Elogio del perdedor
Por la misma raz¨®n que, en las caravanas de carretera, corren siempre mucho m¨¢s los autom¨®viles del carril de al lado (principio general que se nos vuelve inevitablemente en contra cuando, empujados por la envidia y la impaciencia, abandonamos nuestra fila en h¨¢bil y arriesgada maniobra), por la misma raz¨®n, digo, tampoco en esta ocasi¨®n nos habr¨¢ tocado la loter¨ªa. Es natural. La loter¨ªa toca siempre en Vich o en Pontevedra, salvo que uno sea de Vich o Pontevedra, en cuyo caso la lluvia de millones, irremisiblemente, caer¨¢ sobre Guadix o Jerez de la Frontera. Quiero decir que el beneficio de la suerte es siempre privilegio del vecino y que, por contra, en cada uno de nosotros habita la consciencia de un claro e irremediable perdedor.Todo es cuesti¨®n, no obstante, de aceptar con dignidad y sin rencor tan condici¨®n. El desamparo est¨¦tico es siempre superior a la fortuna, y al final tal vez convenga recordar que Bogart o Bob Mitchum consiguieron sus mejores victorias amorosas justamente en situaciones de injusticia y de total decrepitud.
Ciertamente que no es la loter¨ªa un campo de batalla en el que la derrota pueda adquirir esa aureola de grandeza que la desolaci¨®n otorga siempre a sus objetos victimales. Un bombo giratorio y una pelota de madera de tama?o inferior al de una nuez no parecen en principio armas dignas de respeto para quienes, como nosotros, s¨®lo consideramos verdaderamente emocionantes el tablero de ajedrez o la ruleta rusa. Pero tambi¨¦n parece claro que nada podr¨ªa a?adir tanta deshonra a una victoria como la caprichosa veleidad de esa bolita cantada entre sonrisas por un coro angelical.
De todos los laberintos de la fortuna con los que el azar acompa?a nuestro camino por este mundo, ninguno le parece al perdedor profesional tan detestable como el sorteo de la loter¨ªa de Navidad.
El p¨®quer, las apuestas, las carreras de caballos o el billar son acciones que conceden cuando menos la nobleza y majestad de la traici¨®n. El perdedor -tanto en el juego como en la vida- necesita rodearse de elementos inequ¨ªvocos que presentan su derrota como un signo de injusticia y de impiedad: humo, alcohol, habitaciones clandestinas, mujeres como m¨¢scaras y una cierta sensaci¨®n de indefensi¨®n. Nada de eso encontrar¨¢ en la Navidad.
El humo, aqu¨ª, se convierte en luz perfecta y transparente; el alcohol, en desayuno matinal, y las habitaciones clandestinas con miradas cainitas y mujeres como m¨¢scaras, en p¨²blicos salones de sorteos en los que funcionarios impolutos y libres de toda sospecha ejercitan limpiamente el ritual de la fortuna como si ¨¦sta fuera inocente y, sobre todo, como si la vieja ceremonia del triunfo y el fracaso pudiera convertirse en auto sacramental.
Aun as¨ª, quiz¨¢ no sea eso lo peor. Para el perdedor profesional seguramente es todav¨ªa m¨¢s ingrato el espect¨¢culo lamentable con el que la televisi¨®n y los peri¨®dicos se encargar¨¢n al un¨ªsono de humillarle a continuaci¨®n. La inexpresi¨®n com¨²n que, en cualquier juego clandestino, har¨ªa imposible distinguir al vencedor del perdedor ser¨¢ ahora violentada por personas sin estilo que celebran su victoria entonando villancicos, abrazando a camareros y descorchando ante las c¨¢maras botellas de champa?a. La ley de la omert¨¤, por compa?eros de trabajo que descubren en p¨²blico sus cartas, lament¨¢ndolas sin ninguna dignidad.
La discreci¨®n, en fin, por esos comentarios generales que, en lugar de despreciar en silencio al ganador, se alegran de que el triunfo haya ido a buenas manos (sobre todo si ha estado repartido o si la diosa Fortuna ha ca¨ªdo al fin en brazos de un parado), como si la loter¨ªa fuera un sistema m¨¢s de redistribuci¨®n de la riqueza y no una nueva muestra de la clara injusticia del azar.
Una profesi¨®n
En cualquier caso, y pese a conocer ya de antemano esos extremos, lo que los perdedores profesionales jam¨¢s aceptaremos es esa especie de limosna de consuelo que, a lo peor, la pedrea ha venido a acentuar. Nosotros somos altivos y orgullosos y en nuestro juego s¨®lo caben el triunfo o la derrota.En aqu¨¦l, tenemos desde siempre puesto el sue?o de la huida. En ¨¦sta, hallamos cada d¨ªa los signos inequ¨ªvocos de la melancol¨ªa y la verdad. Pero, ante todo, por encima de azares e infortunios, m¨¢s all¨¢ del deseo o la pasi¨®n, sabemos que somos lo suficientemente incr¨¦dulos y duros como para que nunca nos retire del juego y de la vida un simple premio gordo de la Loter¨ªa Nacional de Navidad.
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