Caricatura de una caricatura
El novelista norteamericano Mickey Spillane -ep¨ªgono de brocha gorda de Dashiell Hammett y su corte negra- y su detective Mike Hammer -grandes parrafadas mitad melanc¨®licas y mitad chulescas, experto dial¨¦ctico del pu?o y la pistola e incre¨ªblemente eficaz Casanova de tugurio- no tuvieron demasiada suerte en el cine y parece que tampoco les va del todo bien en la televisi¨®n. Las cuatro o cinco pel¨ªculas -Kiss My Deadly, The Girl Hunters entre ellas- que les tomaron en serio no pasaron de medianas y Otro tanto cabe decir de la serie televisiva que en los a?os 60 interpret¨® Darren McGavin.Por el contrario, cuando en 1955 una excelente pel¨ªcula tom¨® a ambos en solfa la cosa sali¨® mucho mejor. Recuerden el fastuoso, zumb¨®n y divertido n¨²mero negro que Fred Astaire y Cyd Charisse bailan en Melod¨ªas de Broadway 1955, el mejor filme musical de Vincente Minnelli. En ¨¦l est¨¢n Mickey Spillane y Mike Hammer perfectamente ridiculizados y todo funciona. Delbert Mann en su Marty, primera pel¨ªcula de Ernst Borgnine por la que este actor gan¨® un oscar, tambi¨¦n se burl¨® sin piedad de Spillane y la escena result¨® excelente. ?Ser¨¢ que le va el rid¨ªculo a este novelista de papel de estraza y que todo va mejor cuando se le toma a chacota?.
Pues bien, los autores de Hammer parecen haber olvidado la lecci¨®n. De nuevo otra vez Spillane, su ret¨®rica barriobajera, sus fulminantes conquistas y sus mamporros sentimentales como si se tratara de cosa mejor que un mal comic. La iron¨ªa del sujeto -una caricatura de mal gusto del Philiph Marlowe de Raymond Chandler- es tan elemental que solo a su vez caricaturizada resulta cre¨ªble. Stacy Keach da, si se quiere, el tipo, pero al interpretarlo para que nos lo creamos lo hace incre¨ªble.
La serie opera visualmente sobre dos clis¨¦s. Hammer vive y viste a la manera de los s¨®rdidos h¨¦roes de trinchera blanca y sombrero de ala ca¨ªda al estilo de las viejas pel¨ªculas negras, solo que en medio de un mundo de hoy. El choque de im¨¢genes podr¨ªa haber sido expresilvo si se hubiera ahondado en ¨¦l, en su gracia involuntaria. Pero -salvo algunas iron¨ªas felices de Spillane, como por ejemplo: "Yo no invado tu territorio, muchacho. Los basureros no son mi especialidad"- el juego f¨ªlmico se queda- en una rutinaria reproducci¨®n a tama?o natural de la novela. No hay gracia en los guiones y menos a¨²n en la puesta en escena de la serie, indeciblemente t¨®pica y manoseada. Las ¨²nicas gracias llegan con sacacorchos del autor de las novelas, que se limit¨® a inventar un tosco truco literario -la referida caricatura de Marlowe- y a explotarlo hasta la saciedad.
Pocas sorpresas ofrece una serie que no ha tenido la audacia de coger por los pelos, que es lo que se merece a este. personaje de cuarta fila, a Mike Hammer y extraer de ¨¦l lo que tiene de fantoche para ponerlo en registro c¨®mico. Enfocada con candorosa seriedad, la serie se hace rid¨ªcula en el mal sentido.
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