La Compa?¨ªa de Teatro Cl¨¢sico hace en Sevilla su estreno espa?ol
La Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico realiz¨®, en la noche del s¨¢bado, en Sevilla, el estreno para Espa?a de su primer montaje, el del drama calderoniano El m¨¦dico de su honra, bajo el patrocinio de la Comisar¨ªa Nacional para la Exposici¨®n Universal de 1992. La obra ya se puso en Buenos Aires el 17 de abril. El p¨²blico acogi¨® con cierta sorpresa y cierta frialdad la obra, cosa explicable no porque la labor de la compa?¨ªa fuese defectuosa, que no lo fue, sino por la dificultad misma de asimilar la densa dramaturgia de Calder¨®n y por las malas condiciones del local donde se representaba, el teatro Alvarez Quintero, convertido en una sauna a causa del calor.
La nueva Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico, que dirige Adolfo Marsillach, escogi¨® Sevilla para presentar en Espa?a su primer montaje, basado adem¨¢s en una obra que relata un sonado incidente sangriento ocurrido en el siglo XIV en el seno de la sociedad aristocr¨¢tica sevillana.En el palacio de los Sol¨ªs, de la sevillana plaza del Duque, el caballero don Gutierre de Sol¨ªs conoce que su esposa, do?a Menc¨ªa, ha escrito una carta al infante don Enrique, y preso de celos, aunque la carta no promete favores al hermano del rey, sino todo lo contrario, hace que un cirujano sangre a la infortunada Menc¨ªa hasta hacerla morir. El rey don Pedro, requerido para dar castigo, pasa por alto, sin embargo, la conducta de Gutierre, porque al fin y al cabo el caballero s¨®lo intentaba aplicar su medicina a la enfermedad que crey¨® descubrir en su honra.
El sentido de una obra
Adolfo Marsillach manifest¨® que no hab¨ªa escogido este drama sevillano por ning¨²n motivo especial, sino porque ya desde el tiempo en que dirig¨ªa el Centro Dram¨¢tico Nacional deseaba montar esta obra, que siendo "extraordinaria", en su opini¨®n, "misteriosamente ha sido representada muy poco".Para la Comisar¨ªa General de la Expo 92, la ocasi¨®n tiene, en cambio, otro sentido: no en vano el drama evoca un suceso ocurrido en el seno de una ciudad, Sevilla, que en los tiempos de Calder¨®n pod¨ªa considerarse la capital del mundo, como centro de la colonizaci¨®n del m¨¢s grande imperio jam¨¢s conocido, por parte de la entonces mayor potencia de la tierra.
La ocasi¨®n de 1992 est¨¢ volcada precisamente en la recreaci¨®n de lo que fue esa circunstancia y de lo que es el presente y el futuro del pueblo que la vivi¨®.
Marsillach ha querido ser fiel a Calder¨®n, y as¨ª afirm¨® que la compa?¨ªa no ha querido "hacer moderneces, sino buscar la forma en que los cl¨¢sicos pueden ofrecerse a la visi¨®n del espectador de hoy". El director de la compa?¨ªa ha querido ceder a la tentaci¨®n de "no, dejar a los cl¨¢sicos en su pedestal" y, as¨ª, ha renunciado a hacer ¨¦l montaje que pudiera parecer ortodoxo para semejante obra, esto es, con vestuario, decorado y tratamiento dram¨¢tico de la ¨¦poca.
Al contrario, el espectador se ve sorprendido desde el primer momento de la representaci¨®n por cuatro personajes con largos gabanes y sombreros hongos, misteriosos y callados, que parecen estudiar sobre el escenario el crimen cometido.
Estos personajes son el alma oculta y el hilo conductor de todo el desarrollo de la obra, y hasta los que modifican una moderna escenograf¨ªa de la que incluso parecen ser guardianes. No existen salones palaciegos ni almenas ni quintas andaluzas. Carlos Cytrynovski, responsable de la escenograf¨ªa, opt¨® por mover a los personajes entre tres rampas que separan el suelo del escenario de una especie de galer¨ªa superior bajo la que se abren cinco sencillas puertas. A esto, y a unos bancos de madera que las cuatro alegor¨ªas del crimen manejan de un lado para otro, se reduce todo. Pero el resultado es notable.
Calor agobiante
En suma, la obra se hace llevadera gracias a un tratamiento estudiado y profesional, aunque los dramas calderonianos no sean precisamente lo m¨¢s atractivo para el teatro de hoy. El p¨²blico aguant¨® de buen grado las casi tres horas de representaci¨®n y al terminar aplaudi¨® moderadamente a los actores y directivos de la compa?¨ªa. Pero es posible que si nadie se qued¨® m¨¢s tiempo para aplaudir fuera porque el calor agobiante que reinaba en el teatro ?lvarez Quintero, donde la obra se representar¨¢ hasta el 1 de junio, invitaba a salir corriendo.En los rostros de los cuatro personajes de gab¨¢n se notaba, cuando al saludar pudieron quitarse los hongos y las gasas que cubr¨ªan sus cabezas, los claros s¨ªntomas del s¨ªncope a punto de llegar.
La culpa no la tiene nadie, salvo la falta en la que fue capital del mundo de locales adecuados para estos y otros actos culturales mientras no se termine la restauraci¨®n del teatro Lope de Vega y la diputaci¨®n provincial no construya el proyectado Palacio de la Cultura.
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