La paz, un horizonte irrenunciable
Habitantes de un mundo de paradojas, despedimos al que se ha llamado A?o Internacional de la Paz observando que ha sido un a?o cuyo balance es escasamente halag¨¹e?o: se han recrudecido los conflictos b¨¦licos; el hambre y el subdesarrollo han crecido, ensanchando el abismo que separa a los pueblos del Norte y los del Sur; el terrorismo y la violencia han golpeado a pa¨ªses y personalidades que parec¨ªan a salvo de todas atrocidades -el asesinato de Olof Palme es ilustrativo- y han aparecido violaciones del derecho internacional que est¨¢n poniendo en peligro el marco de entendimiento m¨ªnimo fuera del cual las relaciones entre los pueblos pueden degenerar en un caos.Ante este panorama ?qu¨¦ sentido tienen los augurios de paz y bienestar que en estas fechas navide?as nos formulamos unos a otros? Sin embargo, los anhelos de paz y la disposici¨®n a trabajar para cimentar las bases que la hagan posible son el noble patrimonio de las gentes de buena voluntad, que son la inmensa mayor¨ªa. Y bien sabemos que la paz no es asunto de un a?o, sino un horizonte irrenunciable que debe movilizar permanentemente la preocupaci¨®n y la tarea de todos y cada uno de nosotros.
Ante tal situaci¨®n, las ciudades se alzan cada d¨ªa con m¨¢s fuerza como las portadoras de un mensaje claro y esperanzador, casi el ¨²nico que est¨¢ al alcance de todos, que resulta comprensible y aut¨¦ntico porque todos podemos contribuir a que se haga realidad. Todos podemos influir en que la ciudad que habitamos sea verdadero hogar de la convivencia en paz y sea ejemplo de concordia, de tolerancia, de respeto de los derechos de todos, de justicia y de equilibrio.
Relaciones municipales
No necesitamos para ello que las superpotencias consigan dirimir sus diferencias. Tampoco necesitamos ese acuerdo que no llega para llevar a la pr¨¢ctica los principios de solidaridad en el ¨¢mbito de nuestra propia ciudad y en el m¨¢s amplio que se nos abre en el marco de relaciones con los municipios de todo el mundo que hemos venido estableciendo y desarrollando en estos a?os, sin que sea ya posible encerrarnos ego¨ªstamente e ignorar los problemas de los dem¨¢s.
En esta direcci¨®n y con estas convicciones estamos trabajando y vamos a seguir haci¨¦ndolo. Ya hemos dado algunos pasos significativos: en este mismo mes de diciembre, como presidente de la Uni¨®n de Ciudades Capitales Iberoamericanas, he entregado al secretario general de las Naciones Unidas, en su sede de Nueva York, la Carta Universal de los Derechos del Vecino, como aportaci¨®n en este A?o Internacional de la Paz que ahora termina al buen entendimiento entre los hombres de buena voluntad.
Pero no nos enga?emos: para conseguir la paz es necesario el esfuerzo de todos y es preciso, en primer lugar, que sepamos construirla dentro de nosotros mismos, que seamos capaces de lograr ese desarme mental que es condici¨®n imprescindible para que la convivencia y la relaci¨®n con nuestros convecinos y con todos los grupos sociales que integran la sociedad urbana sea una relaci¨®n distendida, conciliadora, civil, palabra que tiene su origen precisamente en la ciudad.
Con este deseo despedimos al A?o Internacional de la Paz y damos paso al nuevo a?o, que, al igual que los sucesivos, ser¨¢ para nosotros un a?o m¨¢s, un paso adelante m¨¢s en la b¨²squeda de la paz y del entendimiento universales.
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