Espa?a y la guerra de las galaxias
Sorprende la falta de respuesta oficial del Gobierno espa?ol en un tema tan crucial como el planteado por Estados Unidos de la guerra de las galaxias, se?ala el autor de este art¨ªculo. Aunque las declaraciones de algunos dignatarios cualificados traslucen una posici¨®n positiva, muestra tambi¨¦n las ostensibles diferencias que existen con relaci¨®n a las posiciones de otros Gobiernos o de otros partidos socialistas.
Mientras todos los Parlamentos europeos estudian la respuesta a dar a la propuesta norteamericana de Iniciativa de Defensa Estrat¨¦gica (SDI) o guerra de las galaxias, y mientras alguno, como el noruego, ya ha avanzado una actitud de rechazo, en Espa?a, seg¨²n declaraciones del ministro de Defensa, Narc¨ªs Serra, "el tema est¨¢ en estudio en una comisi¨®n interministerial". Y mientras la opini¨®n p¨²blica del Viejo Continente lleva meses participando en un debate trascendental para el futuro de Europa, nuestros expertos de la tecnocracia militar buscan equilibrios malabares entre un s¨ª, pero a los planteamientos norteamericanos y el apoyo indefinido a la r¨¦plica francesa de la SDI; esto es, al proyecto Eureka. Con lo que se demuestra una vez m¨¢s que para ser europeos no basta con suscribir tratados de adhesi¨®n; hace falta que la opini¨®n p¨²blica disponga de informaci¨®n suficiente sobre los grandes temas de los que depende el futuro com¨²n europeo.La carencia de informaci¨®n contrasta con ins¨®litas y contradictorias declaraciones, m¨¢s o menos puntuales, de Defensa y Exteriores, a las que se han sumado las del presidente de Telef¨®nica, Luis Solana, siempre dispuesto a intervenir cuando ' est¨¢n en juego intereses norteamericanos; en este caso, para apoyar sin reservas la SDI. Resulta ins¨®lito, efectivamente, que Mor¨¢n pretendiera tranquilizar a la opini¨®n p¨²blica, con ocasi¨®n de la visita de Reagan, afirmando primero que el tema no hab¨ªa sido tratado y a?adiendo poco despu¨¦s que "Estados Unidos no ha pedido ninguna decisi¨®n inmediata". Ins¨®lito cuando toda Europa sabe que la carta de Weinberger dirigida a sus hom¨®logos de la OTAN poco antes de la gira europea de Reagan, y en la que la Administraci¨®n norteamericana ped¨ªa una respuesta a su iniciativa, daba un plazo de 60 d¨ªas para responder. Lo que llev¨® a un peri¨®dico tan conservador como Die Zeit a afirmar en un editorial que Weinberger somet¨ªa a los europeos a "un trato indigno de aliados".
Lo m¨¢s destacable de la posici¨®n espa?ola -o de la ausencia de posici¨®n- es que ning¨²n representante de la Administraci¨®n haya pronunciado hasta el momento palabras de duda o advertencia acerca de las consecuencias negativas que puede tener para Europa y para Espa?a un programa como el de la guerra de las galaxias. Y ello cuando en Europa e incluso en Estados Unidos proliferan las reservas y posturas claramente contrarias al desarrollo de la SDI. Mientras en Espa?a ninguna voz oficial u oficiosa ha ilustrado a la opini¨®n p¨²blica acerca del verdadero significado de esta iniciativa, en Estados Unidos era posible leer ya, en agosto del a?o pasado, a alguien tan relevante y tan identificado con las doctrinas militares occidentales como Robert McNamara, afirmando en Foreign Affairs que "no hay ninguna esperanza de ver caducar las armas nucleares con la puesta en pr¨¢ctica del programa de la guerra de las galaxias".
Factor de presi¨®n
Y cuando altos mandos militares espa?oles llevan meses participando en discusiones sobre la SDI en el Comit¨¦ de Planes de Defensa de la OTAN, ninguno de ellos ha tenido el valor de afirmar lo que otros colegas europeos tan poco sospechosos de connivencia con el pacifismo o de debilidad frente al Este como el jefe del Estado Mayor de la Bundeswehr, el general Wolfang Altenburg, quien declaraba hace unos d¨ªas que "la SDI plantea m¨¢s problemas de los que resuelve". Al contrario, el estamento militar espa?ol parece dispuesto a actuar, una vez m¨¢s, como un factor de presi¨®n, anticip¨¢ndose no s¨®lo al Parlamento, sino al mismo Gobierno. As¨ª cabe interpretar las ins¨®litas manifestaciones del general Jos¨¦ de Andr¨¦s Gim¨¦nez -que han producido un profundo malestar en Exteriores- en el sentido de que Espa?a "tiene que participar en el desarrollo de las tecnolog¨ªas de la SDI". Es sorprendente que, a los dos a?os largos del famoso discurso de Reagan sobre el programa, que iba a ser conocido popularmente como el de la guerra de las galaxias, el Gobierno espa?ol no haya adoptado todav¨ªa ninguna posici¨®n p¨²blica. Como si la cosa no fuera con nosotros. Como si fuera posible permanecer en la OTAN y deslizarse de modo continuo hacia el atlantismo, permaneciendo ajenos a un debate del que dependen el futuro econ¨®mico de Europa y su seguridad. Es dificil saber si estamos ante una muestra de pacater¨ªa pol¨ªtica o, m¨¢s probablemente, ante otra estrategia consciente que combina la apariencia de desentendimiento con el dise?o -en comisiones interministeriales- de proyectos que podr¨ªan hipotecar m¨¢s a¨²n nuestra soberan¨ªa.
Es significativo al respecto que ninguna de las objeciones que expresan Gobiernos o medios de comunicaci¨®n europeos haya sido asumida de modo expl¨ªcito por representantes de la Administraci¨®n espa?ola. En particular, por lo que se refiere a la vertiente m¨¢s inmediata de la SDI, destinada a asegurar por varias d¨¦cadas la hegemon¨ªa econ¨®mica y tecnol¨®gica de Estados Unidos y a rematar el declive de Europa. La comparaci¨®n entre lo que sucede en torno a este tema en Espa?a y en otros ?pa¨ªses de Europa permite confirmar lo lejos que se encuentra el lenguaje oficial del Gobierno de Gonz¨¢lez del de otros Gobiernos de la CEE en materia de autonom¨ªa. Mientras aqu¨ª se contempla el debate con un esp¨ªritu m¨¢s propio del que rezumaba Bienvenido, Mr. Marshall y se pone el acento, como lo hace Luis Solana, en las supuestas ventajas tecnol¨®gicas que se derivar¨ªan de un apoyo a la SDI, en Francia, el ministro de Defensa, Charles Hernu, advert¨ªa, con raz¨®n, el pasado mes de abril: "Bajo el pretexto de hacerse con nuestras industrias, nuestra tecnolog¨ªa, nuestros conocimientos y nuestros cerebros, los norteamericanos no deber¨ªan colocarnos en una especie de super-OTAN econ¨®mica".
Silencio
Nada se ha dicho todav¨ªa en Espa?a acerca de las repercusiones de la SDI en el aumento de los gastos militares de los pa¨ªses europeos, llamados a desarrollar m¨¢s y m¨¢s sofisticados sistemas de armas convencionales. Y ni una palabra ha sido pronunciada desde la Administraci¨®n o desde sus aleda?os para denunciar los efectos desestabilizantes que con toda probabilidad tendr¨ªa su implementaci¨®n ("la SDI podr¨ªa amenazar la estabilidad y, con ello, la paz que se ha logrado hasta ahora gracias a la invulnerabilidad de los medios de respuesta nucleares", 'seg¨²n palabras recientes del embajador de Francia en Ginebra).
Lo que supone, avalar la tesis oficial y propagand¨ªstica norteamericana, que pretende presentar la SDI como una estrategia defensiva destinada a permitir una disminuci¨®n de los actuales umbrales nucleares mediante el desmantelamiento de misiles a los que la compleja red de defensa espacial habr¨ªa dejado in¨²tiles y obsoletos. Cuando, en contraste con esta visi¨®n id¨ªlica, los mismos norteamericanos han sido, en ocasiones, m¨¢s sinceros y han afirmado, como lo hac¨ªa el director para Asuntos Espaciales del Pent¨¢gono, John H. Storrie, en 1983, que pensamos hacer en el espacio exterior lo mismo que hacemos en la atm¨®sfera, en tierra o en el mar, es decir, prepararnos para llevar a cabo guerras y ganarlas".
El silencio del Gobierno espa?ol resulta tanto m¨¢s parad¨®jico cuando los partidos socialistas europeos han manifestado que la SDI es "una amenaza para la seguridad y la paz" y cuando los socialistas franceses y alemanes occidentales coinciden, desde el poder y desde la oposici¨®n, en su rechazo y en la necesidad de una r¨¦plica civil europea que permita hacer frente al reto tecnol¨®gico planteado por la SDI sin asumir -al menos inicialmente- su caracter¨ªstica de proyecto militar. La distancia entre el socialismo espa?ol y el SPD alem¨¢n occidental es cada vez mayor. Basta con cotejar unas sorprendentes declaraciones de Fernando Mor¨¢n pronunciadas hace unos d¨ªas en Bonn, en las que el ministro menos atlantista de nuestro Gobierno afirmaba que "no excluimos la posibilidad de cooperar con la SDI en la fase de investigaci¨®n" (EL PAIS del 9 de mayo de 1985), con la rotunda declaraci¨®n del portavoz de pol¨ªtica internacional del Partido Socialdem¨®crata alem¨¢n occidental, Karsten Voigt, seg¨²n la cual "participar en las investigaciones supone apoyar su trasfondo pol¨ªtico". Un trasfondo que no es sino el de la batalla final por la hegemon¨ªa econ¨®mica y tecnol¨®gica, en detrimento de Europa y a costa de los equilibrios que, pese a todo, han impedido hasta el momento el estallido de una guerra nuclear.
es miembro y portavoz del Comit¨¦ ejecutivo del PCE.
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