La mayor¨ªa social progresista
Que Espa?a haya avanzado mucho o poco en los ¨²ltimos a?os, durante la mayor¨ªa socialista, es debate a menudo infructuoso, cuando las afirmaciones derivan por entero de los intereses o de la sensibilidad de cada cual. El grado de cambio puede, sin embargo, reconocerse con mayor facilidad si nos atenemos a los hechos, pues nadie podr¨¢ entonces honestamente negar que se han producido unos cuantos no imaginables sin que desde el poder p¨²blico se hayan operado, al mismo tiempo, transformaciones, riada superficiales, y s¨ª muy profundas, en nuestro Estado y en nuestra sociedad.Es el caso, por ejemplo, de la incorporaci¨®n de Espa?a a las Comunidades Europeas o de la plena realizaci¨®n de los procesos auton¨®micos. ?Puede caber alguna duda de que la integraci¨®n europea de Espa?a o el asentamiento del Estado sobre principios -radicalmente distintos a los vigentes durante siglos- en cuanto a la distribuci¨®n territorial del poder no son fen¨®menos que puedan explicarse por s¨ª solos, sino que, por el contrario, han sido posibles mediante un ampl¨ªsimo conjunto de decisiones del que, pr¨¢cticamente, no hay aspecto de nuestras relaciones pol¨ªticas o sociales que no haya sido afectado?
Es el caso, tambi¨¦n, del hecho mismo que, por primera vez en nuestra historia, una mayor¨ªa y un Gobierno progresistas hayan podido cumplir una legislatura con normalidad y en plena estabilidad pol¨ªtica. No se trata, en efecto, de un hecho intrascendente, pues f¨¢cilmente podr¨¢ recordarse que la mayor duda de muchos espa?oles a finales de 1982 lo era sobre la capacidad de los socialistas para gobernar, en el sentido m¨¢s amplio del t¨¦rmino, y para hacerse, de modo estable, con resortes esenciales del poder p¨²blico.
La duda no era ociosa. Hasta entonces, en la tradici¨®n pol¨ªtica espa?ola el poder p¨²blico siempre tendi¨® a degenerar en un fin en s¨ª mismo, en algo cuyo ejercicio ven¨ªa a ser su ¨²nico t¨ªtulo de legitimidad. A partir de entonces, lo que se iniciaba era una utilizaci¨®n instrumental y mediadora del poder, esto es, su consideraci¨®n de instrumento para llevar a cabo una transformaci¨®n del Estado y de la sociedad en Espa?a, o, si se prefiere, la regeneraci¨®n del Estado para modernizar nuestra sociedad.
El contraste era evidente. Si nos hubi¨¦ramos limitado a administrar la herencia que recib¨ªamos -tan adversa, desde todos los puntos de vista, a la pol¨ªtica que se emprend¨ªa-, en lugar de modificarla muy sustancialmente y de adaptarla a nuestros prop¨®sitos, no se hubiera llegado a unas elecciones en las actuales condiciones, esto es, a un momento que posiblemente sea aquel en que los espa?oles, a lo largo de su historia, afrontan la decisi¨®n de su futuro con mayor tranquilidad o ausencia de temores. Y justo en este momento, la capacidad pol¨ªtica de gobernar establemente conforme a nuevos criterios se convierte en el principal objeto de una intensa actividad de derribo, como sucede siempre que se se?ala el peligro de que esa funci¨®n de Gobierno estable y reformador al mismo tiempo pueda quedar asegurada para Espa?a durante los pr¨®ximos a?os.
Mejores perspectivas
Los hechos parecen avalar, en suma, la puesta en movimiento de un cambio profundo que, con todas las limitaciones o carencias que se quiera, permite, en todo caso, afirmar que las perspectivas de futuro para Espa?a son notablemente mejores y m¨¢s abiertas en 1986 que en 1982.
El fen¨®meno m¨¢s positivo y de mayor alcance de toda esa situaci¨®n quiz¨¢ sea que en la misma subyace la emergencia y la creciente solidez de una nueva mayor¨ªa social, en la que se han ido articulando sectores, inicialmente muy diversos, en torno a los valores y objetivos propios de una cultura c¨ªvica avanzada.
Esta nueva mayor¨ªa social, para su ascensi¨®n -leg¨ªtima y necesaria en t¨¦rminos hist¨®ricos-, ha optado, en efecto, por los cambios graduales, pero irreversibles, o lo que es lo mismo, por la efectividad de las v¨ªas legales y democr¨¢ticas para el desplazamiento de los considerables obst¨¢culos que encuentre a dicho proceso de ascensi¨®n hist¨®rica. Tales obst¨¢culos, aun a riesgo de simplificar, pueden resumirse en un enquistamiento de oligarqu¨ªas, que las hay de muy distinto linaje, y que se manifiestan no s¨®lo en forma de intereses concretos y organizados -cuya expresi¨®n m¨¢s relevante probablemente sean los corporativismos-, sino, de manera mucho m¨¢s difusa y extensa, a trav¨¦s de comportamientos y mentalidades.
En esta situaci¨®n, el formidable factor de innovaci¨®n y modernizaci¨®n que supone para Espa?a la existencia de esa mayor¨ªa social comenz¨® a ser operativo en la medida que ha sido capaz de dotarse de una mayor¨ªa pol¨ªtica identificada con sus aspiraciones. No es casual que una identificaci¨®n similar, del mismo modo que ha sucedido o sucede en distintas fases de la historia reciente de otros pueblos europeos, se haya producido en el espacio del socialismo democr¨¢tico, donde coinciden la concepci¨®n del Estado como instrumento para crear o fomentar las condiciones que hagan efectivas la libertad y la igualdad de los ciudadanos y un sentido del ritmo pol¨ªtico progresista y adaptado a las realidades sociales existentes.
No est¨¢ de m¨¢s recordar, en un momento en que parece asistirse a una creciente valoraci¨®n intelectual de los componentes ut¨®picos de la acci¨®n pol¨ªtica, que el pragmatismo o el sentido de la realidad no son ajenos, sino esenciales, a la utop¨ªa socialista. No es dif¨ªcil comprobar que la mayor identificaci¨®n con una pol¨ªtica gradualista proviene, justamente, de sectores sociales cuya situaci¨®n inicial de desventaja es mayor y que ser¨ªan, por tanto, los m¨¢s legitimados para la impaciencia.
Y es que, sin duda, no se desean m¨¢s oportunidades perdidas en nuestra historia. Espa?a es un pa¨ªs con una larga experiencia en frustraciones colectivas. Nunca, sin embargo, como ahora nuestro pueblo ha tocado tan de cerca el objetivo secular de equiparaci¨®n respecto al reducido conjunto de naciones que ocupan la vanguardia de la cultura y del progreso material. El mayor riesgo que amenaza al proceso de equiparaci¨®n, una vez iniciado, es que se llegue a quebrar el instrumento pol¨ªtico de que dispone la mayor¨ªa social que alienta ese objetivo hist¨®rico.
De ello son bien conscientes los adversarios de lo que la nueva mayor¨ªa social significa, a los que resulta vital debilitar la mayor¨ªa pol¨ªtica o introducir en ella fisuras a trav¨¦s de las que puedan penetrar los intereses sectoriales que todav¨ªa anidan entre las ruinas del pasado. De ello tambi¨¦n habr¨¢n de ser conscientes quienes, por el contrario, alimentan e impulsan el esp¨ªritu de modernidad, que es hoy el principal impulso y motivo de esperanza para la sociedad espa?ola. En su propia consideraci¨®n de mayor¨ªa social ascendente ser¨¢, en suma, esencial preservar su mayor¨ªa pol¨ªtica.
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