Un paso peligroso
"Es incre¨ªble", declar¨® el jueves pasado el representante dem¨®crata por Washington, Norman Dicks, "que en el momento que la pol¨ªtica exterior de la Administraci¨®n se tambalea, busquen complicar la situaci¨®n lanzando otra cuesti¨®n". Dicks se refer¨ªa al anuncio de la Administraci¨®n de Reagan -siguiendo la pol¨ªtica de respuestas proporcionales al rearme sovi¨¦tico- que abandonar¨ªa al d¨ªa siguiente el segundo Tratado de Limitaci¨®n de Armas Estrat¨¦gicas (SALT) al equipar 131 bombarderos con misiles de crucero con cabezas nucleares. Esta decisi¨®n implica que el l¨ªmite de 1.320 bombarderos que pod¨ªan llevar este tipo de misiles con sofisticado sistema de gu¨ªa sea sobrepasado.La decisi¨®n no es incre¨ªble, sino coherente con la intenci¨®n que el presidente Ronald Reagan, haci¨¦ndose eco de fuertes campa?as conservadoras lanzadas desde finales de los a?os setenta, tiene de acabar con las limitaciones del SALT II. Si es cierto que se aproxima algo parecido a un Watergate debido a las revelaciones de la conexi¨®n Washington-Tel Aviv-Teher¨¢n-la contra, parecer¨ªa que la Administraci¨®n de EE UU quiere dejar como hecho consumado el fin de este acuerdo.
El SALT Il establece l¨ªmites en la cantidad y calidad de las armas intercontinentales o estrat¨¦gicas nucleares, est¨¦n instaladas en tierra, aire o mar. La idea central fue tener niveles m¨¢ximos y m¨ªnimos que generaran un equilibrio entre crecimiento num¨¦rico, regulares desmantelamientos por obsolescencia y capacidad destructiva. El resultado no ha sido malo. Desde 1979, la URSS desmantel¨® 1.007 misiles en tierra, 233 que albergaban sus submarinos y 13 submarinos para misiles bal¨ªsticos. Y EE UU desmantel¨® 320 misiles en tierra, 544 en submarinos y dej¨® fuera de acci¨®n a 11 submarinos. Por otra parte, el tratado obliga a las partes a entregar informaci¨®n peri¨®dica actualizada sobre fuerzas estrat¨¦gicas. La verificaci¨®n sobre el cumplimiento o incumplimiento del mismo est¨¢ garantizada por diversos m¨¦todos: sat¨¦lites de reconocimiento y sistemas de radar y antenas.
De Teher¨¢n a Ginebra
Hacia finales de los a?os setenta, el SALT II -a medida que se ten¨ªa la certeza de que iba a ser firmado- se transform¨® en un blanco de los neoconservadores, entonces en ascenso. En el terreno militar era percibido como una legitimaci¨®n de una paridad nuclear con la URSS que atentaba contra la idea de superioridad nuclear necesaria para el regreso a una "Am¨¦rica fuerte". Y en el campo pol¨ªtico, el SALT II era un s¨ªmbolo m¨¢s -junto con la ca¨ªda de Saig¨®n, el derrocamiento de Somoza, el fin del sha de Ir¨¢n y el secuestro del personal de la Embajada de EE UU en Teher¨¢n-, del declive de EE UU. Organizaciones ultraderechistas, como el Comit¨¦ sobre el Peligro Presente, lanzaron fuertes campa?as de presi¨®n sobre la opini¨®n p¨²blica, el Congreso y el Senado para que el SALT II nunca fuera ratificado.
Producto de su tiempo, el SALT II comenz¨® a negociarse durante la detente, pero fue firmado cuando ¨¦sta ya se encontraba sepultada. Para junio de 1979, el presidente Carter ya hab¨ªa dado un giro debido a las presiones, y el presupuesto de Defensa se hab¨ªa elevado, las fuerzas de despliegue r¨¢pido estaban creadas por decreto e, incluso, este hombre, que hab¨ªa hablado de la inmoralidad de las armas nucleares, hab¨ªa puesto su firma en la directiva presidencial 59, que prev¨¦ las guerras nucleares limitadas. La invasi¨®n de Afganist¨¢n por la URSS permiti¨® al Congreso retrasar la ratificaci¨®n del SALT II como represalia. La Administraci¨®n de Reagan mantuvo congelada esa posibilidad hasta ahora.
Para justificar la escalada que ha lanzado desde mayor pasado contra el SALT II, la Administraci¨®n de EE UU acusa a la URSS de probar y desplegar un segundo tipo de misil bal¨ªstico (SS-25) cuando s¨®lo uno est¨¢ autorizado por el tratado (el SS-24, con el que ya cuenta Mosc¨²). Tambi¨¦n, de alterar los procesos de datos de las armas estrat¨¦gicas y modificar los sistemas de telemetr¨ªa que permiten seguir el curso de una prueba de misiles (Encryption Telemetry). Otros dos aspectos del no cumplimiento son el despliegue de misiles bal¨ªsticos SS-16 y la construcci¨®n de un radar de Krasnoyarsk, Siberia, que violar¨ªa no solamente el SALT II, sino tambi¨¦n el Tratado de Misiles Antibal¨ªsticos (ABM).
Dentro de la comunidad cient¨ªfica del control de armamentos de EE UU existen discrepancias sobre estas violaciones. Para el presidente y su c¨ªrculo de halcones -incluyendo al ahora deteriorado Consejo de Seguridad Nacional-, son evidentes. Pero otras voces autorizadas lo dudan. La prestigiosa Arms Control Association -que cuenta entre sus miembros al ex secretario de Defensa Rober McNamara y al negociador de Carter en Ginebra, Paul Warnke- considera que "ninguno d¨¦ estos cargos est¨¢n claramente definidos. Y todos se refieren a complejas previsiones del tratado sujetas a diferentes interpretaciones".
Por su parte, la URSS tambi¨¦n acusa a EE UU de no respetarlo, especialmente por haber instalado los misiles de crucero y, Pershing II en Europa occidental, y ahora los del primer tipo en los bombarderos. La respuesta del Ministerio de Defensa sovi¨¦tico ha sido que se adoptar¨¢n las medidas para contrarrestar estas violaciones.
Programa de rearme
Pero esto es, en parte, lo que el Gobierno de EE UU desea, aunque parezca parad¨®jico. Diversas declaraciones de funcionarios de la Administraci¨®n en el ¨²ltimo a?o indican que prefieren no tener ning¨²n tratado de control para poder proseguir los programas de rearme: m¨¢s submarinos Trident, mayor n¨²mero de misiles MX y, fundamentalmente, proseguir con el proyecto de la Iniciativa de Defensa Estrat¨¦gica. En este ¨²ltimo sentido, acabar con el SALT II es el paso anterior a no renovar el AMB, punto central en la discusi¨®n en Reikiavik. Debido a la peligrosidad de la decisi¨®n, Gobiernos aliados de Europa, y Canad¨¢, ya han manifestado su absoluta disconformidad, aumentando las discrepancias en la OTAN.
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