La melancol¨ªa de un liberal
En 1843, Edgard Quinet vino a Espa?a para familiarizarse con uno de los pa¨ªses cuya literatura profesaba en su c¨¢tedra del Coll¨¨ge de Francia. El resultado de ese viaje fue un valioso librito, Mis vacaciones en Espa?a, cuya traducci¨®n espa?ola (1931) merece reimprimirse. Las p¨¢ginas sobre Larra tienen, adem¨¢s, la particularidad de ser quiz¨¢ las ¨²nicas dedicadas al gran suicida de 1837 por un escritor de la Europa del romanticismo liberal.Quinet muestra, para empezar, la ¨¦pica imagen transpirenaica del liberal espa?ol durante la guerra civil iniciada en 1833: "Armado con una escopeta, la frente herida, cavando la tumba de un faccioso a la vuelta de un desfiladero". El liberal espa?ol (para Quinet y sus numerosos lectores) era visto seguramente como un hombre de acci¨®n semejante a un personaje de Stendhal, el conde Altamira, de rojo y negro.O sea, la encarnaci¨®n de lo que el novelissta franc¨¦s llamaba "espa?olismo", equivalente al liberaalismo heroico de Byron. Mas Quineet advierte inmediatamente a sus lectores: "Nada m¨¢s lejos de la verdad"
El liberal m¨¢s representativo de la Espa?a de 1833-1837 no es un hombre de acci¨®n, ni siquiera un apasionado patidario de su causa. Quinet apenas disimula su asombro: 'Una revoluci¨®n que triunfa burl¨¢ndose de s¨ª misma, tal es la originalidad de Larra". A?ade Quinet: "No se ha visto en ning¨²n otro pa¨ªs una iron¨ªa tan serena en medio de pasiones tan desmandadas". Y concluye el viajero franc¨¦s: "?Qui¨¦n esperar¨ªa encontrar la frialdad amarga de Paul-Louis Courier en la madrugada de la Asamblea Constitucional?". Recordaba as¨ª Quinet que Courier (un ensayista admirado e imitado por Larra) abandon¨® su habitual tono de fr¨ªo comentador ir¨®nico al producirse la llamada revoluci¨®n de julio, (1830) en Par¨ªs, pasando a ser un exaltado liberal. En cambio, Larra, "aquel melanc¨®lico", no se sinti¨® satisfecho cuando triunfaron los suyos.
Actitud a¨²n m¨¢s sorprendente si se tiene en cuenta, se?ala Quinet, que Larra era el escritor espa?ol m¨¢s escuchado y admirado de su tiempo. Y refiri¨¦ndose a la ya famosa queja de Larra ("escribir en Madrid es llorar"), apuntaba Quinet: "Qu¨¦ ingrato, pues toda la Pen¨ªnsula estaba pendiente de sus palabras". Aunque para el escritor franc¨¦s le melancol¨ªa de Larra no resultaba enigm¨¢tica.Es m¨¢s, como buen profesor franc¨¦s, Quinet se la explicaba ficilmente. Tal melancol¨ªa respond¨ªa a la fusi¨®n en Larra de dos temperamentos, uno nuevo, del siglo XIX, y otro antiguo e hisp¨¢nico. Larra era, en la interpretaci¨®n de Quinet, un rom¨¢ntico wertheriano, fundido con un tradicional "espa?ol sombr¨ªo" ("ombrageux"). As¨ª, Quinet alud¨ªa a los amores desgraciados de Larra (sin mencionar a Dolores Armijo) e indicaba c¨®mo el rom¨¢ntico espa?ol exhib¨ªa sus heridas cada ma?ana. Mas para Quinet la causa del suicidio de Larra era un rasgo profundo, casi cong¨¦nito, de los espa?oles: el que Quinet denominaba "humor sombr¨ªo". Quinet utilizaba as¨ª un viejo t¨®pico franc¨¦s ("la sombr¨ªa gravedad castellana") para aplicarla al caso singular de Larra. Los espa?oles sol¨ªan jugar con la muerte y hasta llegaban a convidarla. Pero esas bromas f¨²nebres no sol¨ªan tener consecuencias. Larra es, en cambio, su primera v¨ªctima real. Y al serlo Larra ha dado una nota muy peculiarmente espa?ola: "El comentario ir¨®nico sobre la revoluci¨®n hecho por un revolucionario permanecer¨¢ como uno de los rasgos del car¨¢cter nacional en una crisis de pasi¨®n". La melancol¨ªa del wertheriano Larra es, as¨ª, para Quinet, una manifestaci¨®n rom¨¢ntica de la "sombr¨ªa gravedad castellana", ahora aplicada al liberalismo.
Un lector ultramarino de Quinet (o m¨¢s precisamente de su traducci¨®n y comentario de Herder) dio, ya en 1837, al suicidio de Larra un significado muy distinto al del escritor franc¨¦s: "F¨ªgaro se ha suicidado no por una mujer, sino por Espa?a". Quer¨ªa, as¨ª, Juan Bautista Alberdi elevar la figura de Larra a paradigma del intelectual pol¨ªtico hisp¨¢nico. De ah¨ª que ¨¦l y sus amigos rindieran homenaje a Larra en la reuni¨®n constitutiva (jumo de 1837) de la que se llamar¨ªa a s¨ª misma "Nueva Generaci¨®n" o "Joven Argentina". Es m¨¢s, Alberdi utiliz¨® el seud¨®nimo de Figarillo para acentuar su admiraci¨®n por Larra. Para aquella excepcional generaci¨®n argentina (la llamada de 1837) era Larra una promesa de futuro, ya que lo ve¨ªan como "el espa?ol que se hab¨ªa liberado de lo espa?ol". Mas ?lo sent¨ªa as¨ª el mismo Larra? Muchos lectores de Larra habr¨¢n reparado en las ¨²ltimas l¨ªneas del art¨ªculo suyo m¨¢s divulgado por las antolog¨ªas escolares, Vuelva usted ma?ana. Larra abandona ah¨ª la actitud de los intelectuales cr¨ªticos de la sociedad espa?ola al descubrir en s¨ª mismo, los yerros que condena en los demas. Porque hasta entonces el intelectual espa?ol sol¨ªa censideriarse espectador de los males que padecia la sociedad por ¨¦l criticada, convirti¨¦ndose en un "extranjero en su patria". En cambio, Larra se sabe inmerso en la forma de vda espa?ola: "?Es la pereza de imaginaci¨®n o de raciocinio que nos impide investigar la verdadera raz¨®n de cu¨¢nto nos sucede,cada uno la lusi¨®n de no creerse c¨®mplice de un mal cuya responsabilidad descarga sobre el estado general del pa¨ªs?".
Y no ser¨ªa arbitrariedad mantener que con Larra empieza una nueva ¨¦poca en la historia intelectual iberoamericana (en su ampl¨ªo y recto sentido), pues en ¨¦l se da, por vez primera, la percepci¨®n del enlace profundo entre la persona individual y la forma de vida nacional. Mas el descubrimiento de Larra queda empa?ado por una gran melancol¨ªa: "No tard¨® en cubrir mi frente una nube de melancol¨ªa, pero de aquellas melancol¨ªas de que s¨®lo un liberal espa?ol en estas circunstancias puede formarse una idea aproximada" (El d¨ªa de difuntos de 1836). Ya que Larra, liberal espa?ol, se ve a s¨ª mismo derrotado de antemano por el sino de su pueblo. Un liberal en el poder se comporta como sus adversarios: "Tomar¨¢s el l¨¢tigo y azotar¨¢s como te han azotado".
Sin olvidar, por supuesto, que la melancol¨ªa de Larra ten¨ªa tambi¨¦n una ra¨ªz estrictamente pol¨ªtica. Porque compart¨ªa las lamentaciones del gran economista ?lvaro Fl¨®rez Estrada, expresadas en un l¨²cido ensayo de El espa?ol (febrero de 1836): "?Malograr¨¢ nuestro Gobierno la oportunidad, rara y sin igual, de regenerar Espa?a?". Oportunidad que, en sustancia, equival¨ªa, seg¨²n Fl¨®rez Estrada, a mejorar la suerte de la desgraciada clase proletaria, desatendida en todas las ¨¦pocas y por todos los gobiernos". Mas, en contraste con Fl¨®rez Estrada (para quien no hab¨ªa dudas sobre los responsables de la situaci¨®n espa?ola), Larra "internalizaba" los males de Espa?a y se sent¨ªa abrumado al decir sarc¨¢sticamente que los liberales pod¨ªan estar contentos "de haber hecho las cosas a medias, cuando hubo coyunturas de hacerlas por entero".En los a?os iniciales de la guerra fr¨ªa un eminente catedr¨¢tico de Harvard y muy notorio liberal-progresista (a quien tildaban de comunistoide los siniestros inquisidores pol¨ªticos de aquellos a?os) de suicidio tras regresar de un viaje a Checoslovaquia. "No se si mato por el estado de mi pa¨ªs o por mi propio estado de ¨¢nimo", as¨ª rrzaba la despedida del profesor Mathiessen. Me pareci¨®, al conocerla, que Larra tambi¨¦n hubiera podido suscribirla, aunque acentuando m¨¢s el peso de las circunstanc¨ªas espa?olas (como hab¨ªa indicado Alberdi). Un gran escritor argentino se?alaba que en muchos intelectuales de su patria eran inseparables la relojer¨ªa ¨ªntima" y "la relojeria de la patria". Palabras que se pueden aplicar a Larra, ya que es, en verdad, el paradigma inicial de la introspecci¨®n colectiva hip¨¢nica: Sarmiento, Ganivet, Unamuno, Ortega, el mismo Mallea, Mart¨ªnez Estrada, Octavio Paz tienen, en mayor o menor grado, a Larra como punto de partida. Recordemos, entre otros datos, que podr¨ªan enumerarse ahora, c¨®mo Ortega escogi¨® un retrato de Larra para presidir el despacho del semanario Espa?a, por ¨¦l fundado e inicialmente dirigido (1915-1916).
La melancol¨ªa liberal de Larra dio a su figura rom¨¢ntica una singular significaci¨®n transnacional permanente en el mundo de lengua espa?ola. Honrar hoy su memoria no es, sin embargo, un gesto de melancol¨ªa retrospectiva, porque las actuales circunstancias sociales y pol¨ªticas de muchos pa¨ªses hisp¨¢nicos dan a la voz de Larra una fuerte actualidad.
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