Las concepciones anticapitalistas y el 'progreso' industrial
La marcha que siguieron en el curso de la historia los dos pa¨ªses en los que primero se desarroll¨® el capitalismo, Inglaterra y Francia, avalaban la interpretaci¨®n de Marx que presentaba a la revoluci¨®n democr¨¢tico- burguesa como factor previo potenciador de ese desarrollo y como paso obligado en la marcha hacia el socialismo. La reforma agraria era una pieza importante dentro de esa revoluci¨®n democr¨¢ticoburguesa, al instaurar la plena vigencia de la propiedad burguesa de la tierra y al romper con el monopolio que sobre la propiedad de la misma ejerc¨ªan la nobleza y las instituciones del antiguo r¨¦gimen, sentando las bases para que el capitalismo pudiera prosperar en la agricultura.Sobre este esquema evolutivo se construy¨® una teor¨ªa de las etapas en la marcha de las sociedades en la historia, que aplicar¨ªan de forma dogm¨¢tica la mayor¨ªa de las formaciones pol¨ªticas de la izquierda, como instrumento interpretativo general. Pero el esquema ejemplificado por la gran revoluci¨®n en la Francia de 1789 constituir¨ªa m¨¢s bien la excepci¨®n que la regla. A partir de entonces abundar¨ªan en la historia los ejemplos de revoluciones burguesas que ser¨ªan calificadas sistem¨¢ticamente de abortadas e inconclusas.
Pues mientras socialistas y comunistas empu?aban con ah¨ªnco la bandera de la revoluci¨®n democr¨¢tico-burguesa, la burgues¨ªa renunciaba cada vez m¨¢s a ella prefiriendo que los cambios institucionales que exig¨ªa la expansi¨®n del capitalismo se produjeran paulatinamente arbitrados desde el propio aparato del Estado sin necesidad de poner en peligro su estabilidad a trav¨¦s de acciones tumultuosas y de excesivas veleidades democr¨¢ticas, recibiendo de la izquierda los calificativos de, "burgues¨ªas d¨¦biles e inconsecuentes".
Aunque la burgues¨ªa industrial, y con mayor motivo la agraria, volvieron la espalda al tema de la reforma agraria, hasta hace poco aparecieron nuevos defensores de la misma que segu¨ªan present¨¢ndola como paso obligado hacia la modernizaci¨®n del campo y hacia el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Sin embargo, la agricultura espa?ola contribuy¨® eficazmente al desarrollo capitalista del pa¨ªs bajo el franquismo sin que la reforma agraria hubiese sido realizada (1). A la vez que esos sectores punta del capitalismo espa?ol que -seg¨²n Carrillo, Tamames u otros pol¨ªticos de la izquierda- estaban interesados en la reforma agraria han dado hasta el momento pocas se?ales de vida. La reforma agraria qued¨® as¨ª arrinconada en la trastienda de los antiguos programas, aflorando todo lo m¨¢s al calor de los m¨ªtines electorales de Andaluc¨ªa y Extremadura, para reintroducirse, por ¨²ltimo, en la palestra pol¨ªtica por la puerta falsa de las autonom¨ªas.
Desde la perspectiva actual cabe decir, en primer lugar, que cualquier intento de la Administraci¨®n p¨²blica de incidir sobre la gesti¨®n agraria a partir de la idea de que hay fincas mal explotadas no carece de inter¨¦s dado el abandono de aprovechamientos de m¨¢s dudosa rentabilidad, aunque dif¨ªcilmente pueda servir de base a cambios tan amplios y profundos en la propiedad de la tierra como los que tradicionalmente se incluyen bajo la denominaci¨®n de reforma agraria: ¨¦sta presupon¨ªa un af¨¢n pol¨ªtico directamente orientado a corregir en toda su globalidad la desigual distribuci¨®n de la propiedad de la tierra mediante un reparto que afectar¨ªa tanto a fincas buenas y bien explotadas corno a aquellas que los propietarios abandonan por no poder o no querer sacar partido de ellas.
En segundo lugar, que en tales intentos debiera precisarse lo que se entiende por finca mal explotada y, sobre todo, si ese enjuiciamiento se practica desde una ¨®ptica empresarial o desde otra m¨¢s global que tenga en cuenta la conservaci¨®n de los recursos naturales y la estabilidad de los sistemas agrarios (desde esta perspectiva, la mala explotaci¨®n no tiene por qu¨¦ ce?irse a fincas de gran extensi¨®n: v¨¦ase, por ejemplo, el caso de las guerras de pozos desatadas en Almer¨ªa o La Mancha que hacen inviable el futuro de la agricultura irrigada.
Nuestra postura es que el enfoque a aplicar desde la Administraci¨®n debe trascender el meramente empresarial, para velar por la estabilidad de los sistemas agrarios y su adecuaci¨®n a los recursos disponibles. Y por ¨²ltimo, que la idea de finca mal explotada debe dar lugar a aquella otra de finca mejorable que, con independencia del enfoque adoptado, haga operativa la actuaci¨®n de la Administraci¨®n, orientada a, paliar la antigua contradicci¨®n entre hombres sin tierra y tierra sin hombres sin plantear de cara y por s¨ª misma una redistribuci¨®n de la propiedad agraria.
La calificaci¨®n de una finca como mejorable es un criterio muy resbaladizo, tanto porque la Administraci¨®n carece de informaciones a escala de proyecto con los que enmendar la plana de los agricultores como porque la explotaci¨®n de una finca puede modificarse dando al traste con tal calificaci¨®n.
La experiencia demuestra que la selecci¨®n de "fincas mejorables" por parte de la Administraci¨®n es una labor lenta, onerosa y necesariamente limitada en el territorio, que comporta adem¨¢s dosis de arbitrariedad que posibilitan que cada finca pueda dar lugar a un pleito. Aparte de que este procedimiento no asegura que haya candidatos que puedan llevar a buen fin la mejora de las fincas "mal explotadas". Nuestra postura a este respecto es clara.
Interesados en la reforma
A efectos pr¨¢cticos, una finca ser¨¢ mejorable cuando haya alguien que se comprometa a mejorarla. Si se quiere emprender una actuaci¨®n de envergadura, la selecci¨®n de "fincas mejorables" debe realizarse, sobre todo, por los interesados en mejorarlas, es decir, que la selecci¨®n no debe realizarse s¨®lo de oficio por procedimientos burocr¨¢ticos, lentos y costosos, sino tambi¨¦n "a instancias de las partes interesadas", entre las que contar¨ªan, por orden de prioridad, los propietarios, cooperativas de trabajadores locales ... o cualesquiera otras personas f¨ªsicas y jur¨ªdicas. Para ello no har¨ªa falta emplear un t¨¦rmino tan grandilocuente como el de reforma agraria.
Bastar¨ªa con preparar una serie de acciones concertadas en las que la Administraci¨®n ofreciera las ayudas financieras necesarias para la mejora de fincas correspondientes a determinados aprovechamientos, zonas o sistemas agrarios, en las que los interesados (propietarios o, en su defecto, trabajadores locales, etc¨¦tera) se inscribieran presentando los correspondientes proyectos de mejora a estudiar y, en su caso, a aprobar por la Administraci¨®n. S¨®lo as¨ª podr¨ªa romperse el estrangulamiento que producir¨ªa una selecci¨®n de oficio, y a espaldas de los propietarios, para dar cabida a un proceso m¨¢s amplio y transparente en el que la selecci¨®n de fincas mejorables resulte de la participaci¨®n de quienes mejor conocen sus posibilidades de mejora.
Pues si hoy se han disipado la coherencia l¨®gica y el apoyo pol¨ªtico que en otro tiempo respaldaron la reforma agraria de corte tradicional, es preferible reconocerlo y plantear otros proyectos m¨¢s o menos radicales de reforma, pero ajustados a la presente situaci¨®n, a seguir levantando falsas expectativas con proyectos de reformas agrarias que pudi¨¦ramos calificar de vergonzantes.
En conclusi¨®n, consideramos que a lo que debe irse es a una acci¨®n concertada con los sectores implicados, dotando de medios financieros adecuados a las rentas de la tierra en estas ¨¢reas, o de lo contrario esta nueva legislaci¨®n no servir¨¢ m¨¢s que para dar trabajo a bur¨®cratas y picapleitos y seguir¨¢n sin hacerse las mejoras pertinentes en las fincas. Expropiar simb¨®licamente varias fincas a los cinco a?os de Gobierno y sacar adelante unas leyes que se incumplen en sus aspectos m¨¢s importantes es algo que no debe venderse como reforma agraria. Si de verdad se hubiera querido hacer una reforma agraria s¨®lo hab¨ªa que haber llevado al Parlamento una ley con perspectiva y techo suficientes y aprobarla.
*Vid. J. Luis Leal, J. Leguina, T. M. Naredo y L. Tarafeta: La agricultura en el desarrollo capitalista espa?ol, reedici¨®n actualizada. Ed. Siglo XXI. Madrid, 1975.
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