Escrutadores de un escrutador
El plaf¨®n de Luca Giordano (y no de Giordano Bruno, por favor, como declar¨® extasiado uno de los asistentes) que cubre la sala donde se re¨²ne el coloquio internacional de estudios sobre la obra de Italo Calvino no pod¨ªa representar mejor la ficci¨®n del gran escritor italiano desaparecido en septiembre de 1985.En el espejo
Ni el plaf¨®n, con su mitolog¨ªa macarr¨®nica en que entre un naufragio de utiler¨ªa y carros de la aurora que parecen atravesar tifones se pasean faunos y guerreros que no son m¨¢s que armaduras vac¨ªas. Ni el plaf¨®n, ni sobre todo los fabulosos espejos pintados, arrogancia del barroco toscano, que incluyen al espectador en lo representado, en la pintura. Uno de estos espejos, para llover sobre lo mojado o mejor dicho rizar el rizo de lo tautol¨®gico, es puramente calviniano, ya que representa a dos angelotes robustos que, con una gracia algo amanerada, levantan en el aire precisamente... otro espejo. Los espectadores reflejados son en este caso atildados profesores oto?ales reci¨¦n llegados por ejemplo de Sidney.
Estas alegor¨ªas avant la lettre (datan del siglo XVII) resumen casi sin residuos la obra de Italo Calvino. Los estudiosos (Celati, Del Giudice, Fortini, Malerba, Manganelli y los franceses Jacqueline Risset, Fran?ois Wahl y Mario Fusco, adem¨¢s de Panpalon?, Roscioni, Falafchi, Nava), como es natural, abordar¨¢n la obra desde un ¨¢ngulo mucho m¨¢s performance como no debe de decirse en castellano, por ejemplo, desde el punto de vista de la ¨®ptica. As¨ª lo hace Ruggero Pierantoni partiendo de que Calvino es ante todo un iluminador, alguien que como los maestros holandeses del siglo XVII utiliza una c¨¢mara oscura del lenguaje. Se basa en el recorrido visual que va desde La giornata di uno scrutalore hasta Palomar, cuyo personaje y no por azar, se llama como un observatorio.
Calvino no lo olvidemos, era hijo de bot¨¢nicos, adoraba los microscopios y los telescopios y llev¨® esa pasi¨®n hasta la de las paradojas visuales, como la obra de Efcher que situ¨® como emblema de la suya. Es una l¨¢stima que en esta breve nota yo no pueda relacionar algunas de las Cosmic¨®micas con la obra de Efcher y por ende... con la de Goedel y la de Bach, discreta alusi¨®n a Hoffstadter. Los profesores locales privilegian sistem¨¢ticamente al joven Calvino, sin duda por motivos pol¨ªticos y porque pertenecen a la generaci¨®n cositetta del compromiso, en detrimento del Calvino posterior, puramente fant¨¢stico y borgesco.
Otro punto de vista que merece atenci¨®n en la elucidaci¨®n en las m¨²ltiples facetas de Italo Calvino (desde su colaboraci¨®n en la Prensa del partido, en 1946, su paso por el neorrealismo, por el trabajo editorial, hasta sus canciones, sus jocosos retru¨¦canos y sus libretos de ¨®peras) es su participaci¨®n en el Ulipo, ese taller de literatura potencial creado por Queneau que Calvino tradujo al italiano y que con sus c¨®digos impuestos y sus reglas para suscitar la inspiraci¨®n marc¨® a menudo su obra, aunque menos que el Nouveau Roman franc¨¦s, relaci¨®n que Mario Fusco analiza en su ponencia.
Fran?ois Wahl hablar¨¢ de la escritura de Calvino frente al paisaje. Actitud doble: por una parte, se trata de la mirada de un fenomen¨®logo; por otra parte, la interpretaci¨®n de un fil¨®sofo, aunque el problema esencial puede resumirse en esta pregunta: ?un paisaje es algo que "est¨¢ por escribir" en la conciencia de quien lo percibe, o es algo que "ya est¨¢ y desde siempre ha estado escrito"?. En fin, se sube a la sala Luca Giordano por un ascensor min¨²sculo de aluminio, inestable y chirri¨®n. Un micr¨®fono algo fa?oso difunde las ponencias pero (nueva alegor¨ªa calviniana), minuciosas c¨¢maras de televisi¨®n repercuten esa afiebrada ret¨®rica en m¨²ltiples salones, donde la absorben y memorizan se?oras vestidas con pieles algo gastadas, seguramente princesas de algunos de los m¨²ltiples avatares her¨¢ldicos de este pa¨ªs, o bien estudiantes neo-algo, entre Mao y el pospunk.
Olvid¨¦ lo esencial y, sobre todo, para alguien que como Calvino gustaba de las ciudades ideales como por ejemplo la pintada por Piero della Francesca, y hasta las ciudades invisibles que describi¨® con la meticulosidad de un urbanista mani¨¢tico: Florencia est¨¢ completamente vac¨ªa. Es decir, que si una noche de invierno un viajero llega como yo a cumplir 50 a?os en ella y a recordar la obra de un gran amigo, no puede m¨¢s que llorar de emoci¨®n est¨¦tica, a menos que no adopte la actitud de Andy Warhol, quien declar¨® perentoriamente que "McDonalds es lo m¨¢s bello que hay en Florencia. / McDonalds es tambi¨¦n lo m¨¢s bello que hay en Par¨ªs. / Ni Pek¨ªn ni Mosc¨² tienen todav¨ªa nada bello".
Arena
Qu¨¦ imagen quedar¨¢ de Italo Calvino. Sin duda la de un escritor como los verdaderos, particular y at¨ªpico. Uno de los raros en haber utilizado todos los registros del lenguaje con sus colores y sus texturas. Su ¨²ltimo libr¨® traducido al franc¨¦s se llama Colecci¨®n de arena y el personaje que lo inspir¨® es m¨¢s que revelador: eso es el lenguaje calviniano, todo hecho de estratos, de granos, de fluidez. Pero arena m¨¢s que las otras, sobre todo la del discurso cient¨ªfico. No se trata, hay que insistir en ello, de ninguna de las odiosas variantes de la ciencia ficci¨®n; no, se trata de ciencia transformada en escritura. Arena tambi¨¦n semiol¨®gica: la del lenguaje que habla de s¨ª mismo, la que analiza el propio lenguaje. Arena sobre todo, la del tiempo. El tiempo que pasa en un reloj vigilante, esc¨¦ptico, algo ir¨®nico. Como la mirada de Italo en las fotos que hoy tapizan la ciudad.
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