Apocal¨ªpticos e integrados de la modernidad
A juzgar por la progresiva polarizaci¨®n de las posturas cr¨ªticas antag¨®nicas respecto al valor atribuible al arte de la presente d¨¦cada, vagamente etiquetado como posmoderno o posvanguardista, no se puede evitar el recuerdo de aquellas categor¨ªas que inventara, Umberto Eco, ahora hace unos 20 a?os, en plenos a?os sesenta, para definir las posturas que entonces se enfrentaban a favor o en contra de la cultura de masas. Con su caracter¨ªstica y eficaz iron¨ªa, Eco dividi¨® a los respectivos contendientes en apocalipticos e integrados, seg¨²n estuvieran obsesivamente centrados en el disentimiento o en el asentimiento absolutos de la realidad establecida.Pero m¨¢s all¨¢ que esta gr¨¢fica etiquetaci¨®n de actitudes extremas, el c¨¦lebre escritor y te¨®rico italiano apuntaba muy agudamente la complementariedad de las mismas. "En tal caso", conclu¨ªa, "la f¨®rmula apocal¨ªpticos e integrados no plantear¨ªa la oposici¨®n entre dos actitudes (y ambos t¨¦rminos no tendr¨ªan valor sustantivo), sino la predicaci¨®n de dos adjetivos complementarios, adaptables a los mismos productores de una cr¨ªtica popular de la cultura popuIar".
Soy consciente de la extrapolaci¨®n que hay al trasladar unas caracterizaciones pensadas en los sesenta para un debate espec¨ªfico de aquel momento, mas bo puedo evitar hacerlo al comprobar, en efecto, el cariz de cerrado antagonismo que se est¨¢ produciendo en la cr¨ªtica del arte actual. Tras unos a?os de aton¨ªa y perplejidad generalizados, en los que hemos visto languidecer hasta el ostracismo a los heraldos del vanguardismo m¨¢s duro de los a?os setenta, justo cuando se iban extendiendo triunfalmente las posturas art¨ªsticas m¨¢s detestadas por ellos, parece que, de nuevo, renace la polarizaci¨®n pol¨¦mica, esta vez encarnada por quienes, en el nombre sacrosanto del esp¨ªritu moderno y vanguardista, denuncian apocal¨ªpticamente el triunfo art¨ªstico del mal; esto es: la corrupci¨®n del gusto social a instancias de un arte mediocre y conservador.
Adem¨¢s, est¨¢ propiciado, claro, por los m¨¢s turbios intereses comerciales y, en el lado opuesto, por quienes en el nombre de la no menos sacrosanta ley del presente -lo que hoy significa lo nuevo y la moda- anuncian una era -posmoderna o posvanguardista- en la que hipot¨¦ticamente desaparecer¨¢n los falsos criterios restrictivos que encarrilaban estereotipadamente el desarrollo del arte, impidiendo el libre deselvolvimiento de una pluralidad de opciones, cuya riqueza es, en todo caso, el mejor legado de una concepci¨®n de lo moderno definitivamente libre de imposiciones unilaterales.
Polarizaciones cr¨ªticas
En realidad, si ampliamos nuestra mirada retrospectiva, incluyendo dentro de ella lo acaecido en arte durante los dos ¨²ltimos siglos, verificaremos que, pr¨¢cticamente desde los mismos origenes de la ¨¦poca contempor¨¢nea, se han ido repitiendo estas mismas polarizaciones cr¨ªticas respecto a todas y cada una de las opciones estil¨ªsticas existentes simult¨¢neamente en cada momento y, lo que es m¨¢s curioso, produci¨¦ndose siempre no s¨®lo los mismos modelos antag¨®nicos que ahora, sino tambi¨¦n con su mismo car¨¢cter intercambiable.
As¨ª como el integrado acad¨¦mico de anta?o anunciaba el apocalipsis de la vanguardia, cuyos representantes no eran sino artistas incapaces que trataban de disimular su falta de talento acudiendo a la provocaci¨®n y la sorpresa para el regocijo de los snobs y el enriquecimiento de oportunistas y desaprensivos mercaderes, el apocal¨ªptico defensor actual de unos valores vanguardistas, socialmente integrados, ve por doquier signos conspirativos de la m¨¢s negra reacci¨®n art¨ªstica, manipulada en la sombra por los espurios intereses del mercado.
Por de pronto hay algo en lo que todos coinciden, sean acad¨¦micos o vanguardistas, retropompieristas o posmodemos, y es en las mutuas descalificaciones por la eventual rentabilidad econ¨®mica de- sus respectivos productos. Y, hoy por hoy, ?qui¨¦n osar¨ªa arrebatarles la raz¨®n cuando todos ellos, fueran como fueran, han resultado en alg¨²n momento valores econ¨®micos altamente cotizables, tanto en el diario mercado de cambio como en el m¨¢s estable del patr¨®n-oro que atesoran los museos, a los que ya les da igual avalar el arte del pasado o el del presente, lo acad¨¦mico o lo vanguardista, lo moderno o lo posmoderno?
A estas alturas, no sin esa melancol¨ªa que se produce inevitablemente al contemplar, desde cierta perspectiva, la historia, creo que la polarizaci¨®n entre los apocal¨ªpticos e integrados, fatalmente repetida a lo largo de todo el desarrollo del arte moderno, es hoy de nuevo la consecuencia, por una parte, de una muy humana afici¨®n por lo gen¨¦rico, mientras que, por otra, es el resultado de una cultura -y un arteesencialmente temporalizados; es decir: marcados por la sucesi¨®n compulsiva de las novedades, las actualidades, las modas, los presentes continuamente diversos, etc¨¦tera; en una palabra, por ¨¦stas o cualquiera de las otras maneras que tiene de mostrarse lo moderno, cuya significaci¨®n etimol¨®gica no es, como es sabido, sino no hecho, al modo de hoy, un contenedor vac¨ªo s¨®lo habitado por el transcurso del tiempo. Esta es la ¨²nica deidad residual en la sociedad secularizada que se autocalifica como progresista o retardaria, dos categor¨ªas, al fin y al cabo, temporales.
No s¨¦ si todas estas divagaciones habr¨¢n conseguido transmitir c¨®mo un mismo destino inapelablemente moderno se ense?orea tambi¨¦n sobre la sociedad y, por tanto, la cultura y el arte, denominados posmodernos, los males pueden haber reaccionado, sin embargo, frente a determinadas concepciones vanguardistas de la d¨¦cada anterior e incluso librarse de una interpretaci¨®n exclusivista y dominante de la idea misma de vanguardia. En cualquier caso, conviene no olvidar que esta ruptura con la concepci¨®n vanguardista anterior no se ha producido sino cuando ¨¦sta se estaba institucionalizando y, por consiguiente, comenzaba a no ser ya realmente una vanguardia, valga la redundancia, muy vanguardista.
Cifrar, por otra parte, la novedad escandalosa del llamado arte posmoderno de los ochenta en el eclecticismo o en el individualismo, como a veces se oye pregonar, es olvidarse de la continua recurrencia al pasado que ha caracterizado a toda la vanguardia hist¨®rica, ya fuera a trav¨¦s de t¨¦cnicas de collage, homenajes o perpendicularidades ir¨®nicas. El experimentalismo ruptur¨ªsta de la vanguardia militante, si no el inventor, s¨ª fue, por lo dem¨¢s, el principal promotor del estilo como desesperada, por ¨²nica, posibilidad de afirmaci¨®n individual, ya que ha sido el artista moderno el ¨²nico que ha necesitado distinguirse para existir.
Por ¨²ltimo, creo necesario asimismo advertir que el arte de los ochenta no se diferencia del de d¨¦cadas anteriores por no proveer ya una sucesi¨®n de estilos pautadamente renovables, del tipo de expresionismo abstracto, pop, op, hiperrealismo, minimalismo, conceptualismo..., sino porque existan o no tendencias, grupos o modas, carecen ya de la legitimaci¨®n social necesaria para convertirse en opciones ¨²nicas excluyentes. A ello ciertamente ha contribuido, en no poca medida, la cada vez mayor extensi¨®n del mercado del arte actual y la, a su vez, cada vez mayor extensi¨®n cuantitativa y cualitativa de la informaci¨®n que han dejado sin funci¨®n la estrategia de concentraci¨®n defensiva que necesitaron los pioneros de la vanguardia, aquellos que, aislados socialmente, s¨®lo pod¨ªan sobrevivir formando cohortes militares. Vanguardia es un t¨¦rmino de claro origen militar...
Envejecer
En un momento hist¨®rico que se caracteriza por la estabilizaci¨®n y el equilibrio, la sociedad se apresta como nunca a asumir el aburrimiento melanc¨®lico de no esperar otra emoci¨®n que la de envejecer, la de dejar transcurrir el tiempo (aburrido, seg¨²n Hegel, es lo infinitamente variable). En tal tesitura, que se muestra particularmente radiante en los pa¨ªses industrialmente avanzados, ?qu¨¦ cultura cabe esperar sino la del entretenimiento, la de la renovada organizaci¨®n de espect¨¢culos?
Una de las caracter¨ªsticas m¨¢s indiscutibles del arte de los ochenta, en el que presumiblemente no habr¨¢ peores creadores que en el pasado, sino, en todo caso, m¨¢s aspirantes a ello, ha sido la importancia otorgada a lo escenogr¨¢fico, un desplazamiento enf¨¢tico dirigido a primar los montajes sobre los contenidos, una revalorizaci¨®n de la teatralidad, del espect¨¢culo, en suma. Para ser un aut¨¦ntico apocal¨ªptico hoy d¨ªa no basta, pues, con denunciar la eventual decadencia de los romanos, sino demostrar fehacientemente que est¨¢n a las puertas de la ciudad los b¨¢rbaros. E incluso as¨ª, integradamente modernos, puede que nos ocurra como a esos romanos del poema de Kavafis que todas las tardes esperaban impacientes la llegada, siempre aplazada, de los b¨¢rbaros...
Babelia
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