El ¨¢spid
En la pila del bautismo nadaba tal vez un ¨¢spid venenoso. Cuando a nuestra generaci¨®n le empaparon el cogote con aquellas aguas, lejos de purificarla del pecado original, le calaron en el cuerpo para siempre el complejo de culpa, y nosotros hemos tenido que defendernos en la vida mintiendo. La ficci¨®n ha sido una forma de resistencia y tambi¨¦n nuestra mejor obra de arte. Con reflejos incre¨ªblemente h¨¢biles, pero in¨²tiles, hemos enga?ado a los padres, al confesor, al maestro, al polic¨ªa, a la novia, al marido, a la amante, a los hijos, a nosotros mismos, y todo eso a cambio de nada real, s¨®lo por una pura creaci¨®n del subconsciente. El placer unido al miedo, la dicha seguida del castigo, el sentimiento acompa?ado por una sensaci¨®n de desarme, el sexo como un trabajo sucio, el sentido del deber cargando la nuca, la amenaza difusa de un azote que nadie sabe de d¨®nde vendr¨¢, aunque ninguno de nosotros ignora que ser¨¢ siempre merecido: esta atm¨®sfera de naturaleza ca¨ªda es la sopa de nuestro cerebro. ?Qui¨¦n dar¨ªa un centavo por una generaci¨®n que arrastra la culpabilidad junto con los zapatos polvorientos? Pero aquel ¨¢spid venenoso nos inocul¨® una especie de anticuerpo: la posibilidad de convertir la existencia falsa en una belleza inspirada por la autodefensa.Sin embargo, los adolescentes hoy se exhiben con una inocencia de ternera. ?Se ha dado usted cuenta de que ahora los j¨®venes no pueden mentir? Ya que el pecado original no ha existido para ellos, se ven obligados a ser felices, a desenmascarar el alma, a vivir con impudor todas las sensaciones. Nunca le preguntes a un muchacho qu¨¦ piensa de ti porque corres el riesgo de saberlo. Estos adolescentes no conocen la culpa. Hacen el amor con una profundidad fisiol¨®gica, dicen siempre la verdad, disparan los ca?ones recortados entre carcajadas, te agreden con su naturalidad, el estado de gracia les hace caminar flotando, asisten con una sonrisa de compasi¨®n a tu tortura mental, aman o desprecian con una furia primigenia, juegan tiernamente con el coraz¨®n o la navaja. Pero todos estamos condenados. Ellos, a ser sinceros; nosotros, a seguir fingiendo.
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