Dos a?os de oscuridad
La historia del 'tiempo de aislamiento' de Salvador Dal¨ª, en un libro publicado por Ediciones El Pa¨ªs
Dal¨ª se aferraba a la vida, aunque diera la impresi¨®n de no tener ning¨²n deseo de vivir. ?sta era la imagen del Dal¨ª enfermo, profundamente afligido, que en la tarde del 10 de junio de 1982 viaj¨® al castillo de P¨²bol.La muerte de Gala, ocurrida pocas horas antes en Port Lligat, le hab¨ªa dejado hu¨¦rfano de toda ilusi¨®n. La desaparici¨®n de su esposa-musa hab¨ªa sumido al pintor en un profundo des¨¢nimo, por m¨¢s que casi nunca hablase de Gala, ni siquiera a sus ¨ªntimos.
En realidad, Dal¨ª se qued¨® a vivir en P¨²bol por los problemas dom¨¦sticos surgidos en Port Lligat. Dos personas del servicio se despidieron el mismo d¨ªa de la muerte de Gala.
Seg¨²n Carlos Ball¨²s, catedr¨¢tico de la facultad de Medicina de la universidad de Barcelona, uno de los psiquiatras que trat¨® a Dal¨ª en P¨²bol, la muerte de Gala marc¨® el fin de una ¨¦poca y el inicio de una etapa de renuncia. Con nosotros no quiso hablar nunca de este tema, aunque peri¨®dicamente deslizaba alguna a?oranza. El proceso de involuci¨®n, reclusi¨®n, aislamiento y renuncia se manifest¨® a partir de entonces. Para Dal¨ª, la p¨¦rdida de Gala fue un dolor inmenso".
Al principio, la vida en el castillo de P¨²bol transcurr¨ªa lentamente. Dal¨ª pintaba algo y acced¨ªa a dar breves paseos por el jard¨ªn. Sin embargo, a pesar de esta discreta actividad y de los atentos cuidados de las dos enfermeras, Dal¨ª no mejoraba. Aparentemente, no ten¨ªa ning¨²n inter¨¦s en hacerlo. Una profunda tristeza y la nostalgia de tiempos pasados ocupaba continuamente el ¨¢nimo del artista. S¨®lo en contad¨ªsimas ocasiones se refer¨ªa a su esposa Eran referencias muy breves en las que recordaba "lo felices que viv¨ªamos con Gala" o "qu¨¦ hermosa era Gala".
La llegada del oto?o hundi¨® todav¨ªa m¨¢s a Dal¨ª. Fue entonces cuando el pintor inici¨® lo que se ha dado en llamar su secuestro voluntario. Un profundo abatimiento, el rechazo constante de la comida y la permanente negativa a ver el sol tuvieron como consecuencia un importante deterioro de la salud f¨ªsica y mental del artista. Con todo, Dal¨ª segu¨ªa pintando. Prosigui¨® su actividad creativa hasta principios de 1983. Pintaba en el comedor de P¨²bol, sentado en una butaca, ante un caballete bajo y siempre con luz artificial.( ... )
En muchas ocasiones, el artista no se sent¨ªa satisfecho de su trabajo. Se apoderaba de ¨¦l un sentimiento de impotencia y frustraci¨®n y reaccionaba de forma violenta, lanzando los pinceles al suelo con toda la fuerza de que era capaz. Entonces, una enfermera le levantaba e intentaba hacerle caminar:
-?Por qu¨¦ quiere que ande si en realidad ser¨¦ el mismo? -le dec¨ªa Dal¨ª.
El artista, no obstante, pretend¨ªa vencer su impotencia sent¨¢ndose m¨¢s a menudo ante el caballete. Algunos d¨ªas pintaba algo por la ma?ana y por la tarde, ¨¢vido de resultados. Lentamente fue d¨¢ndose cuenta de que no pod¨ªa, de que no ten¨ªa nuevas ideas o de que era incapaz de plasmarlas en la tela. Durante el mes de enero de 1983 -poco antes de abandonar definitivamente su actividad pict¨®rica- Dal¨ª tom¨® los pinceles en 11 ocasiones, casi siempre -seg¨²n sus cuidadores- "con gran decepci¨®n ante los resultados".
El 30 de enero de 1983, tras el intento de pintar algo por la ma?ana, el estado f¨ªsico de Dal¨ª decay¨®. De hecho, su evoluci¨®n desde el d¨ªa 18 ya hac¨ªa presumir que la buena racha no durar¨ªa. Por la noche se mostr¨® inquieto; no durmi¨®. Tampoco quiso andar ni comer. Expres¨® su temor por causas que no acertaba a explicar. Le embargaba un estado de profunda ansiedad.
El 1 de febrero, el doctor Carlos Ball¨²s acudi¨® a visitarle. Pero el m¨¦dico no consigui¨® variar la actitud negativa del artista. Dal¨ª sigui¨® rechazando la comida. Sus cuidadores decidieron aplicarle suero.( ... )
Esta situaci¨®n de lucha cons-
El 'secuestro voluntario' del pintor de Cadaqu¨¦s
tante para hacerle comer, para vencer su desilusi¨®n por la vida, para alejar el fantasma de la imposible recuperaci¨®n, se prolongar¨ªa hasta el d¨ªa del incendio, un a?o y medio m¨¢s tarde. En abril de 1983, Dal¨ª desisti¨® definitivamente de pintar.El psiquiatra Carlos Ball¨²s se?ala que Dal¨ª abandon¨® los pinceles como consecuencia de "no poder poner en marcha el proceso intelectual que desencadenaba la acci¨®n de pintar". "Lo que suced¨ªa", opina el m¨¦dico, "es que la cabeza no pod¨ªa expresar un planteamiento intelectual demasiado elaborado o se fatigaba muy pronto al hacerlo".
Desde principios de 1983, la estancia de Dal¨ª en P¨²bol se convirti¨® en un verdadero infierno, no s¨®lo para el artista, sino tambi¨¦n para sus cuidadores: las enfermeras -hab¨ªa cuatro, pero permanec¨ªan en P¨²bol en turnos de dos-, Arturo Caminada [su mayordomo] y el matrimonio formado por Joaquim Xicot y su esposa Dolores Bosch, que atend¨ªa las necesidades dom¨¦sticas de la casa.
El pintor pasaba la mayor parte del tiempo en cama. Su rechazo de la luz natural era constante, casi obsesivo. Requer¨ªa permanentemente la presencia de personas a su alrededor. Cuando lo levantaban del lecho, casi siempre se arrojaba al suelo; y all¨ª permanec¨ªa. Lo hac¨ªa para demostrar su impotencia, su incapacidad para crear. Y, tambi¨¦n, para protestar por el trato que se le dispensaba. Un trato que ¨¦l consideraba inhumano.
El temor a la muerte
Dal¨ª se defend¨ªa de aquel trato. Maltrataba y ara?aba habitualmente a sus cuidadores. Les insultaba. Segu¨ªa sin querer andar. Se golpeaba contra la pared. Rechazaba la medicaci¨®n. Aborrec¨ªa el suero. No quer¨ªa comer y, ante la insistencia de las enfermeras, tiraba al suelo los alimentos y enseres. Fue preciso emplear m¨¦todos dr¨¢sticos para alimentarle.
Su humor variaba de la ma?ana a la noche. Ten¨ªa pesadillas y alucinaciones que casi nunca era capaz de explicar.
Y, sobre todo, sent¨ªa un gran temor a la muerte.( ... )
Durante sus dos a?os en P¨²bol, el pintor utiliz¨® todos los m¨¦todos a su alcance para llamar la atenci¨®n, para ser centro indiscutible de la vida del castillo. Se serv¨ªa del timbre -que accionaba mediante la perilla que hab¨ªa en su cama- para las cuestiones m¨¢s insignificantes, incluso para comprobar que no le hab¨ªan dejado solo.( ... )
La higiene personal era otra de las resistencias de Dal¨ª. Rechazaba ir al cuarto de ba?o. Las enfermeras deb¨ªan limpiarle en la misma cama o en el sal¨®n. A pesar de ello, Dal¨ª casi nunca reconoc¨ªa la dedicaci¨®n de las enfermeras.
No pod¨ªa conciliar el sue?o. Era el miedo a dormirse y no despertarse m¨¢s lo que le manten¨ªa desvelado, inquieto. Y cuando, agotado, consegu¨ªa dormir, sufr¨ªa pesadillas. Un d¨ªa de febrero de 1984, a las tres de la madrugada, se despert¨® empapado en sudor y gritando que hab¨ªa fuego en el museo, que se hab¨ªa quemado todo. ( ... )
En el fondo de aquella vida atormentada estaba, constantemente, el temor a la muerte. "Me estoy muriendo", le dijo a una enfermera el 7 de febrero de 1984, tras solicitar la presencia de un m¨¦dico. Un mes m¨¢s tarde, al no poder conciliar el sue?o, orden¨® que se llamara a Antoni Pitxot y a los m¨¦dicos de Gerona porque, "es el momento de mi muerte".
La alimentaci¨®n de Dal¨ª era otro problema. El hombre que hab¨ªa recorrido con placer los mejores restaurantes de Par¨ªs y Nueva York, el cliente privilegiado de Maxim's -donde le encantaba escandalizar a la clientela y al director, Maurice Carr¨¨re- se volvi¨® inapetente. Alimentarle se convirti¨® entonces en lo que las enfermeras llamaron "la batalla de las comidas".
"Comer. Dal¨ª debe comer", repet¨ªan sus cuidadores. "Tambi¨¦n debe caminar y desarrollar una actividad normal, en la medida de sus posibilidades", a?ad¨ªan. Conseguir esto, en apariencia f¨¢cil, constituy¨® para las enfermeras una lucha diaria.( ... ) A pesar de su disminuido estado f¨ªsico, el artista segu¨ªa con fuerza en los brazos y, en incontables ocasiones, el servicio acababa en el suelo, o sobre la cama. Y, luego, los insultos:
-?Puta! -le dec¨ªa Dal¨ª a la enfermera de turno.(.. .)
En P¨²bol, Dal¨ª tuvo tambi¨¦n sus d¨ªas buenos, jornadas en las que se mostr¨® animado y con deseos de recuperaci¨®n. Eran momentos que desconcertaban a sus cuidadores. Entonces se mostraba colaborador y amable con todos, agradeciendo sus desvelos.( ... )
Trabajaba y hablaba de nuevos proyectos, relacionados con la Torre Galatea y el museo. Com¨ªa sin problemas. Planeaba conferencias de prensa y apuntaba la posibilidad de salir, de ver el sol, de acabar con su encierro, porque, dec¨ªa, "me curar¨¦".( ... )
Una ma?ana de verano de 1983, al levantarse, Dal¨ª no dijo "estoy peor" ni "ser¨¢ muy dif¨ªcil", como hac¨ªa habitualmente. Abandon¨® la cama por voluntad propia y pas¨® hora y media en el sill¨®n "sin echarse al suelo", recuerda una enfermera. Manifest¨® a las enfermeras que deseaba pintar, aunque al intentarlo se mostr¨® impotente.( ... )
Aquel d¨ªa, Dal¨ª sorprendi¨® a sus cuidadores d¨¢ndoles las gracias "por la paciencia que tienen conmigo". Tambi¨¦n les pidi¨® que insistiesen, porque "creo que puedo recuperarme".( ... )
La permanencia de Dal¨ª en el castillo de P¨²bol ha sido interpretada por los antiguos amigos del artista como una especie de secuestro por parte de los m¨¢s pr¨®ximos colaboradores actuales del pintor. ?stos, por el contrario, respondieron siempre a esas acusaciones aduciendo que el de Dal¨ª era un "aislamiento voluntario".
"Es un hecho cierto que Dal¨ª no quer¨ªa ver a nadie", explica una de las enfermeras. A su llegada a P¨²bol, el pintor cort¨® toda comunicaci¨®n con el mundo exterior, exceptuando las visitas de sus m¨¢s pr¨®ximos colaboradores (Pitxot, Dom¨¦nech y Descharnes), de sus cuidadores, personal de servicio y pocas personas m¨¢s. El notario Jos¨¦ Foncillas y el director t¨¦cnico del museo, Pedro Ald¨¢miz, encabezan la escasa lista de personas que ten¨ªan acceso a la habitacion del pintor.( ... )
Lucidez y depresi¨®n
Desde el punto de vista ps¨ªquico, Dal¨ª alternaba estados de lucidez total, sumisi¨®n y colaboraci¨®n, con estados de depresi¨®n, agresividad, irritabilidad e incluso despotismo hacia sus cuidadores( ... )
El psiquiatra BaIl¨²s considera que el pintor "fue v¨ªctima del aislamiento". A su juicio, "Dal¨ª sufre un proceso de envejecimiento y es consciente de que ya no es el Dal¨ª brillante y apabullante de otras ¨¦pocas. Aquel viejecito m¨¢s limitado no encaja en su persona y de ah¨ª que ¨¦l se manifestara encerr¨¢ndose en un proceso involutivo que resultaba una enfermedad muy daliniana".
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