Virtud al uso y mendicidad a la moda
Durante los a?os ¨²ltimos, de 1983 en adelante, se observa en las ciudades de Espa?a, desde San Sebasti¨¢n a M¨¢laga, un aumento sensible de la mendicidad, con varias notas que antes no destacaban. La primera es la de la aparici¨®n de mendigos extranjeros, sobre todo portugueses y gitanos. A veces gitanos venidos de Portugal. La segunda, la de mendigos en actitudes teatrales, con letreros. Ellos de rodillas, con un cartel explicando sus caracter¨ªsticas como tales mendigos. Hay tambi¨¦n mendigos con ni?os en estado lamentable. El rumor corre acerca de estos ni?os y con raz¨®n o sin ella se dice y se repite que hay mucho mendigo fingido, que se alquilan ni?os para provocar la piedad y que incluso se les droga. Lo cierto es que en 1985 se habla de cosas de las que pod¨ªa hablarse ya en 1585 cuando, reinando Felipe II, algunos se plantearon el problema de distinguir una mendicidad fingida y organizada de otra real y forzada por la necesidad m¨¢s absoluta.La cosa choca m¨¢s si se tiene en cuenta que la mendicidad actual, 500 a?os posterior a la filipina, se desarrolla con ciertos aires de arca¨ªsmo en un momento en que est¨¢ en el poder el partido pol¨ªtico que ha sido siempre m¨¢s hostil a toda mendicidad p¨²blica. Es decir, el socialista. Porque muchos podemos recordar todav¨ªa los comentarios sarc¨¢sticos de los socialistas antiguos respecto a la mendicidad, fundada -seg¨²n ellos- en una caridad cristiana contraria al progreso, a una sociedad moderna. Algo at¨¢vico u obsoleto, como se dice ahora tambi¨¦n, sacando viejos vocablos al uso com¨²n. El problema de la mendicidad es grande. El mendigo algo distinto al que conoc¨ªamos por la experiencia. No por la lectura, porque los viejos textos nos hablan ya de fingir enfermedades, alquilar ni?os y de cosas m¨¢s terribles todav¨ªa, todas montadas sobre la base de la existencia de verdaderas asociaciones de car¨¢cter program¨¢tico, con intenciones claras y definidas, estatutos, lenguaje propio y jerarqu¨ªas: "asociaciones finales" definidas por su fin determinado, como dir¨ªa un disc¨ªpulo de Sombart.
El caso es que si el doctor Crist¨®bal P¨¦rez de Herrera y otros contempor¨¢neos del mismo pod¨ªan tener una imagen de la falsa mendicidad fundada en realidades observadas, y si luego algunos literatos hicieron que esta imagen se convirtiera en una verdadera "representaci¨®n colectiva", hoy podemos echar mano de esa vieja representaci¨®n ante lo que vemos por calles y m¨¢s calles de esta o aquella ciudad y podemos tambi¨¦n preguntarnos: ?Qu¨¦ hay detr¨¢s? ?Hay una organizaci¨®n, una asociaci¨®n como la de la cour des miracles o las de los mendigos espa?oles o italianos que describieron Mateo Alem¨¢n y otros? ?O no hay m¨¢s que una conciencia m¨¢s o menos clara de los modos m¨¢s eficaces de provocar la piedad en la sociedad contempor¨¢nea? ?O s¨®lo algo que imitan, sencillamente, unos de otros, sin mayor programa? Leyendo los textos antiguos se ve claro que los mendigos iban ense?¨¢ndose, generaci¨®n tras generaci¨®n, f¨®rmulas de provocar la piedad entre los fieles cristianos. Unas eran de palabra y distintas si se dirig¨ªan a las mujeres que si se destinaban a los hombres; invocaciones a santos, etc¨¦tera. Hay que observar tambi¨¦n que en cualquier caso el hombre o la mujer piadosos eran el sujeto principal de la relaci¨®n. En el estupendo cuadro de Murillo en que represent¨® a Santa Isabel curando a los enfermos, a los ti?osos, el personaje es la santa, no los mendigos.
En el hospital de Sevilla sigue siendo Ma?ara el que prima. ?Pero qu¨¦ sentimientos debe provocar o excitar el mendigo moderno en una sociedad laicizada? Es algo que todav¨ªa no se ve, pero que se intuye. Hay que practicar una mendicidad no religiosa, sino sociol¨®gica. Hay que invocar al paro, hay que exhibir -si se puede- una familia numerosa, tomar un aire sombr¨ªo, dram¨¢tico, a veces amenazador, para excitar, no la piedad cristiana, sino el sentido de responsabilidad y remordimiento de los viandantes ante una lacra de la que todos tenemos la culpa. Se plantea una cuesti¨®n social: la sociolog¨ªa sustituye a la religi¨®n. Carlyle se refer¨ªa siempre a la econom¨ªa como a la "ciencia l¨²gubre" por antonomasia. En esto de ser l¨²gubre puede que la sociolog¨ªa vaya en segundo lugar. En todo caso -como digo- la mendicidad se ha hecho sociol¨®gica, sin que los socialistas puedan con ella; sigue tan l¨²gubre como siempre, pero parece que no va a producir obras de arte ni comentarios literarios. Tampoco se presentan arbitrios para remediarla. Esto es lo peor.
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