Areilza
Para los espa?oles conscientes -como para los espectadores de allende nuestras fronteras- seguir¨¢ siendo durante mucho tiempo objeto de asombro y tema de an¨¢lisis, desde una perspectiva hist¨®rica, la experiencia vivida por nuestro pa¨ªs en el tr¨¢nsito a la democracia, desde un r¨¦gimen dictatorial surgido de la sangrienta guerra civil e iniciado con inequ¨ªvoca vocaci¨®n totalitaria, al estilo de los reg¨ªmenes alem¨¢n e italiano. Parec¨ªa muy dificil lograr la recuperaci¨®n de la libertad sin nuevos estallidos de confrontaci¨®n interna, sin un despliegue revanchista contra el sistema que a lo largo de cuatro d¨¦cadas se esforz¨® en crear una conciencia de irreversibilidad, de camino sin retorno, atenido a la discriminaci¨®n maniquea entre la Espa?a vinculada al triunfo de 1939 y la llamada anti-Espa?a -la Espa?a vencida, exluida a lo largo de medio siglo- Pero el milagro se consigui¨®.El modelo espa?ol es excepcional; tan dif¨ªcil de exportar como lo est¨¢n poniendo de manifiesto las Hispanias de ultramar, desgarradas entre reg¨ªmenes de excepci¨®n e intentos de retorno a la democracia, estimulados, inevitablemente, por un revanchismo a veces implacable. Hay un motivo que explica la dificultad del trasplante de nuestro modelo, y ese motivo, aparentemente parad¨®jico, radica en la prolongad¨ªsima duraci¨®n de la dictadura franquista, que dio tiempo a dos relevos generacionales y a una profunda evoluci¨®n social, capaces de desdibujar en lejana perspectiva los rencores engendrados por la guerra y por la represi¨®n subsiguiente. Que Adolfo Su¨¢rez, art¨ªfice del cambio, hubiera nacido en 1935, y que Felipe Gonz¨¢lez, el nuevo l¨ªder del viejo partido de Pablo Iglesias y de Largo Caballero, no contase m¨¢s que 33 a?os en 1975, fueron factores decisivos -multiplicados en la sociedad espa?ola- para que las cosas pudieran hacerse en nuestro pa¨ªs como se hicieron.
Pero est¨¢ tambi¨¦n el caso de los que protagonizaron -j¨®venes combatientes- la terrible crisis de hace 50 a?os y experimentaron luego en s¨ª mismos una reconversi¨®n ideol¨®gica basada en la reflexi¨®n inteligente, en el contacto con las nuevas corrientes. de la historia, con las nuevas perspectivas del mundo, abiertas al futuro; los que vivieron una contrici¨®n necesaria, madurando la conciencia de responsabilidad compartida en los or¨ªgenes y en los horrores de la ruptura entre hermanos. No voy a mencionar los casos, ejemplares y magn¨¢nimos, de aquellos que tuvieron el valor de desprenderse de las falanges victoriosas y confesaron, a tiempo para que ello no les reportase sospechosas ventajas, su repudio de viejas actitudes, el dolor por su implicaci¨®n el cainismo de 1936, su apertura a Una realidad justa y necesaria. Me referir¨¦ aqu¨ª s¨®lo a la personal experiencia de una figura de pol¨ªtico y diplom¨¢tico de primer orden, con caracterizaci¨®n perfectamente europea -o perfectamente occidental-: Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza, quien en su primera juventud form¨® entre los hombres de la gran reacci¨®n contra la Rep¨²blica desvirtuada, y entre triunfadores de 1939 -atenidos a un punto y aparte que pretend¨ªa ignorar o hacer tabla rasa de muchas cosas enraizadas en la historia y en los caminos reales del mundo-; pero convertido luego en puente entre las dos Espa?as desde la plataforma de la gran instituci¨®n marginada, que a partir del declinar de los totalitarismos del centro y sur de Europa se afirm¨® como clave de b¨®veda para el edificio de nuestra reconciliaci¨®n nacional.
Con frecuencia se ha aludido al cosmopolitismo y a la elegancia de Areilza. La soltura en los medios y modos sociales, el buen gusto en el vestir son virtudes l¨®gicas -aunque no siempre efectivas- en el diplom¨¢tico. Pero la elegancia es lo que convierte a esas virtudes en algo tan natural que las hace consustanciales con el personaje. Tal es el caso de Areilza, en el cual todo -no s¨®lo la apariencia exterior- responde a una perfecta distinci¨®n basada en el equilibrio del gesto, de la palabra, del pensamiento; y aqu¨ª reside el secreto de su imperturbable serenidad para abordar objetivamente el contacto y el trato con los interlocutores m¨¢s antag¨®nicos. Areilza no se deja llevar jam¨¢s por la pasi¨®n; sus juicios est¨¢n dictados siempre por una generosidad cerdial, que excluye la extremosidad, el mal gusto, el exabrupto. Su estilo como escritor (excelente escritor: ?a qu¨¦ est¨¢ agurdando la Real Academia para reconocerlo de manera oficial?) es su estilo humano: s¨®lo el relato o la evocaci¨®n de la an¨¦cdota -no acompa?ada de adjetivos- permite al lector situarse; nunca el est¨ªmulo de un trallazo calculado.
Areilza nos ha brindado, en los ¨²ltimos a?os, tres libros de memorias. El primero debi¨® ser en realidad -por su contenido cronol¨®gico- el ¨²ltimo: se refer¨ªa a su reciente -inmediata- experiencia ministerial en el segundo Gobierno Arias Navarro. De aqu¨ª que, con indudable acierto, el autor se limitase a brindar -quiz¨¢ retocando s¨®lo el estilo; quiz¨¢ limando alguna aspereza- los diarios de aquellos meses, tensos y dif¨ªciles. Como diarios, sobrios y sin ropaje, quedaron reducidos a un testimonio, importante para el historiador. Su segundo libro de memorias -Memorias exteriores- recog¨ªa las grandes experiencias diplom¨¢ticas de Areilza bajo el franquismo: sus embajadas en Buenos Aires, Washington, Par¨ªs. Por ¨²ltimo -a¨²n presente en los escaparates- Areilza nos ha ofrecido la obra que sirve de puente entre los espacios temporales abarcados en esos libros; a mi parecer, la m¨¢s importante en esta trilog¨ªa contempor¨¢nea: Cr¨®nica de libertad. Leyendo este relato, ciertamente extraordinario, se comprenden las claves del cambio; o mejor dicho, las razones por las cuales el cambio espa?ol fue como fue.
La decisi¨®n de Areilza -su despegue del r¨¦gimen franquista- toma forma y expresi¨®n oficial a ra¨ªz de su gesti¨®n diplom¨¢tica en la Francia de De Gaulle; pero arranca de su fidelidad a la idea mon¨¢rquica, mantenida en sus contactos con el conde de Barcelona tras el famoso manifiesto de Lausanne. Y en torno a 1965, cuando el conde de Motrico se convierte en el verdadero definidor de la monarqu¨ªa posible -dentro, desde luego, del camino iniciado por don Juan entre 1943 y 1945-. Esa monarqu¨ªa posible -la aut¨¦ntica reconciliaci¨®n nacional- no pod¨ªa ser ya un cauce intermedio entre la democracia y el autoritarismo franquista, o una alternativa m¨¢s o menos inspirada por la ideolog¨ªa proliberal de los intelectuales de Acci¨®n Espa?ola; ni basar sus t¨ªtulos pacificadores en una simple afirmaci¨®n legitimista. La monarqu¨ªa reconciliadora s¨®lo podr¨ªa afianzarse como garante de la democracia. Creo que todo el esfuerzo dial¨¦ctico de Areilza en esta direcci¨®n, asumida, desde luego, por el titular de la Casa Real espa?ola, fue la verdadera piedra angular del gran edificio que albergar¨ªa la nueva restauraci¨®n.
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Se entiende as¨ª que, al iniciarse por parte de Franco y Carrero la gran operaci¨®n del salto generacional en la titularidad regia, con el fin de hacer de la monarqu¨ªa instaurada una especie de seguro de continuidad para el r¨¦gimen nacido de la guerra civil, la posici¨®n mantenida por Areilza bordease peligrosamente el riesgo de una ruptura de la continuidad din¨¢stica: durante alg¨²n tiempo la dualidad don Juan-don Juan Carlos pareci¨® encarnar dos conceptos contrapuestos de la monarqu¨ªa (la monarqu¨ªa democr¨¢tica y la monarqu¨ªa del franquismo). Lo que prevaleci¨® bajo esta apariencia -la compenetraci¨®n ideol¨®gica entre el padre y el hijo, la posibilidad de un cambio desde dentro mediante la utilizaci¨®n de los mismos resortes previstos por el r¨¦gimen, seg¨²n el prudente camino recorrido por don Juan Carlos- no siempre estuvo claro a los ojos de Areilza. Creo que as¨ª cabe interpretar su versi¨®n de la crisis que cost¨® a Jes¨²s Pab¨®n el puesto de delegado del Rey, por ¨¦l desempe?ado durante poco tiempo ( 1963- 1965). Areilza escribe: "Mi antecesor en la organizaci¨®n de Estoril, el ilustre historiador Jes¨²s Pab¨®n, que guardaba excelentes relaciones de amistad con Franco desde los tiempos de la Academia General de Zaragoza, se hallaba convencido de que Franco designar¨ªa a don Juan Carlos como sucesor, y que don Juan renunciar¨ªa desde ese momento a sus derechos hist¨®ricos como consecuencia de tal decisi¨®n... Mi tesis no era ¨¦sa, sino lograr que la Monarqu¨ªa, como forma de Estado, no estuviera identificada con la derecha y, lo que era a¨²n peor, con la extrema derecha conservadora". Estoy capacitado, documentalmente, para matizar ese aserto. El gran esfuerzo de Pab¨®n al servicio del conde de Barcelona se cifr¨® en no romper la armon¨ªa entre los tres pilares sobre los que gravitaba el futuro -El Pardo, Estoril, la Zarzuela-. No lo logr¨® aparentemente, pero s¨ª en la realidad profunda. Fue su salida de la delegaci¨®n y la subsiguiente radicalizaci¨®n de Estoril, en v¨ªsperas de la elecci¨®n trascendental del viejo patriarca, lo que vino a acelerar los tr¨¢mites de la ley sucesoria; la decisi¨®n de 1969 desplazaba efectivamente a don Juan. Pero la prudencia del pr¨ªncipe de Espa?a, su identificaci¨®n con el jefe de la dinast¨ªa, identificaci¨®n siempre estimulada por Pab¨®n, iba a salvar, por encima de todo, el concepto de la realeza como garant¨ªa del cambio hacia la democracia. (Ser¨ªa el propio Areilza quien -con su elegancia proverbial- reconocer¨ªa los hechos al definir al joven monarca como "motor del cambio").
De lo que no cabe duda es de que la labor doctrinal de Areilza para definir inequ¨ªvocamente la Monarqu¨ªa del cambio y de la reconciliaci¨®n fue clave decisiva a la hora de la verdad. Como ¨¦l mismo escribe en esta Cr¨®nica de la libertad, "la transici¨®n empez¨® a convertirse en un proceso viable cuando una parte considerable de la opini¨®n pol¨ªtica del pa¨ªs, incluyendo la izquierda clandestina, atisb¨® la posibilidad de encontrar en la Monarqu¨ªa la s¨®lida plataforma institucional que pod¨ªa servir como instancia arbitral para presidir la reconciliaci¨®n de los bandos enfrentados en la guerra civil. La transici¨®n se inici¨® cuando esa hip¨®tesis se abri¨® camino en la mente de los l¨ªderes pol¨ªticos y sociales de Espa?a. Y el m¨¦rito relevante de la Monarqu¨ªa de Estoril como alternativa de salida despu¨¦s de la muerte de Franco fue el haber creado, con la fuerza de su imagen proyectiva hacia el futuro, un perfil institucional tan adecuado y oportuno que cualquier soluci¨®n que se intentara dentro de ese proyecto mon¨¢rquico hab¨ªa de hacerla suya y aceptarla necesariamente".
Ahora bien, ese decidido cornpromiso con la plena restituci¨®n democr¨¢tica iba a hacer impos¨ªble el nombre de Areilza como soluci¨®n de recambio cuando la operaci¨®n del tr¨¢nsito se estaba efectuando con delicad¨ªsimo cuidado y evitando una ruptura con la legalidad -que no legitimidad- montada por el franquismo. Deb¨ªa ser un azul de la generaci¨®n que no vivi¨® la guerra -Adolfo Su¨¢rez- el instrumento de la gran operaci¨®n en que, tanto el Rey como Torcuato Fern¨¢ndez Miranda, hab¨ªan programado los pasos fundamentales. Y, de igual modo, ser¨ªa Su¨¢rez el hombre del centro que Are¨ªlza se hab¨ªa adelantado a definir y estructurar. Aunque tambi¨¦n es verdad que antes de que el centro existiera como partido, el propio Su¨¢rez lo hab¨ªa encarnado en la pol¨ªtica pr¨¢ctica desplegada por su primer Gobierno.
La lectura del ¨²ltimo libro de Areilza desvela la trama esencial de la transici¨®n espa?ola a la democracia; sin excluir contrastes no siempre positivos para el propio autor. En cualquier caso, ¨¦ste aparece, justificadamente, como una figura esencial en aquel trance hist¨®rico, de cuyos m¨¦ritos a¨²n no se han dado cuenta muchos espa?oles. Areilza supone el equilibrio tras un arranque en la desmesura -la guerra civil-; la prudencia y la intuici¨®n del futuro, y la apertura incondicional hacia ese futuro, ineludible para un nivel intelectual como el suyo. Un nivel m¨¢s bien raro en nuestra fauna pol¨ªtica, que a veces confunde al hombre de cultura con el empoll¨®n sin sensibilidad, capaz de alcanzar las virtudes del robot, pero sujeto tambi¨¦n a todas sus limitaciones.
Con su complejo pasado, lleno de ricas experiencias, ah¨ª est¨¢ Areilza, humano, entero, clarividente, imagen de la mesura, del buen sentido, de la exacta perspectiva hist¨®rica basada en la moderaci¨®n. Un pol¨ªtico plenamente actual, plenamente europeo, cuando Espa?a recupera su papel en Europa: quiz¨¢ por eso mismo, con m¨¢s futuro que pasado.
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