Morir o no morir
Los ataques al coraz¨®n matar¨¢n este a?o a medio mill¨®n de americanos, casi 200.000 brit¨¢nicos, 130.000 alemanes y cientos de miles de ciudadanos occidentales. Millones de personas caer¨¢n v¨ªctimas de c¨¢ncer, apoplej¨ªa, neumon¨ªa o SIDA, de accidentes de tr¨¢fico, naufragios, terrorismo o un rayo. Realmente es tremendo, deber¨ªa hacerse algo.Por cada dolencia que pueda matarnos hay un grupo de presi¨®n, un presupuesto, una pol¨ªtica gubernamental, a menudo una burocracia internacional, todo ello con el fin de reducir el n¨²mero de muertes originadas por la dolencia en cuesti¨®n. Si se condenan todas esas muertes, ?cu¨¢l se aprueba?
La ¨²nica muerte que parece ser siempre bien venida es aquella que alivia la agon¨ªa y el incesante sufrimiento. ?Qu¨¦ deber¨ªa hacer la gente que desea evitarlo? No se moleste usted en preguntar a los Gobiernos, que tienen una pol¨ªtica para mantenerle vivo, pero no para ayudarle a morir. Dir¨¢n a los ciudadanos que no fumen, que no coman bollos con crema, que no conduzcan sin cinturones de seguridad. Efectivamente, desplegar¨¢n advertencias sanitarias contra cualquier posible asesino, excepto la ¨²nica cosa que es invariablemente fatal: la vida en s¨ª misma.
Una pol¨ªtica sanitaria deber¨ªa reconocer la mortalidad. Los Gobiernos pueden seguir fomentando la salud y tratar de evitar el sufrimiento. Pero pronto ser¨¢ hora de que reconozcan el concepto de la muerte deseable.
, 12 de abril
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