El vecino incomprendido
Son muchos los europeos que, como yo, han nacido en Marruecos. Nuestros padres, abuelos, e incluso bisabuelos en muchos casos, emigraron hace varias generaciones al vecino pa¨ªs del norte de ?frica. Por eso mismo amamos a esa tierra, llena de colorido y contrastes, que nos vio crecer y acogi¨® con generosidad. Despu¨¦s de la independencia, en 1956, se produjo la descolonizaci¨®n, y los europeos fuimos abandonando poco a poco el pa¨ªs para incorporarnos a nuestras naciones de origen. Algunos hemos conservado los v¨ªnculos que nos unen a nuestros amigos norteafricanos y solemos aunar el Estrecho con frecuencia. No pretendemos otorgamos grado alguno de representatividad; sin embargo, podemos mejor que cualquier europeo conectar con el sentir de un pueblo con el que hemos convivido durante varias generaciones. Y es que en Espa?a todav¨ªa impera una visi¨®n parcial y distorsionada de la realidad marroqu¨ª, con tintes de racismo que se cristalizan, por ejemplo, en el uso frecuente y poco correcto que se hace de la palabra moro. Los medios de comunicaci¨®n espa?oles contribuyen a este estado de hecho, ya que pocas veces ese avienen a publicar opiniones favorables al reino alau¨ª, y, sin embargo, tanto peri¨®dicos como semanarios rebosan de noticias que defienden o justifican la tesis del Frente Polisario. Es evidentemente m¨¢s rom¨¢ntico -y m¨¢s vendible- contar una historia sobre la lucha de un movimiento guerrillero por la libertad que exponer los complejos mecanismos pol¨ªticos y las ambiciones hegem¨®nicas de los Estados de la zona, que han desembocado en la situaci¨®n de injusticia hist¨®rica con la cual Marruecos lleva enfrent¨¢ndose desde hace a?os. Y digo injusticia porque con s¨®lo mirar un mapa se constata que el reino alau¨ª reclama para s¨ª, desde los tiempos m¨¢s remotos, ciudades o zonas enclavadas geogr¨¢ficamente en su territorio. Sin embargo, si existe en Europa un pa¨ªs que pueda comprender esta situaci¨®n, es Espa?a. Quiz¨¢ sea por eso que los jefes de Estado de ambos pa¨ªses tienen relaciones tan cordiales, y no s¨®lo, como pueden opinar algunos linces de la pol¨ªtica, por su mera condici¨®n de monarcas o porque est¨¢n "condenados a entenderse". Espa?a ha sufrido tambi¨¦n la emigraci¨®n forzada de sus trabajadores, tiene que convivir igualmente con la verg¨¹enza de la ocupaci¨®n de una parte de su territorio y durante a?os ha soportado la incomprensi¨®n de su vecino franc¨¦s, que proteg¨ªa a los terroristas de ETA porque los consideraba luchadores por la libertad. Aun as¨ª, produce m¨¢s asombro que indignaci¨®n en nuestros vecinos marroqu¨ªes el desconocimiento que existe en Espa?a sobre sus sentimientos y opiniones como pueblo. Sobre todo en lo que se refiere a temas tan importantes como Ceuta, Melilla y el S¨¢hara. Al leer la Prensa espa?ola parece que s¨®lo existe un enfrentamiento entre el rey Hassan II y el Frente Polisario, como si los propios marroqu¨ªes no tuvieran opini¨®n alguna, Ellos no comprenden por qu¨¦ los dem¨®cratas espa?oles les niegan la posibilidad o capacidad de opinar sobre temas tan fundamentales para su pa¨ªs. Quisiera, pues, en la medida de lo posible, explicar, como lo har¨ªa un simple ciudadano marroqu¨ª, cu¨¢l es el sentir mayoritario en un pa¨ªs que siempre ha deseado estrechar lazos que le unen a su vecino del Norte.
Unanimidad
Conviene aclarar que existe en Rabat unanimidad absoluta entre los partidos pol¨ªticos en lo que se refiere a la problem¨¢tica de las ciudades espa?olas del norte de ?frica y a la guerra del S¨¢hara. Desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, el acuerdo es total en torno a estos temas, y los marroqu¨ªes se sorprenden cuando finos analistas pol¨ªticos espa?oles argumentan que el rey Hassan II se sirve de estos conflictos para manipular a su pueblo y amordazar a los partidos pol¨ªticos. En Marruecos se sabe que los partidos de izquierda y los sindicatos obreros son tan intransigentes con el tema del S¨¢hara como los nacionalistas del partido Istiqlal. Por otro lado, Hassan II est¨¢ irremediablemente comprometido y sabe perfectamente que su pueblo jam¨¢s le perdonar¨ªa el abandono de la reivindicaci¨®n del S¨¢hara como parte integrante de su territorio nacional. Con tan s¨®lo viajar por Marruecos y comunicarse con sus habitantes, se comprobar¨¢ de Norte a Sur el consenso que existe en torno a este delicado problema. El hombre de la calle se queda at¨®nito cuando se le explica que en Espa?a se piensa que el problema del S¨¢hara es un caso claro de descolonizaci¨®n inacabada y que el Polisario es un movimiento independiente. Los argumentos que emplea para convencernos son quiz¨¢ algo ingenuos, pero su sencillez es igualmente demoledora. El marroqu¨ª empieza d¨¢ndonos una lecci¨®n de geograf¨ªa elemental. Nos recomienda observar un mapa de la zona y comprobar que las fronteras son l¨ªneas absolutamente rectas, trazadas por los antiguos colonos europeos. Resulta, dice, que al oeste de esa l¨ªnea fronteriza con la regi¨®n del Tinduf viv¨ªan n¨®madas que ahora son argelinos. Nadie lo pone en duda. Pero al este, sus hermanos no puedan ni deben ser marroqu¨ªes, pues son saharauis. ?C¨®mo explicar que, a partir de una divisi¨®n tan artificial, los saharauis que viven en Argelia son argelinos, pero los saharauis que viven en Marruecos no pueden ser marroqu¨ªes, sino que deben configurar la Rep¨²blica Arabe Saharaui? Si resulta justa la creaci¨®n de un nuevo Estado independiente en la zona, ¨¦ste debe, en todo caso, abarcar tambi¨¦n lo que es actualmente el S¨¢hara argelino, pues los habitantes de uno y otro lado de la frontera no se diferencian en nada. Todos ser¨ªan ciudadanos saharauis. Pero nadie pone en duda que el S¨¢hara argelina les pertenece, mientras que resulta que Marruecos, privado de su territorio sahariano por la colonizaci¨®n espa?ola, no tiene derecho a reclamarlo. Los marroqu¨ªes se indignan -todos- cuando recuerdan que su rey Mohamed V, padre de Hassan II, apoy¨® la independencia de Argelia, incluido su S¨¢hara, rico en petr¨®leo, frente a las resistencias francesas ante los acuerdos de Evian. Argelia ha recompensado la ingenua solidaridad de su vecino financiando y acogiendo al Polisario en su territorio. Cuando las tropas espa?olas abandonaron el S¨¢hara, el censo de los habitantes de la provincia no sobrepasaba las 70.000 personas, y aunque muchos se han quedado en las ciudades que pasaron bajo control marroqu¨ª, es dif¨ªcil explicar por qu¨¦ Hassan II se ha visto obligado a movilizar un ej¨¦rcito de m¨¢s de 100.000 soldados profesionales dotados de los medios m¨¢s sofisticados. Sencillamente, Argelia financia, surte y apoya al Frente Polisario. Con ello defiende sus intereses nacionales e intenta crear un Estado bajo su control que le permita disfrutar de una salida al oc¨¦ano Atl¨¢ntico. Los marroqu¨ªes, en su deseo de convencemos, describen c¨¢ndidamente lo que hubiera ocurrido si Francia, en vez de dar asilo pol¨ªtico a algunos etarras, hubiera creado y financiado un ej¨¦rcito vasco que luchase contra "el centralismo colonialista de Madrid". Marruecos, dicen, no se opone a celebrar, bajo control internacional, un refer¨¦ndum en los territorios saharianos, pero se niega a retirar su ej¨¦rcito y su Administraci¨®n, de la misma forma que Madrid no lo hizo cuando se vot¨® en el Pa¨ªs Vasco el refer¨¦ndum sobre el estatuto. La argumentaci¨®n puede parecer pueril, pero es defendible: cualquier Estado es capaz de aprovechar un movimiento independentista de un pa¨ªs fronterizo para debilitar a su vecino e incrementar su influencia en la regi¨®n. Es tan s¨®lo un problema de dinero: si se ponen los medios econ¨®micos necesarios, se puede alimentar y potenciar cualquier movimiento guerrillero, por incipiente que sea. Si adem¨¢s se le proporciona cobijo y apoyo log¨ªstico, la confrontaci¨®n se transforma. en un enfrentamiento larvado entre dos pa¨ªses soberanos.En lo que a Ceuta y Melilla se refiere, en Marruecos se opina que alg¨²n d¨ªa esas ciudades ser¨¢n parte integrante de su territorio, aunque s¨®lo sea por razones geogr¨¢ficas evidentes. No se comprende c¨®mo Espa?a defiende su soberan¨ªa sobre Gibraltar y niega los mismos derechos sobre las dos ciudades que Marruecos siempre ha reclamado. Pero tambi¨¦n se sabe que s¨®lo se alcanzar¨¢ ese objetivo mediante negociaciones pac¨ªficas que respeten y protejan los intereses leg¨ªtimos de los habitantes de Ceuta y Melilla.
Vistos son los argumentos que se emplean cuando nos comunicamos en Marruecos con el pueblo llano, sobre todo en las ciudades. Nuestros vecinos desean colaborar con una Europa pr¨®spera y comprometida con el desarrollo de los pa¨ªses del Magreb. La calurosa acogida que se dispens¨® al rey Juan Carlos en su reciente visita a Marruecos es una prueba m¨¢s de la voluntad de nuestros vecinos de consolidar sus relaciones con Espa?a.
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