La medicina: ?ayuda o coacci¨®n?
Todos los ideales propuestos a la colectividad como deseables objetivos sociales tienen una dimesi¨®n emancipadora liberaci¨®n de las amenazas de la naturaleza o de las justicias de los poderosos- y lana faceta coactiva, de imposici¨®n disciplinaria. Cada cual encontrar¨¢ el ideal ofrecido m¨¢s o menos deseable, seg¨²n le parezca que los costes en coacci¨®n compensan soportablemente o por el contrario abruman a la promesa liberadora. El ideal de la salud es quiz¨¢ el predominante en las sociedades actuales; en ¨¦l se advierten con particular nitidez los dos aspectos contrapuestos antes se?alados. Por un lado, la salud, en cuanto ideal social, es el derecho de cada ciudadano a solicitar y recibir ayuda -insisto: primero solicitar" luego recibir- que le sirva para mejorar el acuerdo placentero con su propio cuerpo y le proteja de las amenazas indeseadas contra su integridad f¨ªsica; por otro lado, es la serie de controles, prohibiciones, medidas higi¨¦nicas y educativas, etc¨¦tera, que el Estado considera necesario tomar para cumplir el desideratum positivo de la salud. La salud tal como la conciben los individuos -o, al menos, aquellos capaces de pensar por s¨ª mismos- y tal como se impone coercitivamente por la m¨¢quina estatal son dos cosas distintas y a menudo inconciliables.El conflicto nace de que el Estado tiene una concepci¨®n de la salud como mantenimiento del cuerpo productivo, mientras que el individuo lo que pretende ante todo es la potenciaci¨®n del cuerpo placentero. Por supuesto, el cuerpo plancentero no es ocioso ni suicida, pero en ¨¦l la conservaci¨®n de la vida y hasta la creatividad est¨¢n sometidas al principio de la intensidad de goce (cuando lo que prima, es la evitaci¨®n del dolor, volvemos otra vez al reino necesario del cuerpo productivo). Al Estado no le interesa que la vida sea intensa, sino extensa; no le importa lo que alguien es capaz de sentir o de so?ar, sino lo que es capaz de hacer. Por supuesto, cualquier individuo ilustrado, es decir, cualquier hedonista inteligente, est¨¢ de acuerdo en que haya un control sanitario de los alimentos o del medio ambiente (porque uno quiere comer jam¨®n, no triquina, o broncesarse al sol y no churruscarse bajo radiaciones at¨®micas). Pero no puede estar de acuerdo en que el monopolio de las sustancias qu¨ªmicas que pueden influir o modificar los procesos del organismo est¨¦ en manos de una determinada casta rodeada de culto semim¨¢gico y dirigida por prejuicios nacidos de una alianza entre Torquemada, Stajanov y Henry Ford.
Cierto pintoresco progresismo -supongo que habr¨¢ todav¨ªa que llamarlo as¨ª- se escandaliza ante estas disquisiciones contra las que no tienen otra respuesta que su piedad beocia e invoca la supuesta coincidencia de tales tesis con las de liberalismo reaganiano, "que declara que la salud, al igual que la pobreza, la marginaci¨®n o el paro, son un asunto de cada cual y as¨ª deriva los fondos destinados a programas sociales de asistencia a estos problemas hacia la guerra de las galaxias". Hace un cuarto de siglo, Leo Strauss denunciaba una variante de la reductio ad absurdum que pudiera denominarse reductio ad Hitlerum: consist¨ªa en creer que una opini¨®n hab¨ªa sido refutada con s¨®lo se?alar que, Hitler la hab¨ªa compartido. Por lo visto ha nacido una nueva 'Variante de la misma pereza mental, la reductio ad Reaganum: si Reagan sostiene que dos y dos son cuatro, queda claro para todo antiimperialista que han de ser ocho o menos uno. Pero es que resulta que Reagan, para colmo, es un activo perseguidor de las drogas y, si bien es partidario de reducir las ayudas para centros de rehabilitaci¨®n de drogadictos, piensa -como cualquier edificante cl¨¦rigo de izquierdas- que hay que aumentar la prohibici¨®n y persecuci¨®n que los crea. Volvamos al ABC de la cuesti¨®n; no es lo mismo el derecho a ser ayudado cuando uno lo solicita que el de ser coaccionado contra el propio deseo. La pobreza, la marginaci¨®n o el paro son condiciones negativas que se imponen a quien las padece, en contra de su voluntad: ?es la salud algo del mismo g¨¦nero? Reivindicar que la salud es un asunto propio es como decir que el aborto o el divorcio son decisiones personales, pese a las circunstancias sociales que concurren en ellos. ?Seguir¨¢ nuestro progresista totalitario su razonamiento hasta el final y proclamar¨¢ que aborto, divorcio, homoxesualidad, etc¨¦tera, son cuestiones p¨²blicas y que no pueden ser abandonadas al irresponsable capricho de cada individuo? Hasta ahora, lo m¨¢s a lo que ha Regado el Estado asistencial en estas cuestiones es a intimidar as¨ª al ciudadano: si quieres que te ayude en las circunstancias en que lo solicites (aunque siempre del modo que a m¨ª me parezca m¨¢s conveniente), deber¨¢s aceptar que decida por ti tambi¨¦n en las restantes ocasiones. La alternativa liberal es ¨¦sta: arr¨¦glatelas como puedas, pues yo no estoy dispuesto a darte m¨¢s que lo que seas capaz de pagar. El modelo de lo que pudiera llamarse izquierda libertaria es distinto a ambos y est¨¢ a¨²n por patentar, aunque si no se deja de esgrimir el viejo espantajo de la reductio
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La medicina: ?ay¨²da o coacci¨®n?
Viene de la p¨¢gina 11ad Reaganum nunca lograremos vislumbrar su perfil.
El derecho a la automedicaci¨®n y, por tanto, a la colaboraci¨®n de cada cual en la invenci¨®n de su propia salud es ?in derecho humano fundamental, del mismo rango que la libertad de expresi¨®n, de conciencia o de asociaci¨®n, ni m¨¢s peligrosa ni menos imprescindible. Los m¨¦dicos deben ser los primeros interesados en la defensa del derecho a la automedicaci¨®n, gracias al cual su ejercicio profesional adquirir¨¢ la dignidad de la ayuda libremente elegida y no se prestar¨¢ a ser coacci¨®n inquisitorialmente impuesta. Por supuesto, la automedicaci¨®n abarca aspectos muy distintos -entre ellos, la opci¨®n por una muerte que sea coronaci¨®n o remate de la vida activa y no desenlace de la prolongaci¨®n mec¨¢nica de las funciones vegetativas-, pero la cuesti¨®n de las llamadas drogas es hoy tristemente central. Por mucho que el m¨¢s somero an¨¢lisis de la cuesti¨®n muestre sin lugar a dudas que la prohibici¨®n de las drogas es la causa fundamental de las v¨ªctimas que ¨¦stas causan y de los delitos que en su nombre se cometen, hay dos razones para que dicha prohibici¨®n se mantenga contra viento y marea: primero, los intereses econ¨®micos en juego de traficantes, diplom¨¢ticos, polic¨ªas, rehabilitadores, etc¨¦tera; segundo, la concepci¨®n estatista de la salud como producci¨®n y duraci¨®n bajo control oficial. Sin embargo, en este punto tambi¨¦n hay que insistir en la denuncia de la ideolog¨ªa establecida: esperemos que dentro de 10 a?os lo que ahora es a¨²n protesta minoritaria se haya convertido en el punto de vista del m¨¢s amplio sentido com¨²n.
En este punto de la argumentaci¨®n, siempre me dice alguien con la mejor voluntad: "Todo eso est¨¢ muy bien, pero... ?no cree usted que la droga es realmente muy peligrosa?". Lo que yo opine de la cuesti¨®n no es relevante contra el principio de libertad que se trata de defender: no soy religioso y creo que la mayor¨ªa de las religiones -especialmente la cat¨®lica- encierran peligros para la integridad mental y moral de su adeptos, pero defiendo el derecho a la libertad de cultos religiosos..., aunque, naturalmente, no subvencionados por los laicos. En cuanto a la droga, una informaci¨®n completa y desmitificadora se hace muy necesaria. Mi opini¨®n personal es que se trata de una criada muy servicial que puede convertirse en un ama tir¨¢nica. Quien no est¨¦ seguro de poder librarse de la segunda, quiz¨¢ haga bien en prescindir de los servicios de la primera. Pero es asunto de cada cual, no m¨ªo, ni de la polic¨ªa, ni del juez. En todo caso, mi mayor inquina va siempre contra ese abstemio profesional y vocacional tan perfectamente descrito por Ambrose Bierce: "Abstemio: persona de car¨¢cter d¨¦bil, que cede a la tentaci¨®n de negarse un placer. Abstemio total es el que se abstiene de todo menos de la abstenci¨®n; en especial, se abstiene de no meterse en asuntos ajenos".
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