s¨¢tiras del doctor contra su sexo, estas dos mujeres contribuyen de alguna manera a su inmortalidad: la primera, porque a nombre de la curiosidad vive en carne propia la gloria y las miserias del mundo; la segunda, porque al apostarlo todo a la vida encarna mejor que nadie la feria de las vanidades. No hay que pasar por alto el hecho de que el mejor poema de Johnson es el que precisa y elocuentemente se titula La vanidad de los deseos humanos: una vanidad ante la cual no hay curiosidad que se resista.
es cr¨ªtico literario y novelista, autor, entre otros libros, de El toque de Diana.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.