'Pro lingua latina (et non solum .. )" / 1
Este art¨ªculo es la primera parte de un trabajo en el que el autor hace una defensa de la necesidad de la ense?anza del lat¨ªn en el sistema educativo espa?ol, analizando la relaci¨®n de la especializaci¨®n tecnol¨®gica de este final de milenio con el equilibrio que le proporcionar¨ªa el conocimiento human¨ªstico, identificado, en este caso, con el dominio de las lenguas cl¨¢sicas.
Si los dioses antiguos no lo remedian, miles y miles de adolescentes espa?oles, dentro de un a?o o de dos, iniciar¨¢n su bachillerato sin asomarse al universo cultural de la lengua latina y lo terminar¨¢n sin haber declinado ni conjugado los incitantes recursos de esa lengua y de esa Cultura. Dentro de cuatro o cinco a?os,, esos miles de muchachos espa?oles, ya en la antesala de una profesi¨®n, que les va a exigir saberes muy especializados y precisos, recoger¨¢n con sus manos tecnificadas e informatizadas un t¨ªtulo, el de bachiller, que carecer¨¢, como sus manos, de emoci¨®n y de temblor. Ese d¨ªa, en alg¨²n lugar de este inmenso p¨¢ramo, miles y miles de j¨®venes espa?oles se comprometer¨¢n (sin lat¨ªn, con muy poco pasado y casi nula reflexi¨®n hist¨®rica) con una profesi¨®n, muy t¨¦cnica y muy especializada sin duda, que servir¨¢n, pocos a?os despu¨¦s, desde una concepci¨®n muy poco cultural y desde un esquema moral en que muy pocas cosas ser¨¢n cuestionadas.Que las primeras palabras de este art¨ªculo, m¨¢s censorio que elegiaco, sean una incursi¨®n en el firmamento de la mitolog¨ªa grecorromana no debe interpretarse como ret¨®rica f¨¢cil. En efecto, ?qu¨¦ dioses, salvo los antiguos, podr¨¢n evitar la fractura cultural que se est¨¢ dise?ando y perpetrando por quienes, en nombre de una Modernidad con may¨²scula, se consideran int¨¦rpretes correctos de los signos de los tiempos? Eliminar por decreto el lat¨ªn, las humanidades cl¨¢sicas y otras humanidades puede entusiasmar a quienes est¨¢n embriagados por ciertos signos de hoy, signos que son aparatos, tecnolog¨ªas, n¨²meros abstractos y esquemas as¨¦pticos, necesarios y ¨²tiles, sin duda alguna, en la medida en que se aborden o se utilicen en una atm¨®sfera de cultura donde se den cita est¨¦tica, ¨¦tica, esp¨ªritu cr¨ªtico y reflexi¨®n sobre el pasado, que es, a la vez, meditaci¨®n sobre nuestro puntual presente, p¨®rtico del futuro. Borrachos de f¨¢ciles signos, embriagados por superficiales gestos, excomulgan por decreto lo que es una de las sustancias ¨ªntimas de lo que llamamos cultura occidental, es decir, de lo que constituye el m¨¢s vasto e ilustre cap¨ªtulo de la cultura mundial.
Contra lengua y literatura
Si queremos oponernos eficazmente al proyecto de bachillerato, ser¨¢ indispensable para defender adecuadamente el lat¨ªa defender tambi¨¦n otros saberes en ese proyecto notablemente disminuidos o desvirtuados. Dicho de un modo muy simple, el nuevo bachillerato atenta gravemente, al regatear horas de clase, contra la lengua y la literatura, disciplinas ya no muy favorecidas en los horarios actuales. Tal atentado no s¨®lo es un atentado contra la capacidad discursiva del alumno (muy pronto ciudadano de pleno derecho), sino contra su pensamiento, ya que el pensar se conduce, se vertebra y se articula ling¨¹¨ªsticamente.
Ya aqu¨ª conviene se?alar que, desde hace algunos a?os, miles y miles de adolescentes y de j¨®venes de nuestro pa¨ªs manifiestan (y a veces hacen gala de ello) un pobre, cuando no paup¨¦rrimo, discurso ling¨¹¨ªstico. Un limitado vocabulario (arg¨®tico frecuentemente), bastantes frases anacol¨²ticas, una sintaxis muy simple (m¨ªsera en nexos) y un evidente desinter¨¦s por el registro idiom¨¢tico exigido por la situaci¨®n o el contexto son, en mi opini¨®n, las principales caracter¨ªsticas del discurso juvenil espa?ol, a veces fomentadas por adultos con responsabilidades educativas que consideran reaccionario o poco moderno hablar bien. Por otra parte, no pocos estudiantes de bachillerato perciben en el discurso ling¨¹¨ªstico culto, esmerado y matizado de ciertos adultos signos de clase que detestan. Nadie ignora que la juventud siempre ha tenido sus se?as de identidad, las ling¨¹¨ªsticas incluidas, pero lo inquietante de esta hora es el desd¨¦n superlativo por todo lo que signifique esfuerzo idiom¨¢tico, desd¨¦n que lleva a la juventud a dejar en manos del enemigo de clase (adultos, profesores ... ) dones que los j¨®venes deber¨ªan ser los ¨²ltimos en desde?ar o rechazar: el poder persuasivo de las palabras, la l¨®gica y la belleza intelectual del discurso bien construido y la fruici¨®n (propia y ajena) que las palabras afanosamente buscadas producen.
As¨ª las cosas, quienes deber¨ªan ser int¨¦rpretes sagaces del acontecer hist¨®rico, de nuestras carencias y de nuestras necesidades culturales, disminuyen las horas lectivas de lengua y literatura y decretan la muerte del lat¨ªn en el bachillerato. El resultado ya est¨¢ claro: menos clases de ejercitaci¨®n idiom¨¢tica (oral y escrita), menos horas de lectura orientada de autores cl¨¢sicos (literatura) y menos tiempo de reflexi¨®n sobre la lengua (gram¨¢tica), todo ello agravado por la circunstancia de que los alumnos, sin rudimentos de lat¨ªn, no podr¨¢n establecer, ni con la ayuda del profesor, las relaciones y filiaciones verbales que tanto han esclarecido las reflexiones idiom¨¢ticas de tantas y tantas personas (no necesariamente ling¨¹istas) y tanto han enriquecido la sem¨¢ntica y la andadura del discurso, aun en conversaciones no trascendentes.
Y todo ello en nombre de la modernidad, cuyos signos, as¨¦pticos o no, ser¨ªa err¨®neo rechazar, casi tan err¨®neo como despojar o privar a los ciudadanos de actitudes culturales y discursivas que nos permitan ser due?os de los modernos instrumentos, y no sus fascinados esclavos. En realidad, el desaf¨ªo de las modernas tecnolog¨ªas y de los complejos aparatos actuales exige de nosotros, de nuestros planes de estudio y de nuestros programas educativos una entrega importante a la informaci¨®n hist¨®rica (tambi¨¦n muy mermada en el futuro bachillerato) y a la formaci¨®n cultural, indisolublemente unidas, siempre que se impartan con talento y la adecuada erudici¨®n, al esp¨ªritu cr¨ªtico y al talante ¨¦tico, al sentido moral. Hoy m¨¢s que ayer, a¨²n m¨¢s que ayer, se necesita esa formaci¨®n cultural y esa informaci¨®n hist¨®rica.
Preparar a los ni?os, a los adolescentes y a los j¨®venes para el mundo tecnificado de hoy exige, secundariamente, las precisiones a que obligan los nov¨ªsimos objetos t¨¦cnicos y ciertos saberes recientes, pero exige previa y primordialmente un compromiso te¨®rico y pr¨¢ctico con lo que tradicionalmente se ha llamado cultura. Sin las humanidades -otro hermoso y decidor nombre tradicional- no es posible dise?ar profesionales a la altura ¨¦tica -y est¨¦tica- de nuestro tiempo.
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