Cuatro compositores y un coro centenarios
Orquesta Sinf¨®nica de Mosc¨²
Director: Jorge Rubio. Sociedad Coral de Bilbao. Director: Gorka Sierra. Obras de Espl¨¢, Donostia, Guridi y G¨®mez. Teatro Real, 15 de marzo.
Sorpresivamente, no ha sido ninguna de nuestras orquestas, sino la Sinf¨®nica de Mosc¨², bajo la direcci¨®n de Jorge Rubio, la protagonista del justo homenaje a cuatro grandes de la m¨²sica espa?ola de los que celebramos el centenario de su nacimiento: ?scar Espl¨¢, Jos¨¦ Antonio Donostia, Julio G¨®mez y Jes¨²s Guridi. Todos ellos figuran entre los que Espl¨¢, con raz¨®n, denominaba "creadores del sinfonismo espa?ol". Su obra, larga, rica y significativa, no se frecuenta en la medida que debiera, aunque haya que anotar la resurrecci¨®n de ciertas partituras de G¨®mez; el. imponente esfuerzo de Jorge de Riezu en la publicaci¨®n de la ¨®pera omnia, music2d y te¨®rica, de Donostia; la publicaci¨®n de los escritos de ?scar Espl¨¢, recogidos y anotados por Antonio Iglesias, y la persistencia en el repertorio, junto t¨ªtulos l¨ªricos, de las Melod¨ªas vascas, de Guridi.El quinto centenario que confluy¨® en el concierto del s¨¢bado noche fue el de la Sociedad Coral de Bilbao -que patrocina un interesante ciclo de conferencias y conciertos y tina excelente exposici¨®n en la que se recoge buena parte de su historia-. Esa Sociedad Coral, de la que Guridi fue director, que dio lugara la creaci¨®n de parte de su obra coral, que propicio en 1910 el casi nacirniento de la ¨®pera vasca, ha venido a Madrid para cantar los Cuadros vascos. Espl¨¦ndida muestra de un popularismo coreogr¨¢fico, fue estupendamente interpreta.da por los cantores vizca¨ªnos y los profesores sovi¨¦ticos, aunque la percusi¨®n encontrara cierta dificultad para atinar con el ritmo de la espatadanza.
La finura de sensibilidad del padre Donostia queda evildenciada en las acuarelas vascas, un paisaje y cinco danzas estrenadas por Arb¨®s y la Sinf¨®nica en 1932. Procedente de los preludios-esa especie de columna vertebr¨¢l de la invenci¨®n vasquista de Donostia- y en alg¨²n caso ligada a la tierna Navidad, de Henri,Geh¨®n, esta suite, hasta la que llegan arorrias n¨®rdicos a lo Grieg, tanto corno impresionismo mediterr¨¢neo, constituye una pura delicia.
No menos demostrativa de la m¨¢s honda naturaleza musical de Espl¨¢ -tan enamorado del tema infantil como Garc¨ªa Lorca- resulta la suite sobre La p¨¢jaro pinta, que de6¨ªa haber acompa?ado el texto de Alberti. Posee ¨®scar obras de mayor efecto y positiva grandeza, pero se me antoja que aqu¨ª se esconde el secreto de su mejor intimidad: la que gustaba de disimular tras un talante severo, si no adusto, con el que quer¨ªa "retorcerle el cuello" a la elocuencia de su ternura, tan personal como alicantina, tan pegada a su yo como a la geografia, lia canci¨®n y la danza de la marina y de la sierra.
En fin, Julio G¨®mez, con su p¨¢gina m¨¢s divulgada, que tanto ruido arm¨® cuando su estreno por P¨¦rez Casas el a?o 1917. No afirmar¨ªa que se trata de su irnejor partitura, pero s¨ª que nos habla de un poder af¨¦ctivo, de una rnartera a la vez directa y oblicua de entender lo popular, representativa de parte de la creaci¨®n de su autor. Especialmente el preludio y la danza final resultaron no s¨®lo atractivos, sino tambi¨¦n exponentes de una manera peculiar dentro de las corrientes nacionalistas espa?olas, cuyos dos polos m¨¢s extendidos recoge Julio: un cierto arabismo, m¨¢s que alhambrismo, y la jota como explosi¨®n brillante de nuestro cantar. Hizo Rubio una magn¨ªfica labor. Prepar¨® en pocos ensayos y con calidad todo el programa, que supuso un ¨¦xito para todos.
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