Una historia cuajada de incidentes
Las relaciones entre Alianza Popular (AP) y el Partido Dem¨®crata Popular (PDP) han estado salpicadas de incidentes y desentendimientos desde que, en septiembre de 1982, se constituy¨® la coalici¨®n con la vista puesta en las elecciones legislativas de octubre de aquel a?o. La confecci¨®n de aquellas listas electorales, de las que algunos democristianos quedaron unilateralmente descabalgados por AP, provoc¨® ya las primeras fricciones, continuadas a lo largo de toda la pasada legislatura, especialmente en temas como la ley de Libertad Sindical, la reforma de la Funci¨®n P¨²blica o la discusi¨®n presupuestaria de 1983.Sin embargo, fueron cuestiones de forma y de estilo las que principalmente enfrentaron a aliancistas y democristianos: desde las diferentes reacciones ante los resultados de las elecciones auton¨®micas en Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco (1984) hasta la contrapuesta valoraci¨®n de la acci¨®n b¨¦lica norteamericana en el conflicto libio, el pasado mes de abril. Nada tiene, pues, de extra?o que una y otra parte se mostrasen especialmente recelosas a la hora de negociar la renovaci¨®n de los pactos de coalici¨®n para las pasadas elecciones.
Esta negociaci¨®n, continuada en septiembre de 1985, establec¨ªa que AP contar¨ªa con el 67,5% de los candidatos; el PDP, con el 21 %, y el Partido Liberal (PL), en 1983, con el 11,5%.
Pero el acuerdo sobre temas cuantitativos no supon¨ªa lo mismo para los cualitativos: la diferencia de talantes entre AP y el PDP, el constante inter¨¦s de estos ¨²ltimos por desmarcarse del partido de Manuel Fraga y erigirse como ¨²nicos representantes del centro pol¨ªtico en la coalici¨®n y, sobre todo, lo que dirigentes aliancistas consideraron "excesiva generosidad" de Fraga a la hora de conceder futuros esca?os a los dernocristianos fueron creando un clima de hostilidad. Una mayor¨ªa de la directiva de AP se proclamaba ya, desde hace varios meses, contraria al mantenimiento de la coalici¨®n, de la que s¨®lo Fraga era defensor en p¨²blico y en privado. Cuando, en 1984, el vicepresidente aliancista, Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Gallard¨®n, se atrevi¨® a proponer, en el curso de una reuni¨®n de la coalici¨®n celebrada en Sig¨¹enza, la unificaci¨®n de los tres partidos en una sola formaci¨®n popular, sonaron todos los timbres de alarma en las sedes democristianas.
Desde entonces, la idea del partido unificado siempre ha estado latente en el seno de AP, frente a los intentos, patrocinados por el PDP y tambi¨¦n, en menor medida, por el PL de Segurado por mantener "la mayor distancia posible".
La adscripci¨®n internacional del PDP en la Uni¨®n Europea Democristiana tambi¨¦n fue motivo de recelo en AP, miembro de la internacional conservadora, apadrinada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Este c¨²mulo de contradicciones y recelos s¨®lo podr¨ªa ser superado por un buen resultado en las pasadas elecciones legislativas, m¨¢xime cuando era semip¨²blico que el PDP contemplaba la hip¨®tesis de un entendimiento poselectoral con los reformistas de Roca, en el supuesto de que ¨¦stos hubiesen obtenido esca?os. Pero, pese a los esfuerzos de Fraga por edulcorar la situaci¨®n, este buen resultado no se logr¨®. Y la coalici¨®n comenz¨® su ¨ªmparable proceso de ruptura al d¨ªa siguiente de las elecciones.
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