Nuevos monumentos en Madrid y la necesidad de un desagravio
A¨²n recuerdo el impacto emocional y est¨¦tico que me produjo -hace ya muchos a?os- el tropezarme con una escultura de Donatello al doblar la esquina de una calle de Florencia.Todas las grandes ciudades, a trav¨¦s de todos los tiempos, han recurrido, para su ornamento, a obras de arte preferentemente escult¨®ricas.
Con muy diversos resultados, Madrid presenta una variad¨ªsima muestra de monumentos, cuyo inmediato prop¨®sito fue honrar la memoria de un hecho o un personaje, y cuya consecuencia urban¨ªstica ha sido la de embellecer la ciudad. Desde la resultante de la paradigm¨¢tica conjunci¨®n de tres genios: Vel¨¢zquez, Mart¨ªnez Monta?¨¦s y Galileo para plantear la estatua ecuestre de Felipe IV en la plaza de Oriente, rematada con una dign¨ªsima ejecuci¨®n de Tacca y un acertado complemento de Francisco El¨ªas y Jos¨¦ Tom¨¢s en la realizaci¨®n de las fuentes y el pedestal de la base, para continuar con la composici¨®n arquitect¨®nica de la Puerta de Alcal¨¢, en homenaje a Carlos III, obra de Sabatini, con las caracter¨ªsticas y emplazamiento perfectos para conseguir la rotura de perspectiva necesaria para cortar un cambio de rasante. O estatuas tan dignas y tan representativas de su ¨¦poca como la modernista de Querol dedicada a don Francisco de Quevedo, ubicada hace poco tiempo y acertadamente en la plaza que lleva su nombre, en una posici¨®n descentrada como mandan las leyes de est¨¦tica urbana de Sitte.
El escultor m¨¢s repetido de Madrid, y a mucha distancia del que pueda ser el segundo, es Mariano Benlliure, con important¨ªsimos monumentos como el dedicado a Alfonso XII, en el parque del Retiro, o el ¨²ltimo: el busto de Loreto Prado. Y para mi gusto, el mejor es la estatua ecuestre del general Mart¨ªnez Campos, tambi¨¦n en el Retiro, y la m¨¢s divertida -casi un comic-, la de don Emilio Castelar invocando a Dios en el Sina¨ª, ante un at¨®nito grupo de los grandes de la elocuencia: Dem¨®stenes, Cicer¨®n, etc¨¦tera, por un lado, y por el otro, un grupo de sorprendidos obreros a los que les descubre la Verdad... una se?ora desnuda. Despu¨¦s de todo ese montaje dial¨¦ctico no cabe otra soluci¨®n que enfundar los b¨¦licos ca?ones con los que se remata la parte posterior del monumento, situado, tambi¨¦n acertadamente, en un cambio de direc¨¦i¨®n del sinuoso paseo de la Castellana.
Otro modelo de simplicidad, soberbia factura y excelente ubicaci¨®n, bajo un enorme ¨¢rbol centenario, es el Gald¨®s, de Victorio Macho. Y... bueno, sin la necesidad de especificar uno a uno en concreto, digamos, en general, que existen adem¨¢s algunos esperpentos que pueblan calles, plazas y jardines de nuestra villa y corte.
Recientemente se han erigido en nuestra capital unos pocos, monumentos algunos de ellos nada felices, realizaciones que seguramente influir¨¢n en los que se pretenda hacer en un pr¨®ximo futuro.
Una escultura de Indalecio Prieto, de las ¨²ltimas realizadas por mi entra?able amigo Pablo Serrano, con la calidad digna de su autor, acertadamente emplazada en los Nuevos Minsiterios. Y a continuaci¨®n, la de Largo Caballero, de un "seudo Serrano", inadecuadamente situada, que rompe la bella secuencia de la arquer¨ªa.
En el parque del Oeste, el monumento a Miguel Hern¨¢ndez, del arquitecto Dom¨ªnguez Uceta, es una angulada sucesi¨®n de pilastras de buena y fina geometr¨ªa, bien encajada en el paisaje, con la sugerencia po¨¦tica de ese v¨¦rtice de cubo emergente.
Si est¨¢bamos convencidos de que nuestro actual r¨¦gimen democr¨¢tico era la mejor forma pol¨ªtica de regir nuestros destinos nacionales, no resultaba descabellado el erigir a su estructura jur¨ªdica por excelencia: la Constituci¨®n, un monumento que la exaltase. Lo que no parece muy adecuado es que un jurado de muchas campanillas se tirase la plancha de premiar una soluci¨®n, plagiada de un conocid¨ªsimo proyecto que el escultor y arquitecto suizo Max Bill present¨® en un concurso internacional que se celebr¨® en Londres pocos a?os despu¨¦s del final de la II Guerra Mundial, "En memoria del prisionero pol¨ªtico desconocido".
Pues bien, esta especie de templete que si se hubiera acertado en la escala y en el emplazamiento adecuados indudablemente tendr¨ªa unos valores volum¨¦tricos y espaciales monumentales, ha terminado realiz¨¢ndose en un tama?o rid¨ªculo y se ha colocado en una vergonzante esquina de los jardincillos del Museo de Historia Natural.
Pero hay otro ejemplo mucho m¨¢s desafortunado, por no decir indignante: se trata del monumento a Juli¨¢n Besteiro en los jardines de la calle del Doctor Arce, junto a la iglesia de Santa Gema.
Para sus correligionarios socialistas y para los que, sin serlo, admiramos la hombr¨ªa de bien, la honradez y el patriotismo de ese vencido ejemplar de nuestra triste contienda civil, un recuerdo a su memoria no puede consistir en una escultura fuera de escala en relaci¨®n a su entorno, ausente de valores pl¨¢sticos y con un acompa?amiento de jardiner¨ªa, de pavimentos, de texturas y dise?o inveros¨ªmilmente vulgares. Llega esto a tal grado de ridiculez, que si en las autoridades queda un ¨¢pice de sensibilidad tendr¨ªan que plantearse seriamente la necesidad de un desagravio.
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