El idilio de la Prensa con la Casa Blanca toca a su fin
Cientos de periodistas norteamericanos buscan el Pulitzer en el Irangate
"No me hab¨ªa divertido tanto desde el Watergate", ha afirmado supuestamente Ben Bradlee, el director de The Washington Post, refiri¨¦ndose a la actividad investigadora de su peri¨®dico -el que acab¨® con la presidencia de Richard Nixon-, en relaci¨®n con el esc¨¢ndalo Irangate, que azota a la Casa Blanca de Ronald Reagan. Centenares de periodistas en todo el pa¨ªs han recibido una inyecci¨®n de adrenalina y tratan de conseguir el Premio Pulitzer, el primer galard¨®n period¨ªstico, a trav¨¦s de la mejor cobertura de la crisis pol¨ªtica m¨¢s importante vivida en Estados Unidos desde hace 12 a?os.
El Congreso est¨¢ utilizando las revelaciones de los peri¨®dicos para ahondar en su investiga ci¨®n. Pero para muchos norteamericanos, -por supuesto para la Administraci¨®n y los sectore m¨¢s conservadores-, la frase de Bradlee demuestra que la Prensa no va a por los hechos solamente, sino que su objetivo es acabar con un presidente honrado y popular. The Washington Post, el primer diario que sinti¨® la impor tancia de la historia, tiene a un equipo especial de 12 reporteros investigadores indagando el esc¨¢ndalo. The New York Times cogi¨® tarde el hilo del esc¨¢ndalo, pero est¨¢ ya funcionando a toda m¨¢quina, tras unas semanas de ir a la zaga del Post.Este celo repentino sorprende a algunos observadores, que se preguntan c¨®mo hasta ahora una Prensa tan poderosa se hab¨ªa de jado dominar, incluso manipular en ocasiones, mediante la pol¨ªtica de filtraciones exclusivas de la Casa Blanca de Ronald Reagan, la m¨¢s h¨¢bil de los ¨²ltimos tiempos en dirigir a la Prensa. Los medios de comunicaci¨®n norte americanos aceptaron la pol¨ªtica de desinformaci¨®n de la presi dencia sobre Libia, y han tragado, sin excesivas preguntas, las campa?as de propaganda sobre Nicaragua y Granada.
La vuelta de Woodward.
Los diarios Los Angeles Times y Miami Herald, dos de los mejores del pa¨ªs, consiguen tambi¨¦n casi diariamente exclusivas sobre el Irangate. Pero los peque?os tampoco se quedan atr¨¢s. El modesto Lowell Sun, de Massachusetts, de 65.000 ejemplares de difusi¨®n, ha tenido de cabeza durante una semana a los grandes, con una historia, obra de su ¨²nico corresponsal en Washington, Tom Squitieri, que aseguraba que cinco millones de d¨®lares (unos 700 millones de pesetas) de la conexi¨®n iran¨ª fueron desviadas a campa?as pol¨ªticas internas en EE UU. La historia no ha podido ser confirmada. El abuso de fuentes no identificadas por su nombre y citadas como "fidedignas", "pr¨®xirnas a la investigaci¨®n", "altos cargos de la Casa Blanca" o "bien informadas", es una de las caracter¨ªsticas de la cobertura del esc¨¢ndalo. Lo mismo ocurri¨® en el Watergate, pero los reporteros defienden la necesidad de esta pr¨¢ctica para proteger sus fuentes.
Bob Woodward, quien, junto con Carl Bernstein, tir¨® del hilo del Watergate, y consigui¨® el Pulitzer, dirige ahora, con 43 a?os, el equipo de The Washington Post, pero act¨²a tambi¨¦n como reportero. Asegura que esto no es igual que el Watergate, pero sus historias exclusivas, que ahondan especialmente en el papel de la Agencia Central -de Inteligencia (CIA), han merecido varias primeras p¨¢ginas, con t¨ªtulos a toda plana en el peri¨®dico. Woodward, uno de los 14 directores adjuntos del peri¨®dico, est¨¢ a punto de publicar un libro sobre William Casey, director de la CIA. Las tres pr'ncipales cadenas de televisi¨®n llevan semanas dedicando entre un 40% y un 65% de su tiempo de informaci¨®n a la crisis, que dramatizan cada noche en sus telediarios y en innumerables programas especiales, algunos, con t¨ªtulos tan llamativos como el emitido el pasado jueves por la ABC: Una pol¨ªtica exterior de a?agazas, enga?os y desinformaci¨®n.
El artificial idilio mantenido durante seis a?os entre los medios de comunicaci¨®n norteamericanos y el presidente, a quien han tratado con singular guante blanco, por considerar imposible ir contra un presidente popular, ha concluido. Hasta ahora, el pa¨ªs no quer¨ªa escuchar las malas noticias sobre el presidente, y raramente se publicaban. La reacci¨®n cuando aparec¨ªan era decir: "?Y qu¨¦ importaT'.
El Ejecutivo no ha dudado durante este tiempo en acosar a la Prensa y tratar de limitar su capacidad de acci¨®n lanzando al FBI contra los funcionarios que filtraban las noticias que no quer¨ªa la Casa Blanca o -como han hecho el director de la CIA, o el jefe del- Pent¨¢gono, Caspar Weinberger- amenazando con procesamientos por historias que supuestamente pon¨ªan en peligro la seguridad nacional.
"Los periodistas somos muy poco agresivos cubriendo esta Administraci¨®n, y la televisi¨®n no es agresiva en absoluto", afirmaba Jack Nelson, el jefe de la oficina de Los Angeles Times en Washinton, poco antes de que estallara la actual crisis. La Prensa capaz de hacer o deshacer presidentes parec¨ªa haber desaparecido hasta que un semanario de Beirut -no fueron los medios de comunicaci¨®n de EE UU-, calificado por el presidente de el periodicucho", hizo saltar la chispa el pasado 3 de noviembre.
Pero las cosas han cambiado y la profesi¨®n parece haber despertado. Para los conservadores, como el director de comunicaciones de la Casa Blanca, Pat Buchanan, es una histeria que refleja s¨®lo los prejuicios "liberales e izquierdistas" de los grandes diarios y cadenas de televisi¨®n norteamericanos, "que huelen la sangre". El propio presidente ya ha llamado "tiburones" a los periodistas e 1rresponsables" a los medios de comunicaci¨®n. Tras su apariencia afable de anciano simp¨¢tico al que se le puede perdonar todo, Ronald Reagan no ha ocultado nunca su desprecio por la Prensa, "esos hijos de puta", como -afirm¨® hace unos meses. En esto se diferencia poco de su predecesor Richard Nixon.
Verdadero desprecio
"Creo que existe un verdadero desprecio por la Prensa en esta Administraci¨®n, que comienza por el escal¨®n m¨¢s alto", asegura Nelson, que se defiende, sin embargo, de la acusaci¨®n de que los media est¨¦n ejerciendo ahora una revancha y un linchamiento del presidente. Para los cr¨ªticos, la Prensa lo est¨¢ pasando muy bien e ignora su responsabilidad. Juzga y condena antes de probar los hechos y act¨²a como tribunal. "El periodismo en Washington", dice Jody Powell, jefe de Prensa de Jimmy Carter, "suele ser mucho m¨¢s duro con un presidente cuando cojea y sangra por la nariz que cuando est¨¢ en la cima de su popularidad".
"Esto no es cierto", se defiende Helen Thomas, de la agencia United Press International (UPI). "Esta historia no ha sido creada por nosotros. Incluso llegamos tarde, y esto ser¨ªa algo de lo que nos tendr¨ªamos que acusar. Ha sido la Casa Blanca quien la ha provocado. Nos limitamos a intentar sacar a la luz los hechos", a?ade. "Mis directores me han recomendado ecuanimidad y prudencia", asegura Jack Nelson. En la redacci¨®n de The Washington Post explican que se est¨¢n conteniendo a la hora de titular las informaciones. Ni la Prensa ni la clase pol¨ªtica quieren acabar realmente con Reagan.
El director del influyente semanario pol¨ªtico The New Republic, Michael Kinsley, ha provocado a la Casa Blanca y a sus defensores, al afirmar que el esc¨¢ndalo es una causa de "regocijo" y que no hay que ocultarlo. "Lo ¨²nico malo de lo que est¨¢ ocurriendo es que nos dicen que debemos vivirlo poniendo cara grave de funeral. No hay necesidad de estar tristes. Los liberales y los que tem¨ªan por su propia fe democr¨¢tica pueden respirar tranquilos. El merecido castigo de Reagan es la'salvaci¨®n de la democracia. Est¨¢ claro que, despu¨¦s de todo, no se puede enga?ar a todo el mundo siempre. Secar esas l¨¢grimas y repetir conmigo: Ja, ja, ja", afirma Kinsley.
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