La escasa voluntad europea
LAS RELACIONES de Espa?a con Europa se han convertido, desde nuestra integraci¨®n en la CE, en un problema decisivo que afecta a la entidad de Espa?a y al conjunto de sus ciudadanos. Por ello urge tomar conciencia, con la mayor amplitud, de esta nueva realidad, que ir¨¢ revolucionando, en medida creciente, nuestra manera de abordar los problemas pol¨ªticos, econ¨®micos y sociales. En ese orden, tiene particular trascendencia el Acta ¨²nica, que est¨¢ ya or¨ªentando la labor de la CE, aunque formalmente su entrada en vigor exige la decisi¨®n del refer¨¦ndum en Irlanda.Calificada de ¨²nica porque agrupa en un solo documento reformas en distintos campos, ese acta entra?a transformaciones profundas del Tratado de Roma, dotando a la Comunidad de unas metas y de un dinamismo nuevos. Con ello se abre un proceso de desarrollo y de mutaci¨®n y una etapa en la que las decisiones europeas van a influir cada vez m¨¢s en casi todas las esferas de la vida espa?ola.
Por un lado, el Acta ¨²nica eleva las cotas de supranacionalidad en el funcionamiento de la CE, lo que se traduce en que, en una serie de materias, los ¨®rganos europeos tornar¨¢n decisiones por mayor¨ªa. Al mismo tiempo, el papel del Parlamento se ampl¨ªa, y ello supone una tendencia a democratizar la Comunidad, si bien los pasos en tal sentido son todav¨ªa muy t¨ªmidos. Por otra parte, el Acta ¨²nica introduce la coordinaci¨®n de las pol¨ªticas exteriores de los Estados miembros como una tarea conjunta. Aunque es un terreno en el que desde los primeros pasos han surgido perspectivas que se perfilan para acuerdos de desarme hacen que sea a¨²n m¨¢s necesario que Europa sea capaz de definir y realizar una pol¨ªtica m¨¢s aut¨®noma en la escena mundial.
En el plano econ¨®mico, el Acta ¨²nica define como meta central el establecimiento, en 1992, de un mercado ¨²nico y la liquidaci¨®n, por tanto, de todas las barreras que a¨²n subsisten para la circulaci¨®n de mercanc¨ªas, capitales y personas. A la vez, establece como principio b¨¢sico de la pol¨ªtica comunitaria la cohesi¨®n, entendiendo por tal la disminuci¨®n de las diferencias existentes entre diferentes regiones de la CE. La coherencia entre estas dos metas es obvia: si no se aplicase la cohesi¨®n, el coste del avance hacia el mercado ¨²nico recaer¨ªa sobre los pa¨ªses menos ricos, como ha subrayado Felipe Gonz¨¢lez en su reciente discurso de'Lisboa. Hasta ahora, el camino seguido por la CE, con un presupuesto volcado a ayudar a las agriculturas de los pa¨ªses m¨¢s ricos, ha negado el principio de la cohesi¨®n. Por tanto, la aplicaci¨®n del Acta ¨²nica dar¨¢ lugar a enfrentamientos dial¨¦cticos serios para determinar la nueva orientaci¨®n de la Comunidad. Espa?a tiene un inter¨¦s vital en desempe?ar un papel eficaz para lograr que el principio de cohesi¨®n sea respetado y se plasme en decisiones que afectar¨¢n a los agricultores y a otros sectores de la econom¨ªa espa?ola.
Por otra parte, precisamente cuando Europa entra en una nueva etapa, revisten particular gravedad las debilidades que se acusan en el funcionamiento de nuestra representaci¨®n en Bruselas, tal como exponemos en este mismo n¨²mero del peri¨®dico. En vez de ir por el camino de la eficacia, de la competencia, de la coordinaci¨®n imprescindible para que las diversas negociaciones se articulen en una pol¨ªtica espa?ola dentro de la Comunidad, todo indica que est¨¢ ocurriendo lo contrario. Nuestro inter¨¦s por Europa no se demuestra hinchando desmesuradamente nuestra representaci¨®n. En no pocos casos, la cantidad es enem¨ªga de la calidad. Pero la improvisaci¨®n, la tendencia de varios ministerios a actuar por su cuenta, conducen a estas aglomeraciones negativas. Ser¨ªa conveniente que el decreto aprobado en el ¨²ltimo Consejo de Ministros sobre las representaciones espa?olas en el exterior ayude a poner coto a estos errores. Pero la soluci¨®n no depende s¨®lo de un texto; requiere sobre todo voluntad pol¨ªtica para mejorar sustancialmente el instrumento de un proyecto tan decisivo como es la unificaci¨®n de Europa.
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