Derecho
Pocas cosas son tan expresivas de la sociedad norteamericana como su fe en el derecho. Aparentemente, los ciudadanos son piezas desarticuladas, part¨ªculas errantes en un escenario descomunal. El instrumento con que cada uno impide su disoluci¨®n, se protege o levanta incluso su fuerza por encima de la instituci¨®n es la apelaci¨®n a la ley. No hay norteamericano, con estatuto de tal, al que se le olviden sus derechos o decline ejercerlos hasta el fin. Sin demasiado riesgo podr¨ªa decirse que la representaci¨®n de la democracia tiene en Estados Unidos m¨¢s la forma de una sala de justicia donde se entroniza el jurado que la de un parlamento sonando con la oratoria de los diputados. En Estados Unidos, dec¨ªa Tocqueville, no hay ninguna cuesti¨®n pol¨ªtica que antes o despu¨¦s no se convierta en cuesti¨®n judicial, y m¨¢s de un siglo ha venido ratificando su percepci¨®n.Asumido esto se comprende, m¨¢s all¨¢ de la morbosidad sensacionalista, que la sociedad norteamericana no cese de relacionarse con asuntos de tribunal: desde el h¨¦roe del Metro hasta la violaci¨®n de Kathy, desde las irregularidades en un trasplante hasta la querella por el sistema de ventas de unos grandes almacenes. La reflexi¨®n y, en consecuencia, la permanente formaci¨®n de la imagen que la sociedad civil tiene de s¨ª circula por estos caminos. M¨¢s a trav¨¦s del poder judicial que de los otros, m¨¢s con la repetida acci¨®n de casos particulares que mediante un estado de cerebro omn¨ªmodo. Un individuo en Europa puede sentirse, en efecto, muy poco ante la prepotencia estatal, pero en Estados Unidos es la unidad de derecho por excelencia.
A primera vista, un vecino allanado puede parecer desasistido, pero en seguida hay abogados por todas partes. Una de las ¨²ltimas reclamaciones por mala pr¨¢ctica profesional, y la primera de su clase, se acaba de plantear en Los ?ngeles: cuatro sacerdotes han sido demandados por unos padres bajo la acusaci¨®n de fomentar los remordimientos de su hijo y conducirlo al suicidio. Los partidos o los sindicatos, las instancias intermedias, son d¨¦biles en Norteam¨¦rica, pero judicialmente, uno a uno, los norteamericanos pueden pleitear hasta con Dios.
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