Blanca Marsillach
FRANCISCO UMBRALViene a mi dacha, mediod¨ªa del domingo, en un fragor de padres y de perros. Muchacha que tanto hemos perseguido, para hacerle una cr¨®nica del alma, o para hacer de ella el alma de una cr¨®nica, est¨¢ ahora aqu¨ª, adolescencia adusta, ojos intencionados, zapatos que se quita para que el dobermann le vaya lamiendo los pies. "Soy la hermana maldita, Umbral".
Un mediod¨ªa, ya digo, de domingo, de padres y de perros. Blanca 'Marsillach se sienta en el suelo. Mi m¨¢quina de escribir, mi valentine roja est¨¢ de pie en la mesa, interrumpida. Blanca ha visto un parch¨ªs y quiere jugar al parch¨ªs. "Luego, mujer". Es una criatura r¨¢pida, de 18 a?os, s¨®lida y delicada, de belleza casi adusta, que de pronto se hace soluble en su risa de ni?a, inesperada y entregada. Es la adolescente/testigo de quien nunca sabemos, los maduros, si nos est¨¢ juzgando con ironia o -ay-, lo que a¨²n ser¨ªa peor, con condescendentia. Durante el almuerzo me alarga un cuchillo:-?Es para que te mate, amor?
Pero es el cuchillo de los quesos. Y ella me trae la tabla. Ha venido vestida de moderna, quiz¨¢ de postmoderna.
-El cine de Almod¨®var.
-Nada, no. No me veo en ese cine.
-Si ma?ana, lunes, tuvieras que iniciar un rodaje, ?preferir¨ªas representar el personaje que eres o un personaje imaginario, fant¨¢stico, intemporal?
-Intemporal. Lo de hoy ya lo vivo. No necesito interpretarlo.
Ha sido dulcemente d¨®cil conmigo, durante el almuerzo, "con esa docilidad de la ni?a hacia el hombre", que ya anotaba el poeta, dej¨¢ndose enga?ar. Uno es que no se deja enga?ar. A la hora del caf¨¦, tirada otra vez en el suelo, la veo impaciente de parch¨ªs, o porque no nos soporta a las carrozas o porque de verdad le atrae el juego. Se independiza de su padre, se independiza de cualquiera, Jug¨¢ndose quinientas pesetas que no tiene, que pierde una y otra vez. Pero la Marsillach peque?ita pierde ganando, quiero decir que pierde con bizarr¨ªa, que juega r¨¢pido y seguro, que se burla de nuestra meditaci¨®n y que va mucho al tel¨¦fono, como queriendo sujetar ese mundo de pandas, de bandas y de amantes que los muy j¨®venes siempre creen que se les va. Cuando la cosa le va muy mal, o le va muy bien, mueve la ficha con un ¨ªndice infantil y tembloroso. Se rebela contra sus fallos por ignorancia del reglamento:
-Eso no me lo hab¨ªais dicho.
-No hay un reglamento escrito del parch¨ªs, que yo sepa. A lo mejor, en don Pedro Escart¨ªn encontramos algo...
Es ir¨®nico este legalismo de una generaci¨®n que est¨¢ acostumbrada a hacer lo que le da la gana, al margen de toda legalidad. Pero esta ni?a tiene una cierta violencia morena -ahora manda a la mierda al perro que antes le lam¨ªa los pies-, un oro oscuro y delicado por el pecho, una fuerza infantil y contenida que la convierte en un enigma. Cualquiera sabe si ser¨¢ o no ser¨¢. Lleva zapatos planos, zapatillas, vuelve a usar el tel¨¦fono, lleva pantal¨®n de cuero negro, flojo y a la moda, tiene m¨¢s mirada que ojos, m¨¢s intenci¨®n que atenci¨®n. Eso es lo que pone en todo: m¨¢s intenci¨®n que atenci¨®n. Quiz¨¢ eso, precisamente eso, Dios, sea ser muy joven. "?Manejas a los chicos?". "Dejo que ellos crean que me manejan".
El almuerzo, los caf¨¦s y las copas, el parch¨ªs, son pr¨®logos secretos y pudendos que le he ido poniendo a nuestro encuentro inevitable, pues que lo he propiciado, con esta firme y dulce criatura, vertiginosa o est¨¢tica, nunca en el punto de uno. Encuentro literario que precisamente por eso se hace m¨¢s dificil. (Para irse a tiempo, antes de que le echen, ya tiene uno cierta mano). Al fin consigo que nos dejen a solas. Se pone gafas negras.
-?Por qu¨¦ te pones gafas negras, Blanca?
-Porque si me las cuelgo del su¨¦ter se me estira mucho.
En esa respuesta me parece que se esconde una contradictoria petici¨®n de principio. Pero sigo. Blanca, ya, se quita y se pone las gafas todo el rato. A lo mejor es que las estrellas lo hacen as¨ª. A lo mejor es que se encuentra m¨¢s segura con las gafas.
-Tienes dieciocho a?os y una heririana famosa. ?Quieres superar a tu hermana?
-Las dos estamos empezando.
-?Sois Ca¨ªn y Abel?
-S¨ª, yo siempre he sido la mala, la oveja negra, la hermana maldita.
-Por eso me interesas, criatura. Tienes menos perfecci¨®n que tu hermana, pero m¨¢s car¨¢cter. ?Est¨¢s enamorada de tu padre?
-S¨ª, naturalmente.
-?Eres t¨², por ti misma, un personaje?
-Quiz¨¢ lo sea.
-?Te gustar¨ªa interpretarlo?
-No. Ya te he dicho los personajes que prefiero. Me aburre tratar de lo inmediato. Mejor que hablar de la droga, prefiero drogarme. Mejor que hablar de follar, prefiero follar yo. El arte es otra cosa.
-Tienes ya una leyenda, minoritaria y como interior a algo, de ¨¢crata, de pasota, de chica de Malasa?a.
-No es verdad.
Pero ha vivido con sus novios en una buhardilla de su madre, precisamente por Malasa?a. Es la ni?a de cinco tel¨¦fonos que nunca est¨¢ en ninguno. Me la encontr¨¦ en las entrecajas de un teatro, por primera vez, remang¨¢ndose ella la chaqueta hasta los codos, y decid¨ª enamorarme.
-Una vez saliste desnuda en una revista. ?Qui¨¦n se enfad¨® m¨¢s: tu padre o t¨²?
-Mi padre.
-El d¨ªa o la noche.
-Vivo de d¨ªa y duermo de noche.
-?Y qu¨¦ se puede hacer con esa cosa rara que es el d¨ªa?
-Hago gimnasia, sauna, hago deportes, soy muy vital, no s¨¦.
-?Necesitas quemar energ¨ªas?
-Lo necesito.
La ni?a vertiginosa del parch¨ªs se ha quedado encalmada, contesta muy despacio y muy en voz baja, lo piensa todo mucho. Le hablo de este contraste.
-Bueno, es que soy as¨ª. Soy muy r¨¢pida para lo r¨¢pido. Luego puedo eternizarme en otras cosas.
-?Vas a aportar algo personal al cine espa?ol o estar¨¢s a merced de los guiones que te den?
-Creo que puedo ser yo, aportar algo.
-Los chicos de tu generaci¨®n.
-Me gustan, en general, creo que est¨¢n a la altura en que deben estar, Me entiendo bien con ellos.
-?Has o¨ªdo hablar de una cosa antigua que se llamaba amor?
-Nunca he estado enamorada.
-Ya me lo parec¨ªa.
(Salvo el padre, claro, pero eso es otra cosa).
Espa?ola nov¨ªsima, Blanca Marsillach, ha llegado a mi dacha a mediod¨ªa, en un fragor de padres y de perros. Muchacha un poco oscurecida por la fama f¨¢cil de la hermana, es "la parte del diablo" (Milton, Mayer, Bataille, Rougemont) que nosotros quer¨ªamos conocer. Est¨¢ ahora aqu¨ª. Ojos m¨¢s intensos que atentos. El erotismo empez¨® cuando el dobermann le lam¨ªa los pies desnudos. Es la hermana maldita de Cumbres borrascosas, y ni siquierajuega a eso: vive. Me hubiese gustado, para la entrevista, que se sentase en el suelo, aqu¨ª a mi lado, como si yo fuese a rascarle la cabeza. Una mujer a la que se le rasca dulcemente la cabeza, lo cuenta todo. Pero se ha puesto enfrente, y encima con las gafas. He enfundado mi m¨¢quina por dejar mi mesa de trabajo Ubre para el parch¨ªs. Blanca Marsillach tiene una belleza s¨®lida y delicada, ya se ha dicho, algo muy firme que se expresa en car¨¢cter, y todo lucimiento con ella es como con una ninfa de piedra: casi imposible. O quiz¨¢ sea que uno no'ha encontrado el tono. En ¨²ltimo caso, esto es la cr¨®nica de una derrota. Pero r¨ªe muy ni?a mis gracias m¨¢s sencillas, y eso se traduce en m¨¢s desconcierto. Lleva los pechos sueltos, casi alpestres, bajo la fina prenda que debe estar como de moda.
-Soy la hermana maldita, Umbral.
S¨ª, ya me lo ha dicho, y la media luz de la media tarde le pone un vano dramatismo a su confesi¨®n. Adolfo Marsillach pasea por el jard¨ªn, por el "bosquecillo dom¨¦stico", como dijera un escritor amigo. Cada manzano en flor es un cepo de estrellas. Hay que renovar los sauces. Creo adivinar que mi admirado y entra?able amigo debe de estar inquieto por lo que yo pueda entresacarle a esta criatura. Aparece, de pronto, al otro lado de un gran ventanal, nos hace gestos. ?Es el padre de Hamlet?
Varios d¨ªas m¨¢s tarde, las fotografias, en el hotel "Miguel ?ngel". BM ha entrado en la sauna a las diez y sale a las dos y media. Una camarera la persigue con un sujetador rosa en la mano: el que le falta a BM. En la piscina del hotel, BM se queda en bolas. Miran los se?ores del bar, a trav¨¦s de la cristalera, y mira un caballeroso caballero que est¨¢ haciendo sus brazadas en el agua. BM lo advierte: "?Es que nunca hab¨¦is visto una chica en bolas?". Y est¨¢ a punto de tirar contra el vidrio del ventanal su copa llena de wodka. Gigi lo evita a tiempo. Gigi Corbetta, lleno de toda la tristeza de los gigantes, lento de cosas, raudo de oficio, lo evita. Estamos viviendo nuestra ¨²ltima aventura reporter¨ªstica. "Voy a darme aceite Jonhsonn y as¨ª salen mejor las fotos". "Eso, date aceite Johnsonn". Pero el aceite resbala por su cuerpo desnudo, hasta el agua filtrada de la piscina. "Que est¨¢s llenando de aceite la piscina". "?Qu¨¦?". A todo esto, eran las tres de la tarde. "Las tres, me tengo que ir, pierdo el avi¨®n de Roma, adi¨®s". Y sale corriendo por el pasillo. "Pero las fotos, oyes". "Ah, s¨ª, las fotos". Sabe posar, sabe estar, sabe cumplir, sabe vivir, sabe trabajar, sabe ser. Gigi tiene unas cabezas de ninfa violenta y drogota, de nenuco diab¨®lico. BM, llena de aceite Johnsonn, de sudor de la sauna, de agua, de wodka, de prisa, huye hacia el avi¨®n de Roma. "Ver¨¢s, Umbral, yo tengo una mitad autodestructiva, yo s¨¦ que esa mitad puede mucho en m¨ª, puede destruirme". "Cuenta, cuenta". "Nada, que soy as¨ª, pero espero que la otra mitad, la positiva, acabar¨¢ triunfando". Seguramente ha cogido ya el avi¨®n de Roma. O lo ha perdido. Al borde de la piscina ha quedado un rastro femenino de polveras, aceites, l¨¢pices, rouges y esnifes. En la barra del bar, lloro la cercan¨ªa/lejan¨ªa de lo sagrado. Lo sagrado siempre est¨¢ cumpliendo 18 a?os.
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