Morir en Bogot¨¢
UN SENTIMIENTO de luto y dolor embarga en estos momentos al pueblo colombiano y a todos los amigos de Colombia en el mundo. Los acontecimientos que se han sucedido en los ¨²ltimos d¨ªas en el coraz¨®n de Bogot¨¢, desde el asalto por el Movimiento Diecinueve de Abril (M-19) del Palacio de Justicia, constituye indiscutiblemente una tragedia nacional cuyas consecuencias tardar¨¢n mucho tiempo en borrarse. El n¨²mero de muertos alcanza una cifra pr¨®xima al centenar, muchos de ellos carbonizados; entre ellos, el presidente del Tribunal Supremo, Alfonso Reyes, y otros magistrados, personalidades que se han distinguido, tanto en su labor docente como en su actividad jur¨ªdica, por su apoyo activo a la causa del di¨¢logo y de la reconciliaci¨®n nacional para sacar a Colombia del largo camino de sangre que ha recorrido en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Entre los cad¨¢veres est¨¢n varios comandantes del M-19 y muchos de sus combatientes, responsables del asalto al Palacio de Justicia y del secuestro de los magistrados.Lo ocurrido desde el momento en que, el mi¨¦rcoles pasado, se inicia el asalto al Palacio de Justicia ofrece a¨²n zonas oscuras. La misma versi¨®n oficial de los hechos est¨¢ lejos de disipar todas las dudas e inc¨®gnitas. El M-19 es un movimiento guerrillero conocido desde hace ya bastantes a?os; clasificarle simplemente como un grupo de asesinos ser¨ªa una deformaci¨®n burda. Se desprendi¨® de la Alianza Nacional Popular, del general Rojas Pinillas, con una ideolog¨ªa no marxista, sino basada en un nacionalismo radical, y con Sim¨®n Bol¨ªvar como bandera. Se ha especializado en operaciones de gran espectacularidad. Es posible que haya pretendido repetir en 1985 una operaci¨®n semejante a la ocupaci¨®n en 1980 de la Embajada de la Rep¨²blica Dominicana, con la que obtuvo entonces un protagonismo propagand¨ªstico indudable. Pero la ocupaci¨®n del Palacio de Justicia era un desaf¨ªo directo al poder. Realizar un acto de ese car¨¢cter para pedir publicidad en la Prensa y la radio -tales fueron las exigencias presentadas- demuestra un grado de irresponsabilidad, quiz¨¢ de desesperaci¨®n, que desborda todo lo imaginable.
Sobre la reacci¨®n del Gobierno cuando tuvo que enfrentarse con la ocupaci¨®n por el M-19 de la sede de los ¨®rganos judiciales de m¨¢s alta jerarqu¨ªa, los datos existentes hoy son a¨²n insuficientes para tener una opini¨®n fundada. Se sabe que hubo un Consejo de Ministros que se prolong¨® durante casi 12 horas, lo que no parece indicar una reacci¨®n un¨¢nime ni un acuerdo f¨¢cil. Es aconsejable cierta cautela, precisamente cuando el presidente Belisario Betancur reitera con tanta insistencia que partieron de ¨¦l todas las ¨®rdenes para el asalto, que luego se convirti¨® en una verdadera carnicer¨ªa. En todo caso, es evidente que eI.desenlace no corresponde en absoluto a lo que ha sido el esfuerzo persistente del presidente Betancur de iniciar negociaciones, primero, y de firmar, despu¨¦s, treguas y acuerdos con diversos grupos guerrilleros, garantizando a ¨¦stos que conservasen sus armas, para abrir un nuevo camino pol¨ªtico que deb¨ªa desembocar en una incorporaci¨®n plena, en un ambiente de paz y concordia, de todos los sectores de la poblaci¨®n colombiana a una democracia efectiva. El desenlace ha correspondido mucho m¨¢s a la actitud persistente de los sectores ultras de las fuerzas armadas, que de un modo tenaz se han opuesto a los esfuerzos negociadores de Betancur y siempre han considerado que la ¨²nica soluci¨®n era la liquidaci¨®n fisica, por la violencia de las armas, de los grupos guerrilleros. Como operaci¨®n de rastrilleo califican muchos en Colombia lo ocurrido en el Palacio de Justicia: han muerto magistrados partidarios de la reconciliaci¨®n, han muerto jefes guerrilleros que hab¨ªan negociado.
Es inevitable situar los hechos de los ¨²ltimos d¨ªas en un marco hist¨®rico, y para ello recordar ciertos antecedentes. Las guerrillas son un fen¨®meno end¨¦mico en la vida de Colombia (se calcula que en los ¨²ltimos 20 a?os las luchas pol¨ªticas han causado unos 70.000 muertos; es una cifra aterradora, pero significativa). Colombia ha conocido una fachada de elecciones y ¨®rganos democr¨¢ticos, pero minados por la corrupci¨®n y el caciquismo, y sobre todo una tendencia a dirimir los enfrentamientos pol¨ªticos por el camino de la violencia. Cuando en 1982 Belisario Betancur anuncia su disposici¨®n a negociar para poner fin a las luchas armadas, se trata de una iniciativa hist¨®rica. Con audacia, ya en octubre de 1983 se entrevista en Madrid con dos jefes del M-19; en abril de 1984 se firma la tregua con las FARC -guerrillas liga das al partido comunista-, y en agosto, en Corinto, el acuerdo con el M-19. En aquellos d¨ªas, la esperanza de paz despert¨® el entusiasmo, las calles de las ciudades colombianas se llenaron de flores; hoy Colombia est¨¢ de luto.
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