Buen filme de intiga
Al filo de la sospecha.Director: Richard Marquand. Gui¨®n: Joe Eszterhas. Fotografia: Matthew F. Leonetti. M¨²sica: John Barry. Producci¨®n: Martin Ransohoff, para Columbia Pictures. Int¨¦rpretes: Glenn Close, Jeff Bridges, Peter Coyote, Robert Loggia. Norteamericana, 1985. Estreno en Madrid: cines Benfliure, Lope de Vega, Novedades.
No va a romper moldes esta pel¨ªcula. Se atiene a moldes antiguos, es respetuosa con las tradiciones de las intrigas detectivescas y como ella hemos visto otras pel¨ªculas. Recuerda mucho en unas ocasiones el esquema de Testigo de cargo, de Billy Wilder, y en otras a Sospecha, de Alfred Hitchcock, dos magn¨ªficas pel¨ªculas de este tipo. No alcanza Al filo de la sospecha el dramatismo procesal de aqu¨¦lla, ni tampoco el sutil juego de inquietantes planos subjetivos de doble lectura de la segunda. Pero, siendo heredera de tan magistrales obras, no hace el rid¨ªculo cotejada con ellas, y esto no es poco.
La intriga de Al filo de la sospecha est¨¢ bien urdida y ordenada argumentalmente. Al principio va directamente al planteamiento de un brutal asesinato doble, con connotaciones muy crueles y enigm¨¢ticas. Pero, una vez conocida la cara oscura del asunto desencadenante, la pel¨ªcula salta de pronto a otro punto de vista y, aparentemente, comienza a contarnos otra historia, la de la abogada defensora del caso, admirablemente interpretada por Glenn Close. No tardaremos en averiguar que, en realidad, las dos historias -la de la abogada y la de su defendido, interpretado de manera muy pobre por Jeff Bridges- no son distintas, sino rigurosamente complementarias, hasta el punto de que acaba siendo la misma historia vista desde dos angulaciones opuestas.
Contrapunto
Este salto fuera de la intriga inicial hacia otra paralela que al final se revela como veh¨ªculo que enriquece y esclarece a la primera tiene otra funci¨®n a¨²n m¨¢s importante, que carga de densidad al relato: una funci¨®n de contrapunto, que ahuyenta el mayor peligro que amenaza a este tipo de urdimbres argumentales, el peligro de esquemat¨ªsmo. Este engarce en torma de contrapunto de las dos historias da una inesperada variedad al relato, y ¨¦ste discurre en dosis y respiros que facilitan no s¨®lo la comprensi¨®n f¨¢cil de los sucesos, sino tambi¨¦n su ordenaci¨®n en escalera, en dispositivo de ascenso, de tal manera que, a medida que la pel¨ªcula progresa, el hilo de la intriga se carga de esa electricidad cinematogr¨¢fica que llamamos inter¨¦s.
Dirige con transparencia Robert Marquand. Los int¨¦rpretes son buenos (en especial Robert Loggia, que compone un convincente detective privado en la l¨ªnea del thriller tradicional), con dos excepciones ya aludidas: la abogada Glenn Close, que es mejor que buena, y el acusado Jeff Brigges, que es peor que malo, porque no lo parece a las mangas anchas. Y no hay por qu¨¦ ser indulgente en este caso, ya que la bondad del filme pod¨ªa haberse multiplicado de haber existido un verdadero di¨¢logo de t¨² a t¨² entre actriz y actor. Por desgracia, este di¨¢logo se queda en mon¨®logo de una magn¨ªfica mujer contra un inexpresivo mu?eco, incapaz de dar el rostro de la duplicidad que redondear¨ªa con el donde la seda el met¨¢lico tejido de la intriga. Si, una vez vista la pel¨ªcula, se hace el loco ejercicio memor¨ªstico de poner en el lugar del joven Bridges a Cary Grant joven, la pel¨ªcula, aunque s¨®lo sea como descabellada hip¨®tesis, crece.
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