Francisco Umbral
Defend¨ªase Umbral del egotismo que M¨¢ximo le achacaba cuando le caricaturiz¨®, all¨¢ por 1982, con un arabesco de "yoes", argumentando que ¨¦l hab¨ªa escrito m¨¢s que nadie sobre sus contempor¨¢neos. A?os m¨¢s tarde -en ¨¦ste de gracia que corre-, nuestro prolijo escritor se rend¨ªa ante la evidencia. En su Cr¨®nica Inesita nos confiesa que durante 25 a?os ha hecho "autoperiodismo": "el yo como noticia, que siempre ha funcionado y me lo han pagado muy bien; pero para eso hace falta que el yo, efectivamente, sea noticia".Pues. ni tanto ni tan calvo. Hubo un tiempo en que nuestro Paco Umbral, en efecto, escribi¨® sobre contempor¨¢neos y tambi¨¦n sobre no contempor¨¢neos, siendo sobre todo un ameno cronista de la trans¨ªci¨®n. Despu¨¦s lleg¨® la gloria, los honores, la high y la jet, y desemboc¨® progresivamente en esta ¨¦poca de "autoperiodismo". "Cuando el propio nombre", declara en la introducci¨®n al Diccionario cheli, "se pone a brillar como un seud¨®nimo, puede considerarse que uno ha llegado". Que ha llegado porque se lo sabe hacer con el lenguaje y ha tenido gracia, ingenio y tenacidad, parece evidente. Aunque no menos evidente es que en este viaje hacia el egocentrismo ha ido dejando cosas que le valieron ese renombre que ahora asume satisfecho. Y es precisamente en su postura hacia las mujeres donde se manifiestan algunos aspectos de esta evoluci¨®n.
Por ins¨®lito que pueda parecer desde la perspectiva actual, hubo un tiempo en que don Francisco se tom¨® muy en serio esta cuesti¨®n. Y, con buen tino, nos aconsej¨® y adoctrin¨®. Ante el clima vergonzante creado en torno a la menstruaci¨®n, Umbral se revuelve como herido en su propia carne: "Todo esto pod¨ªa haber sido natural, riente, gozoso, cotidiano, pero te lo hicieron secreto, maldito, turbio, solitario y odiado ( ... ). Dice la sabidur¨ªa familiar que eres mujer cuando se te presenta la ovulaci¨®n por primera vez. No. Eres mujer cuando por primera vez se te presenta sin culpa, cuando por fin la asimilas, la atiendes, la vives e incluso la disfrutas". Exceptuando el despiste que supone confundir la ovulaci¨®n con la menstruaci¨®n e invitar desde esta Carta abierta a una chica progre a disfrutar de la dismenorrea que con frecuencia azota a estas edades, Umbral analiza certeramente la realidad. Y m¨¢s a¨²n cuando dictamina: "La sexualidad femenina debe despertar a toda costa porque lleva muchos siglos dormida. Y para eso puede ser mejor, incluso, el arte de una condisc¨ªpula semejante a ti que la torpeza de un mozalg¨®n inexperto, brusco y urgente". Dada la ambigua postura de Umbral (sobre todo en aquella ¨¦poca de los primeros setenta) ante la homosexualidad, apreciamos el riesgo calculado que encierra este consejo, al que, sin duda, opta por la total desconfianza que le suscitan los j¨®venes noveles en artes amatorias. Pero nuestra natural suspicacia ante estas masculinas aunque quiz¨¢ sab¨ªas pr¨¦dicas se torna desconcertado asombro cuando Umbral, siguiendo una costumbre ya inveterada en la sociedad patriarcal, se lanza a explicarnos nuestra sexualidad, que ¨¦l considera clitoridiana y no como Freud, que "era un cursi ( ... ), pues ya desde sus estudios de la sexualidad infantil empieza con el erotismo vaginal, que es un fantasma".
Pocos momentos tan estelares en la historia del pensamiento mis¨®gino como ¨¦stos con que peri¨®dicamente nos obsequian los ilustrados, enzarzados en dilucidar por qu¨¦ pasadizo nos llegan nuestros orgasmos. Ahora es cuando cobra toda su vigencia la frase de Christine Delphy "Ante una palabra de hombre hay algo m¨¢s: un silencio de mujer". Pero Umbral, imbuido de santo celo, sigue machacando al madrile?o lig¨®n que "a¨²n no ha descubierto que la verdadera liberalizaci¨®n de las relaciones er¨®ticas est¨¦ en entender a la mujer como una camarada" y critica ferozmente los concursos de belleza por ser "una exaltaci¨®n ¨¦tnica, f¨ªsica, ganadera casi" del sexo femenino.
Paternalista
Debate necesario y ¨¢spero ha sido el que ha tenido lugar en el seno del movimiento feminista sobre el derecho y conveniencia de la participaci¨®n de los hombres en el tinglado emancipatorio. Pero aquellas que en su d¨ªa se encresparon por los tonos paternalistas o intrusistas de Francisco Umbral ya han tenido tiempo de tranquilizarse y de cargarse de raz¨®n y de nuevas razones contra estas incursiones. Nuestro escritor se las ha dado con la evoluci¨®n de sus posturas. A partir de los ¨²ltimos setenta, el celo feminista de Umbral se ha convertido en iron¨ªa; su moralina, en escepticismo; su didactismo, en sorna. ?Por qu¨¦? Umbral se limit¨®, bajo una dictadura ya desdentada, a d¨¢rselas de progre a costa de unas ideas que, por lo visto, ni le iban ni le ven¨ªan dado lo pronto que las abandon¨®, pero que le catapultaban. Una vez instaurada la democracia, y con un movimiento feminista que se dejaba sentir, lo llamativo y lo chocante era tom¨¢rselo a chunga y risa. Y para ello no ha tenido inconveniente en deslizarse por los caminos m¨¢s s¨®rdidos, trillados e irracionales del patriarcalismo al uso.
Y ya puesto a sumarse a la gloriosa tradici¨®n espa?ola, detectamos en ¨¦l posturas que lo encuadran de lleno en el que cre¨ªamos trasnochado donjuanismo. Y no s¨®lo por frases sueltas como aqu¨¦lla de Las ninfas "...quisi¨¦ramos ignorar como ignoramos la carne de una mujer ya pose¨ªda", sino por posturas reiteradas en su imparable escribir. Ninguna resultar¨ªa tan elocuente para los especialistas en Don Juan como la eterna cantinela de Umbral "la amo/la amo", aplicada a muy diferentes tipos de mujeres siempre que -eso s¨ª- pertenezcan a las esferas de la fama o el dinero. Porque ¨¦l no ha bajado a las caba?as, pero ha escalado, seg¨²n nos cuenta, todos los palacios de la "high-high", y en sus escritos constancia queda que, al menos en su opini¨®n, despert¨® la admiraci¨®n de sus f¨¦minas. Y no es s¨®lo este jactancioso exhibicionismo lo que hubiera hecho dudar a Mara?¨®n del funcionamiento integral de nuestro Umbral. Su capacidad para enamorarse tan fugaz y variopintamente hubiera inducido a don Gregorio a dictaminar su inmadurez varonil, dada su incapacidad para concretar el objeto amoroso. Pero aun el mismo Ortega, harto m¨¢s flexible que Mara?¨®n ante el tema, ya que considera que los varones a lo largo de la vida evolucionan y pueden aspirar, sin menoscabo de esa madurez, a dos o tres tipos de mujeres, hubiera quedado meditabundo ante la costumbre de Umbral de proclamar sus amistades masculinas en funci¨®n de las mujeres: Rabal es novio de sus novias; de Polansky son mujeres las que los separan. Con P¨¢niker, confiesa ante las c¨¢maras de televisi¨®n haber compartido "mujeres maravillosas". El Don Juan del siglo XX ha, pues, evolucionado. Ya no se trata de leer la lista de conquistas en enco nada competencia con Don Luis Mej¨ªas. Ahora, posmodernos ellos, simplemente las comparten. Desde el punto de vista de las mu jeres, no podemos decir que la evoluci¨®n haya sido para bien. Pero tampoco se podr¨¢ decir de Umbral aquello que se aplic¨® a los vascos y que en lugar tan digno los dejaba: "Largos en facellas y cor tos en contallas". Aunque tampoco ser¨ªa de extra?ar que las mozas en males de amores coyunturales, cada vez m¨¢s avispadas, prefieran tener en cuenta el consejo de aquel otro ilustrado, cr¨ªtico de esos exhi bicionismos: "No acceder a acos tarse con var¨®n puede ser taca?e r¨ªa, pero no hacerlo con el prego nero es prudencia muy afinada".
Gustos amorosos
Pero el blas¨®n que con m¨¢s orgullo ha esgrimido Umbral en estos ¨²ltimos a?os ha sido su gusto por las "peque?itas" o su profesi¨®n de "menorero", por emplear su propia jerga. Y aunque admitiendo que en los gustos amorosos la ¨²nica regla l¨ªcita sea la ausencia de normas, en esta decantaci¨®n de los maduros por las menores dif¨ªcil es no detectar una instrumentalizaci¨®n m¨¢s de la jerarquizaci¨®n sexual que preside nuestra sociedad, propiciadora de que las jovencitas se extas¨ªen ante las sienes plateadas, los ademanes paternales y los surcos epid¨¦rmicos del tiempo; cosa que a la inversa ocurre descaradamente menos. Pero, aunque as¨ª de espinoso sea este desnivel social en materia sexual, tampoco deber¨ªamos desechar la idea de que Umbral est¨¦ utilizando este terreno de los agravios comparativos en aras a su evidente compromiso con la baladronada. S¨®lo de este modo entender¨ªamos que se descuelgue con frases tan inspiradas como: "A uno tambi¨¦n le parece que las mujeres comienzan a ser ancianas despu¨¦s de los veinte". O aquella a¨²n m¨¢s alentadora: "...ahora se ha convertido en una lamentable anciana de 18 (a?os)". Porque, de no ser por mor del exabrupto, las del "belcor" -como ¨¦l identifica a las que ya peinamos canas- deber¨ªamos pensar en la conveniencia de manifestarnos bajo su ventana al quim¨¦rico grito de "queremos un hijo tuyo". Aunque mejor ser¨ªa que cre¨¢ramos un clima de sonrojo nacional cada vez que un cualificado plum¨ªfero se permite ingenios de este jaez.
Porque lo cierto es que en este pa¨ªs en el que la cultura ha sido el guarino de la camada y la chabacaner¨ªa el deporte nacional, lo que menos falta nos estaba haciendo es que los ilustrados de fama escojan la bravuconada como t¨¢ctica habitual. Por eso cuando Umbral, fiel a su actual l¨ªnea, escribe: "Uno, que es m¨¢s machista que nadie", una, aunque sea partidaria de la libertad de expresi¨®n, no puede evitar que el est¨®mago se le estrague un poquito m¨¢s.
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