Narciso de izquierda a derecha
Nadie es tan rid¨ªculo como aparenta en calzoncillos largos y calcetines, ni tan noble como se le ve a caballo. Pero aquel en quien supremamente se reconcilian el l¨¢ser y la mariposa, Dos Mil Uno y las eleg¨ªas del Duino, La Polla Records y Al Jarreau, ese pr¨ªncipe que quiz¨¢ ignora su excelsitud s¨®lo deslumbra del todo sobre una Kawasaki". Es esto m¨¢s o menos lo que piensa Jacinto viendo llegar a Narciso sobre su moto nueva, con Peon¨ªa a la gripa, desde su atalaya de un abrevadero en Las Vistillas. El Manzanares trae voces y cuchicheos olvidados, susurros de amor que se han suicidado en el r¨ªo tir¨¢ndose desde el puente de Segovia. Y recuerda Jacinto viendo cabalgar a Narciso en su moto al joven Alejandro -16 a?os- cargando a la cabeza de la caballer¨ªa macedonia sobre un Buc¨¦falo montado a pelo, all¨¢ en Queronea, contra el batall¨®n tebano. En esta rememoraci¨®n digna de Dino de Laurentfis sobra, ocioso es decirlo, la inesquivable presencia de Peon¨ªa.La moto proviene de un trabajo eventual de disc jockey en un local de imperiosa moda -cerrado a los cuatro meses de su apertura por incumplimiento de ciertas ordenanzas municipales, seg¨²n parte oficial- que le ha resultado a Narciso sorprendentemente mun¨ªfico. Jacinto ha colaborado con un pr¨¦stamo a fondo perdido que forma parte de su personal campa?a pro-Narciso, ecol¨®gico movimiento monoplaza que pretende colaborar al brillo y esplendor de la flora turbadora; de su fijeza, en cambio, m¨¢s vale no hacerse acad¨¦micas ilusiones. Y llega Narciso, con Peoma y sobre Kawasaki, estruendo bramante de gloria urbana, turbi¨®n ang¨¦lico de media cilindrada, reciente, nuevo. Piden cocas (bebida que trae cola) y zarandean alborozadamente a Jacinto -all alone- que sorbe su tercer solisombra, para luego ponerse a comentar el mundo, como si realmente algo dependiera de nuestra curiosidad o nuestro fervor.
-Oye, Jacinto, ?por qu¨¦ los intelectuales en general y los fil¨®sofos en particular han dimitido de su funci¨®n cr¨ªtica frente al poder establecido? -cuestiona Narciso, con el mismo inter¨¦s desapasionado pero alegre que mueve a cualquier naturalista alem¨¢n a interesarse por los vicios reproductores del oso panda.
-Pero, ?qu¨¦ dices, criatura? ?De d¨®nde sacas ... ?
-Es que hemos le¨ªdo esas declaraciones de Llu¨ªs Llach, tan cojonudas -aclara Peon¨ªa- Ya sabes, que nadie le chista a los que mandan, que los fil¨®sofos hacen programas de radio en lugar de pensar, y que los buenos fil¨®logos se dedican a la mala filosof¨ªa.
Jacinto pega un resoplido de asco metaf¨ªsico que le hubiera envidiado don Arturo Schopenhauer, y provoca as¨ª una min¨²scula tormenta ambarina en la copa de solisombra.
-?Dios m¨ªo, cu¨¢nto jaleo hay que armar para conseguir un programa de televisi¨®n! Y eso que ya le han dedicado dos...
-Pero es que no le respetan sus explicaciones pol¨ªtico-ut¨®picas -precisa Peon¨ªa- y se limitan a sus canciones, como si bastaran por s¨ª mismas...
-En esto tiene raz¨®n -confirma ferozmente Jacinto-, las canciones por s¨ª solas son poca cosa. Con lo que hay que pensar para hacer cualquier programa de radio mediano pueden componerse todas las canciones fabricadas por ese se?or en los ¨²ltimos 18 a?os y sobra suficiente meditaci¨®n como para traducir tres o cuatro al esperanto. Claro que los raciocinios te¨®ricos que las acompa?an a¨²n son m¨¢s magros de cacumen: refritos sin digerir del paleomayo, puestos al d¨ªa con m¨¢s celo que tino para que no decaiga la imagen l¨²gubre-heroica que tan buen resultado sigue dando con los incondicionales de siempre, hoy mayoritariamente de mediana edad...
-Pues a mi madre le gusta mucho La estaca.
-Lo que te digo. Y escucharla con una cerilla en la mano, como la estatua micro filizada de la Libertad Lamarque. Hay que ser hortera, vaya.
-?Oye, no te metas con mi madre!
-Nunca he acatado la necesidad de venerar a los bobos bajo pretexto de que est¨¦n relacionados con ciertos recuerdos dudosamente tiernos de nuestra juventud. Sobre todo cuando tales sujetos han obtenido ya ganancias m¨¢s que suficientes de aquellos entusiasmos ingenuos.
Jacinto apura el solisombra, pide urgentemente otro, y prosigue con ¨¢cido verbo su diatriba.
-?Qu¨¦ fastidio de jacobinos egoc¨¦ntricos, siempre arranc¨¢ndose la costra de las viejas heridas para que todo el mundo sepa que a¨²n tienen los estigmas que los ungen como elegidos! Y qu¨¦ imb¨¦cil esterilidad la de quienes s¨®lo saben afirmarse rega?ando al pr¨®jimo. Como muy bien se ha dicho, todo el mundo tiene el derecho a ser vanidoso mientras no adquiere celebridad: pero conservar la vanidad despu¨¦s y adem¨¢s no renunciar al papel de censor universal...
-Pero ?es qu¨¦ acaso no hay autores malditos? -protesta Peon¨ªa.
-Normalmente no suelen tener la posibilidad de emplear las p¨¢ginas de los principales peri¨®dicos para dar noticia de su marginaci¨®n, ni conceden rueda de prensa y radio para hacer p¨²blico que a ellos nadie les hace caso porque no se venden. Incluso conozco malditos que se dedican a su obra en lugar de reprochar virtuosamente a los dem¨¢s el af¨¢n publicitario que para s¨ª mismos por lo visto quisieran monopolizar...
Aqu¨ª el pobre Jacinto cree hablar de s¨ª mismo, autor ignorado de dos tragedias en cinco actos de ambiente florentino y de una atrevida preceptiva er¨®tica novelada que tiene por t¨ªtulo provisional El eterno retorno de lo ni?o. La verdad es que, como sabemos, a ¨¦l tampoco le falta morbo fustigador y vis reprochante.
-A m¨ª sigue pareci¨¦ndome que Llu¨ªs Llach tiene m¨¢s raz¨®n que un santo -inspira la belicosa Peon¨ªa.
-Para ser santo lo primero es renunciar a tener raz¨®n -asegura fr¨ªamente Jacinto. Y Narciso se siente obligado a un quite para evitar que el enzarzamiento bordee lo borde.
-Bueno, pero ?y los fil¨®sofos, qu¨¦? ?Critican o no critican?
-De todo hacen, los cuitados. Yo no he visto un gremio m¨¢s soso y desva¨ªdo pero del que misteriosamente se esperen m¨¢s insignes campanadas. Pero que fil¨®sofo ya no se puede ser nada: s¨®lo cantautor comprometido. Alguno hay que hasta sale por televisi¨®n anunciando sabidur¨ªa, de modo que t¨² calcula. ?Criticar? ?Y por qu¨¦ no?
Lo importante es hacerse el ciclo de los colegios mayores y las cajas de ahorro, para lo cual siempre ayuda un poco sentar plaza de malo. Como no va a ir uno por el mundo hablando de la dial¨¦ctica trascendental en Kant, hay que buscarse cosas m¨¢s jugosas. Te dir¨ªa que ahora hasta se critica m¨¢s y m¨¢s a gusto que antes. Hay reciclajes sorprendentes, como el de alg¨²n pensador radical que vende hoy como novedad lo que los situacionistas dec¨ªan hace 15 a?os, cuando al sabio en cuesti¨®n le atareaban eruditas disquisiciones sobre sidos proposiciones de lenguaje religioso, por ejemplo "Dios es uno y trino" y "Es uno que trina como Dios", esconden el mismo contrabando sem¨¢ntico. Ser cr¨ªtico y audaz es cosa al alcance de todos los bol sillos, basta con lanzar de vez en cuando en tono prof¨¦tico "?El poder hace el juego a la derecha.'" o "Se est¨¢ olvidando el proyecto ut¨®pico".
-Y eso del proyecto ut¨®pico, ?qu¨¦ viene a ser?
-Mayormente nadie lo sabe, aunque desde luego parece que en Camboya no ha funcionado demasiado bien. Pero, pobres fil¨®sofos, d¨¦jalos. Peor son los intelectuales de las culturas oprimidas.
-Hombre, si est¨¢n oprimidas...
-?Y bien que deben rezar ellos porque nunca dejen de estarlo! En una cultura no oprimida, es decir, no obsesionada con que lo est¨¢, esos sujetos no tendr¨ªan aceptaci¨®n ni como barrenderos, oficio demasiado limpio y ¨²til para sus capacidades.
-?Qu¨¦ barbaridad! ?Te habr¨¢s quedado a gusto, t¨ªo! -a Peon¨ªa esos arrebatos iconoclastas de Jacinto le parecen pura pose resentida, pura pose con pus, cuando no algo peor- ?Y qu¨¦ me cuentas de los intelectuales de la derecha? ?O es que s¨®lo los progres tienen defectos, mientras que los lameculos y tiralevitas son ¨¢ngeles inmaculados?
-?Intelectuales de derechas? ?Pero si todos los intelectuales son de derechas y de izquierdas a la vez!
-?Y eso por qu¨¦? -inquiere inquieto Narciso, al que tanta extremosidad le va aburriendo un poco.
-Pues por la misma raz¨®n por la que Bernardino de Saint-Pierre dec¨ªa que los perros suelen ser de dos colores, uno m¨¢s claro y otro m¨¢s oscuro: para que no se confundan con los muebles de la casa.
Peon¨ªa no se inmuta ante estas geniafidades provocadoras del cada vez m¨¢s dolorosamente sarc¨¢stico pesimista.
-Puedo decirte cuando quieras el nombre de varios intelectuales que ser¨¢n lo que te parezca, pero apoyan a la derecha cada vez que abren la boca.
_No te molestes, los conozco. Pero convendr¨¢s que antes todos ellos fueron de izquierdas. Aqu¨ª de derecha-derecha de toda la vida s¨®lo ha sido don Ram¨®n Serrano Sufter. Ahora para la legitimaci¨®n te¨®rica de la derecha se emplean neoconversos a la buena nueva del peligro ruso o la brutal tiran¨ªa nicarag¨¹ense y reinventores de los valores eternos encarnados principalmente por la Guardia Civil, la bandera, la monarqu¨ªa y la ley Antiterrorista. Pero ?qu¨¦ le vamos a hacer? La especie humana no da para m¨¢s, sobre todo por estas latitudes.
-Entonces, seg¨²n t¨², contra el poder establecido no se puede decir nada...
-S¨ª, que vaya mierda, pero para eso no hace falta ser intelectual ni fil¨®sofo ni bardo quejumbroso de amores contrariado por TVE.
Llega el momento en que Narciso siente que hay que descender con intrepidez hasta el coraz¨®n mismo de las cosas.
-Este... Oye, Jacinto, y ?qu¨¦ es lo que tiene la derecha de malo?
-?No te dar¨ªa lo mismo que te contase lo que puede tener la izquierda de bueno?
-No, pero si te empe?as empieza por ah¨ª.
-La izquierda tiene de bueno que siempre pierde. Es decir, que no puede ganar sin dejar de ser izquierda.
-Y entonces, la derecha...
-?Qu¨¦ tiene de malo la derecha? Pues el dinero, claro. Lo malo de la derecha es que es la sede del dinero, la depositaria cuasi-universal de esa discutible invenci¨®n.
-Yo al dinero no le encuentro nada de malo, salvo que se acaba.
-?Y te parece poco? Eso, que se acaba, es lo peor de lo peor en casi todos los campos. De ah¨ª nacen nuestras m¨¢s atroces obligaciones y nuestros m¨¢s vergonzosos compromisos.
Peon¨ªa introduce el toque de actualidad en lo que ella siente como demasiado brumosa comedura de coco (sospecha a veces, la muy ladina, que lo que quiere co merle Jacinto a Narciso no es s¨®lo el coco):
-A m¨ª me parece que lo m¨¢s tirado de la derecha no es que tenga el dinero, sino que se lo haya llevado ya casi todo a Suiza.
-Es que la derecha es muy dada a an darse con evasivas...
-Claro que, si ellos se llevan el dinero hasta all¨ª, es para estar seguros que lo tienen de veras, ?no? -se?ala reflexivamente Narciso.
-Eso es. El dinero es un bien que hay que tener siempre a mano, es decir, fuera. Digamos que no puede haber aut¨¦ntica riqueza interior...
Lanza Peon¨ªa, que trabaja en un banco aunque ella no tiene m¨¢s culpa que los de m¨¢s, pobre chica, un virtuoso suspiro. -Supongo que por eso suele decirse que el dinero no da la felicidad... Y Jacinto concluye, melanc¨®licamente:
-Yo creo que ni siquiera la felicidad puede dar la felicidad.
-Entonces, qu¨¦ le vamos a hacer, tendremos que ir a correr un poco por la M30. Quiero ense?arle a ¨¦sta que mi cacharro es capaz de un total subid¨®n -y Narciso, animosamente, palmea el dep¨®sito de su moto como para evitar equ¨ªvocos.
Se los lleva el trueno. Bendice con interno y desesperanzado sollozo Jacinto al m¨¢s resplandeciente de sus contempor¨¢neos. La pareja se detiene en un sem¨¢foro poco m¨¢s adelante y un chico de rostro ajado, con fatiga villana por el cuerpo, se acerca para venderles pa?uelos de papel. Dos paquetes a 100 pesetas. Narciso rebusca en el pantal¨®n de sus vaqueros ajustados, saca los 20 duros y entrega los Kleenex a Peon¨ªa para que los guarde donde pueda. Luego centramina al vendedor callejero con un tibio "?suerte!", antes de que el sem¨¢foro salte al verde. El damnificado de la vida le mira la moto y le mira la chica, envidi¨¢ndole quiz¨¢ m¨¢s la segunda que la primera; despu¨¦s le sonr¨ªe con palidez
-todo el mundo, antes o despu¨¦s, sonr¨ªe a Narciso- y le gru?e con inesperada sinceridad: "?Suerte!".
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