Victorino culebrillas
Plaza de Valencia. 15 de marzo. Primera corrida fallera.Toros de Victorino Mart¨ªn, desiguales de presencia, inv¨¢lidos. Ruiz Miguel: estocada (petici¨®n, ovaci¨®n y salida al tercio); estocada (oreja). D¨¢maso Gonz¨¢lez: estocada (ovaci¨®n y saludos); dos pinchazos y media estocada ca¨ªda; aviso (vuelta). Ortega Cano: dos pinchazos y estocada desprendida (aplausos); cinco pinchazos y estocada ca¨ªda (bronca y almohadas). Hubo gran entrada.
JOAQUIN VIDAL
Ruiz Miguel, que triunf¨® ayer en la primera corrida fallera, a los Victorino los llama alima?as. En Valencia los llaman v¨ªboras, qu¨¦ cosas. Los valencianos creen que eso de las, alima?as lo ha recogido Ru¨ªz Miguel de Madrid, y dicen: "Esas v¨ªboras de Victorino, que los madrile?os llaman alima?as..".
La afici¨®n valenciana, p¨²blico en general y militares sin graduaci¨®n, acudieron en masa al popular coso de la calle X¨¢tiva, convencidos de que saltar¨ªan a la arena alima?as, o v¨ªboras; en cualquier caso Victorino dispuestos a comerse crudos a los toreros y a la acorazada de picar. Su decepci¨®n fue que no salt¨® nada. Por el contrario, lo que sali¨®, culebrillas de diverso calibre, reptaba la arena, y la surcaba de un lado a otro, los toreros por all¨ª, y la acorazada de picar sin blanco donde emplear su potencia de fuego.,
El toro es un animal, t¨ªmido en el campo, pero los Victorino llevaron su timidez hasta la misma plaza, y los toreros no pod¨ªan mirarlos sin que se pusieran colorados como novicias, y sin que les entrara un irreprimible temblor. Les llamaba Ruiz Miguel: "iJ¨¦!, y los Victorino se tiraban de morro al suelo. Si les llamaba: "J¨¦, toro! entonces se tiraban patas arriba, de la emoci¨®n.
No se crea que, por lo menos, los Victorino tra¨ªan la estampa fachendosa que ha contribuido a crearles la fama de alima?as y de viborillas. Antes bien, salvo un par de ellos, ten¨ªan poco respeto por delante -por la parte del cuerno- que es el norte anat¨®mico de su m¨ªtica pujanza; la que brujulea v¨ªctimas e impone respeto.
Si unos eran peque?os, otros medianos y s¨®lo un par de ellos grandecitos; si ten¨ªan poca cara y fuerza menos, ?le pod¨ªa importar a alguien que fuera Victorino o S¨¢nchez, bravo o manso, toro o tora, lo que sal¨ªa por los chiqueros y reptaba la arena? La masa de valencian s no hubiera tolerado jam¨¢s ninguno de los tres primeros toros si en lugar de llevar hierro Victorino lo hubiesen llevado S¨¢nchez o de a¨²n menos alcurnia.
Debiluchos y babosos
Los tres primeros toros m¨¢s tiraban a tora. Debiluchos y babosos, mejor juego habr¨ªan dado en un festival. Ruiz Miguel, al primero de ellos, que era un encanto de criatura, le templ¨® pases, y principalmente los circulares le salieron primorosos. Ruiz Miguel se divirti¨® m¨¢s que el p¨²blico. El segundo era demasiado poco toro para D¨¢maso Gonz¨¢lez, cuyo arte malabar requiere mayores emociones. El tercero record¨® a la familia y como sac¨® a relucir una castita inquietante, Ortega Cano no lleg¨® a acoplarse en sus series de derechazos y naturales.
Despu¨¦s empez¨® la corrida. Es decir, que el cuarto ya ten¨ªa otra romana y otra catadura; ten¨ªa sobre todo el genio de la dehesa extreme?a, donde se regala y mira de trav¨¦s a los fartivos. Le arrebat¨® a Ruiz Miguel la muleta y luego lo persigui¨® con sa?a hasta las mism¨ªsimas tablas. Se produjo entonces, y all¨ª, el lance de la tarde; ese instante en que el punto de una casualidad fugaz puede convertir el brillante espect¨¢culo en negra tragedia.
Ocurri¨® lo incre¨ªble: Ruiz Miguel se qued¨® petrificado por el espanto sobre el estribo, a merced de las astas del Victorino. "?Petrificado Ruiz Miguel, el m¨¢s caracterizado victorinicida que conocieron los siglos?", medit¨® el Victorino. Y no hubo nada; ni intenci¨®n de cogerle por la ingle hubo. Repuesto del susto, Ruiz Miguel intent¨® imponer la fuerza hegem¨®nica de su valor y su t¨¦cnica, al claro objeto de consumar el victorinicidio con todas las circunstancias habituales de su especialidad. Lo consigui¨® a medias. Pisaba el terreno del toro, le robaba pases meti¨¦ndose tras las astas por la calentura del morrillo, pero no acert¨® a dominarle, y cuando se adornaba cogiendo el testuz, el Victorino rechazaba violentamente la caricia.
La voluntad de agradar, la valent¨ªa que puso a su servicio y el volapi¨¦ con que abati¨® a la fiera le valieron a Ruiz Miguel una merecida oreja. La gente le estaba muy agradecida. Hubo un espectador que salt¨® al ruedo, se postr¨® de rodillas ante el torero, y junt¨® las manos para la oraci¨®n. ?Ruiz Nflguel, a los altares! Beato, de momento, lo proclama ya Valencia.
Al quinto, que acab¨® noble, D¨¢maso Gonz¨¢lez tambi¨¦n le hizo de las suyas, como circulares, pases de espaldas de rodillas, toda la gama. Pero tambi¨¦n de las ajenas como una tanda de naturales, templando el viaje y en perfecta ligaz¨®n, impecablemente abrochados con el de pecho. Aqu¨ª no hubo oreja, pues este coletudo pinch¨®,mas el entusiasmado p¨²blico le hizo dar la vuelta al ruedo.
Lluvia de almohadillas
La corrida se hab¨ªa encarrilado al final, y el sexto fue toro de respeto, propio para que Ortega Cano, luciera la torer¨ªa que tiene exhibida en tantas plazas. Sin embargo, ayer no era el d¨ªa de Ortega Cano. Renunci¨® a banderillear, y ¨¦sta es determinaci¨®n que el p¨²blico valenciano ni comprende ni perdona. Por dejar la tarea a sus peones -a lo que, por cierto, tiene perfecto derecho- le pusieron de vuelta y media. Y como las asperezas del toro en la muleta le inspiraron poqu¨ªsima confianza, y no las disimul¨¦ lo m¨¢s m¨ªnimo, y mat¨® a la ¨²ltima, y se hac¨ªa de noche, y ven¨ªa la humedad del mar, le cay¨® encima una lluvia de a1mohadillas, arrojada con estr¨¦pito por una multitud vociferante.
Acompa?ado por la fuerza p¨²blica abandon¨® Ortera Cano el lugar de autos y en la, calle a¨²n le abucheaba la gente, que estaba indignad¨ªsima. Gritaba uno, presa de gran disgusto: "Los Victorino han sido una mentira y, encima, va ¨¦ste y no banderilla!"., Y le respond¨ªa otro, muy alterado: "?Los toreros de ahora tienen itan poca verg¨¹enza, que ya no quieren ni banderillar!'.
Al toro de Ortega Cano lo banderill¨® Rafael Corbelle, con mucha facilidad y limpieza, y al cuarto con pinturer¨ªa El Formidable,, que hubo de corresponder a la cerrada ovaci¨®n saludando montera en mano.
A estos peones no les importa que haya alima?as o culebrillas para banderillar.
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