Los modos del Gobierno
LAS PROMESAS de austeridad, cambio y transparencia con las que el equipo de Felipe Gonz¨¢lez lleg¨® al Gobierno, a comienzos de diciembre de 1982, han ido deterior¨¢ndose a lo largo de la legislatura, hasta dar paso a la creencia popular -excesiva si se habla en t¨¦rminos generales, pero fundamentada en la conducta de buena parte de los responsables socialistas- de que el PSOE se ha comportado de modo prepotente.Los responsables socialistas jam¨¢s han admitido la pr¨¢ctica de dichos usos prepotentes en su relaci¨®n con los administrados, y cuando han parecido dispuestos a reconocer ciertos errores, lo han hecho en tales t¨¦rminos que casi ha sido peor el remedio que la enfermedad: hace unos d¨ªas, en su encuentro con los medios de comunicaci¨®n horas antes del inicio oficial de la campa?a, el presidente Gonz¨¢lez dijo que del testimonio de personas poco sospechosas de animadversi¨®n hacia el PSOE y su Gobierno deduc¨ªa que algo de raz¨®n deb¨ªan de tener quienes consideraban que hab¨ªa existido cierta arrogancia en los comportamientos de uno y otro.
Pero la explicaci¨®n que ofreci¨® sirvi¨® m¨¢s para confirmar la sospecha que para desvanecerla: el presidente, en efecto, asegur¨® que el problema resid¨ªa en no haber sabido "poner en valor" -¨¦sas fueron sus palabras textuales- las reformas de gran importancia realizadas durante la legislatura. Se trata de un argumento equ¨ªvoco, puesto que si lo que se afirma es que el error ha consistido en no saber vender bien la mercanc¨ªa, lo que se est¨¢ insinuando es que la arrogancia no s¨®lo estaba justificada, dado el ¨¦xito obtenido, sino que se hab¨ªa quedado corta en relaci¨®n a los merecimientos reales. Por lo dem¨¢s, el reflejo consistente en intentar desviar hacia la falta o insuficiencia de comunicaci¨®n con el pueblo -e, impl¨ªcitamente, hacia los medios encargados de garantizar esa comunicaci¨®n- la responsabilidad de los errores detectados, es una constante de todos los pol¨ªticos de casi todos los partidos.
Esta ¨ªntima satisfacci¨®n de suponer que todo -o pr¨¢cticamente todo- ha estado bien hecho ha llevado a los gobenantes, de rechazo, a mirar hacia otro lado cuando sonaban las se?ales de alarma: la promesa, hecha por el propio Gonz¨¢lez, de que quien fallase en su cometido ser¨ªa fulminantemente destituido cay¨® de inmediato en el olvido. De otra manera habr¨ªa que, concluir que no s¨®lo piensan que todo lo han hecho bien, sino que adem¨¢s est¨¢n convencidos de que lo han hecho bien todos ellos.
En su reciente debate televisivo con un representante de la oposici¨®n, el ministro de Justicia en funciones, Fernando Ledesma, ilustr¨® de manera quiz¨¢ ingenua, pero en todo caso di¨¢fana, cu¨¢l es el verdadero mal de las alturas, especie de venganza de Moctezuma, que aqueja a no pocos socialistas. Ante el reproche de que el Gobierno hab¨ªa hecho retroceder las libertades en determinados terrenos, el ministro, habitualmente flem¨¢tico en sus intervenciones p¨²blicas, puso acentos de dignidad ofendida a la ¨²nica respuesta que fue capaz de articular: "El PSOE", dijo, "ha sido, es y ser¨¢ siempre el partido de las libertades". Es posible que as¨ª sea, pero no parece argumento suficiente para rebatir objeciones concretas.
En el fondo, los socialistas, o algunos socialistas, parecen pensar que la bondad de una actuaci¨®n determinada depende no tanto de la actuaci¨®n misma como de qui¨¦n sea el sujeto que la ejecuta. "Es as¨ª que los socialistas somos honestos e inteligentes" es la premisa mayor de un argumento cuya tautol¨®gica conclusi¨®n es que todo lo que hagan ha de estar bien.
Ese mismo mal gen¨¦rico la convicci¨®n, aparentemente sincera, de que su entrega a la tarea de hacer lo mejor en inter¨¦s de todos justifica cualquier debilidad ha llevado a algunos responsables socialistas, deslumbrados por la victoria de 1982, a adoptar modos altaneros respecto a sus propios votantes. El propio vicepresidente del Gobierno (para no hablar ya de los principales responsables del aparato del partido) comparte, si no encabeza, este vicio, como ha vuelto a ponerse de manifiesto en esta campa?a electoral. Han sido estos ejemplos no tan aislados, unidos a un cierto gusto por codearse con la jet mostrado por gente guapa situada en los aleda?os del poder, los que han generado una actitud cada vez m¨¢s extendida de rechazo hacia los modos del PSOE por parte de muchos de quienes le votaron.
Aunque ser¨ªa injusto decir que estos modos sean ya (o todav¨ªa) compartidos por la generalidad de los socialistas, el partido, como tal, parece haber perdido toda capacidad de cr¨ªtica frente a comportamientos que en 1982 hubiesen resultado inadmisibles. La mansedumbre del PSOE -y en ocasiones de UGT- a la hora de aceptar giros radicales en pol¨ªtica, o, m¨¢s sencillamente, a la hora de analizar lo que de sintom¨¢tico pudiera (o no) tener una excursi¨®n de pesca en el Azor, constituye el dato m¨¢s sorprendente en lo referente a cambios de mentalidad en el socialista medio de 1986 comparado con el mismo militante en 1982.
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