Borges
Si Borges hubiera conocido la actitud de algunos jerarcas de la democracia argentina en relaci¨®n con su cad¨¢ver antes de su muerte, a buen seguro el maldito c¨¢ncer de h¨ªgado no hubiera alcanzado a acabar con su vida: hubiera muerto de verg¨¹enza.La abnegada y discreta Mar¨ªa Kodama, secretaria, compa?era, amiga, madre y esposa de Borges, a la que el universo intelectual tiene que estar eternamente agradecido, ha tenido que soportar estoicamente las impertinencias do, los g¨¦lidos bur¨®cratas de la literatura (l¨¦ase periodistas) que han convertido el arte de escribir en mero formalismo repleto de absurdas reglas de sencillez, claridad y falsa objetividad. ?vidos de carnaza sensacionalista y movidos por los est¨²pidos comentarios y reproches de los mandamases de la Administraci¨®n argentina, han ofrecido un triste espect¨¢culo en el tratamiento de la muerte de un digno hombre de las letras universales. Sobre ellos tendr¨ªa que caer la venganza de los entra?ables personajes borgianos. Del bandolero Tadeo Isidoro Cruz, que no sab¨ªa leer pero era valiente; de Emma Zunz, que considerar¨ªa a toda esta caterva de inconsiderados in¨²tiles como los verdaderos homicidas de su creador, o del propio abuelo Borges, antiguo jefe de las fronteras norte y oeste de Buenos Aires, que no podr¨ªa obrar de otro modo sino vengando el descr¨¦dito artificial que han creado en torno al m¨¢s preciosista labrador del idioma castellano.
Debemos llevar luto por una doble raz¨®n: la primera y principal, la muerte de Borges; la segunda, igualmente fundamental, porque una parte importante de la conciencia humana ha perdido su rumbo y est¨¢ a punto de fallecer.-
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