S¨ªmbolos y l¨ªderes
Europa no se ve y por eso no llega a entusiasmar. La vida comunitaria tiene quiz¨¢ dos carencias fundamentales para que el ciudadano la identifique: unos s¨ªmbolos con carga pol¨ªtica e hist¨®rica y unos l¨ªderes.Es verdad que recientemente la Comunidad Europea (CE) decidi¨® dotarse, al fin, de una bandera. Para ello, y tras largos a?os de debates, eligi¨® una que ya exist¨ªa, la del Consejo de Europa, con 12 estrellas amarillas sobre fondo azul.
La coincidencia del n¨²mero de estrellas con el n¨²mero de miembros de la CE es pura casualidad. Y los comunitarios malgastaron dos a?os en decidir si, por sus puntas, las estrellas deb¨ªan estar orientadas hacia el centro o hacia afuera. Al final predomin¨® esta ¨²ltima tesis.
La CE tambi¨¦n se ha dotado de un himno, la Oda a la Alegr¨ªa, de la Novena sinfon¨ªa de Beethoven. Cabe dudar si al o¨ªr esta m¨²sica los ciudadanos de los doce piensan m¨¢s en Europa que en Beethoven u otros recuerdos. A los s¨ªmbolos europeos les falta carga hist¨®rica. "La gente no tiene con qu¨¦ identificarse", se?alan comunitarios de larga vida.
Si algo caracteriza a la vida comunitaria es la falta de l¨ªderes a escala europea o con potencial para serlo y para ayudar a despertar el entusiasmo por la idea europea entre los ciudadanos, y especialmente entre las j¨®venes generaciones. Para ello se necesitar¨ªan l¨ªderes en activo, y no dinosaurios pol¨ªtico, como un Helmut Schmidt o un Val¨¦ry Giscard d'Estaing. El actual presidente franc¨¦s, Fran?ois Mitterrand, aspir¨® a serlo. Pero la cohabitaci¨®n parece haberlo frenado.
Entre los actuales candidatos al liderazgo -que no significa presidir nada, sino personalizar una cierta idea de Europa-, diversas fuentes espa?olas y comunitarias citan al presidente del Gobierno espa?ol, Felipe Gonz¨¢lez -con la evidente limitaci¨®n de la corta experiencia espa?ola en la Comunidad-, o al primer ministro holandes, Ruud Lubbers. Pero los l¨ªderes de pa¨ªses peque?os o medianos no pueden tirar de Europa.
Entre los ruidos de esta Comunidad figura muy especialmente el Parlamento Europeo. En un momento de bajo europe¨ªsmo, pero para relanzar la imagen de Europa, se decidi¨® su elecci¨®n por sufragio universal. Estos comicios son una suma de elecciones nacionales en las que la idea de Europa cuenta para poco.
Los debates en Espa?a sobre la ley electoral reflejan esto. Y el sufragio universal ha causado frustraci¨®n entre los eurodiputados. Se sienten investidos por la soberan¨ªa popular, pero sin poderes y sin margen de maniobra. El poder legislativo est¨¢ en manos del Consejo de Ministros.
En los comicios europeos falta un objetivo. No se elige a ning¨²n Gobierno, pues la CE no lo tienen, sino que funciona como un colectivo de Gobiernos y una Comisi¨®n, ejecutiva y gestora. Y sin embargo, estas elecciones podr¨ªan servir para catalizar una mayor integraci¨®n que cada vez m¨¢s gente reclama. Claro que a estos comicios no se suelen presentar las grandes figuras de peso en la pol¨ªtica nacional de los pa¨ªses miembros. La falta de inter¨¦s se refleja en el alto grado de abstenci¨®n que alcanz¨® un 40% de promedio en los diez en 1984.
Para que Europa se vea es importante que exista lo que se viene a llamar la Europa de los ciudadanos. Las fronteras han desparecido pr¨¢cticamente entre los tres pa¨ªses del Benelux y en algunos otros lugares, pero siguen siendo la realidad cotidiana en la CE que no deja verse sino a trav¨¦s de sus monta?as de mantequilla. El pasaporte europeo es s¨®lo un color y, una forma. Los pasaportes siguen siendo nacionales.
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