La redada
Vivimos tiempos de eclecticismo ideol¨®gico en los partidos pol¨ªticos. El fen¨®meno no es nuevo ni exclusivo de Espa?a. La crisis en el pensamiento de la derecha se compensa con la crisis en el pensamiento de la izquierda. Y viceversa. De modo que todos contentos y con el manto del progresismo para encubrir desnudeces. As¨ª, se dice que existe una derecha progresista, un centro progresista y hasta, por primera vez no ideritificados, una izquierda progresista. Y con tanto progresismo en todo el arco pol¨ªtico la tarea identificadora comienza a ser una labor de aut¨¦nticos titanes. Lo que est¨¢ claro, y eso hasta puede que sea bueno, es que han ca¨ªdo los dogmas a un lado y otro de la antigua barrera que separaba la derecha de la izquierda. Lo que ya no lo est¨¢ tanto es que con los dogmas hayan ca¨ªdo otras muchas cosas. Las actitudes, por ejemplo que eran un baremo bastante fiable para distinguir pol¨ªticamente las churras de las merinas. Algo bastante parecido a lo que Felipe Gonz¨¢lez gustaba -de llamar talante, ante la vida y ante los fen¨®menos sociales Pues bien, a estas alturas, a veces, ya ni eso. La izquierda asume actitudes y talantes de la derecha (alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que estudiar despacio la influencia de la se?ora Thatcher en el modo de gobernar de pol¨ªticos muy alejados de sus par¨¢metros ideol¨®gicos) y, lo que es m¨¢s grave, se identifica con ellos. Hist¨®ricamente ha sido la izquierda quien ha tirado del carro de las reivindicaciones sociales y de los avances de las libertades No s¨®lo ella, pero s¨ª primordialmente. La derecha los recib¨ªa, primero resisti¨¦ndose y despu¨¦s con reticencia. Pero, al final, no ha tenido m¨¢s remedio que asumirlos. Lo que suele llamarse como derecha moderna, proceso que a trancas y barranca tambi¨¦n ha entrado en Espa?a, no es sino un largo proceso de adaptaci¨®n y de asimilaci¨®n de valores que, en principio, eran bandera exclusiva de la izquierda. Ni siquiera son necesarios los ejemplos ni ¨¦stos se circunscriben al ¨¢mbito de las luchas sociales.Ahora estamos en un momento donde se dir¨ªa que, despu¨¦s del trasvase ideol¨®gico con un saldo netamente favorable para la izquierda, la derecha consigue desquitarse imponiendo algunos usos y costumbre!, o sea, actitudes, que eran de su patrimonio. Un cierto concepto sacral de la autoridad, por ejemplo. Una visi¨®n del liderazgo pol¨ªtico que resalta y hace indiscutible la figura del jefe. La primac¨ªa de los valores individuales sobre los colectivos. El desprecio, o al menos el recelo, a la cr¨ªtica. La identificaci¨®n de las razones de los gobernantes con las razones de Estado, etc¨¦tera. Los ejemplos pod¨ªan multiplicarse, y en Espa?a especialmente, desde que el PSOE, en 1982, ocupa el poder.
Pongamos un caso para ilustrar lo anterior y muy de estos d¨ªas: la llamada operaci¨®n Primavera que desarrolla en varias ciudades espa?olas el Ministerio del Interior. Se trata, al parecer, de acabar con la facilidad con que en este pa¨ªs se vende y se compra droga. Facilidad bastante asombrosa y de incalculables y nefastas consecuencias especialmente entre la poblaci¨®n juvenil, ya sometida en Espa?a a otros azotes como el desempleo y la marginaci¨®n. El prop¨®sito gubernamental de acabar con tal estado de cosas era loable, y el clamor popular a su favor, importante. Espa?a no pod¨ªa seguir siendo uno de los para¨ªsos mundiales del comercio de droga. ?Pero por d¨®nde se empieza esa ingente labor? Pues nada m¨¢s y nada menos que por una redada, con las c¨¢maras de televisi¨®n y alguno ,avisados periodistas delante. Nadie ha aclarado hasta el momento cu¨¢l es el concepto de redada. De modo que resulta imprescindible acudir a c¨®mo se realiz¨® ¨¦sta en algunos lugares de la Villa y Corte. En Madrid, seg¨²n los sitios, se detuvieron personas por su aspecto africano (y a la orden de negros fuera y luego dentro), por su edad, y as¨ª los detenidos eran j¨®venes de 15 a 22 a?os y, en fin, para no ser exhaustivos, parece que el atuendo y las melenas fueron otros de los indicadores empleados para detectar concomitancia con la droga. ?Cu¨¢l fue entonces el criterio para la redada? ?La raza, la edad, el traje? No parece que ninguno de ellos sean senos en un Estado de derecho y, mucho menos, en un pa¨ªs gobernado por la izquierda. Tampoco parece que fuera el de la eficacia, ya que el porcentaje de los que pasaron a las c¨¢rceles, ni el alijo encontrado, justificaron tal despliegue. Ni la masiva detenci¨®n. En realidad, con un poco m¨¢s de tino y de informaci¨®n policiales se hubiera logrado lo mismo sin necesidad de llenar comisar¨ªas y juzgados con multitud de ciudadanos que esa noche, por el delito de tomar una cerveza en un bar o pasear por ciertas calles, tuvieron que esperar durante horas que se les identificase y poder probar as¨ª su inocencia. A?adir que entre los detenidos (entre los que, naturalmente, no faltaba un nombre famoso) hab¨ªa bastantes que eran consumidores de droga. Lo cual, en Espa?a, no est¨¢ penalizado. Es m¨¢s, en las campa?as electorales de la izquierda se dec¨ªa que a los consumidores de droga hab¨ªa que tratarlos como enfermos y no como delincuentes. Bonito modo de llevarlo a la pr¨¢ctica.
El problema es complejo. Pero esa complejidad no puede ser el ¨¢rbol que impida ver el bosque de la realidad. Una redada es un medio m¨¢s que discutible para acabar con el problema de la droga, y mucho m¨¢s desde el punto de vista ¨¦tico-jur¨ªdico. Sobre todo si, adem¨¢s, se pone en el contexto de clamorosa desatenci¨®n a los aspectos preventivos o curativos del uso de las drogas que se hace en Espa?a, donde llevamos a?os sin que se den pasos, ni presupuestos, significativos en este terreno. Y donde los grandes comerciantes, y sus infiltrados c¨®mplices y ramificaciones, nunca llegan a ser descubiertos. Confundir a ¨¦stos con los camellos que venden chocolate o dos o tres papelas de coca¨ªna es un ejercicio de flagrante hipocres¨ªa social. Una actitud, por cierto, propia de la derecha en cuestiones como las del aborto y la familia, y que ahora la izquierda asume sin la m¨¢s m¨ªnima mala conciencia (*). Por el contrario, se esgrime como un ¨¦xito ante una opini¨®n p¨²blica angustiada por la magnitud del problema, pero desinformada y manipulada. O aqu¨ª se han anquilosado demasiadas sensibilidades para aceptar sin m¨¢s que una redada es un m¨¦todo admisible en un sistema, y con un Gobierno, que aspira a profundizar en las libertades ciudadanas, o lo que se est¨¢ buscando es el aplauso, y quiz¨¢ los votos, de una derecha que juega con el miedo, como ha jugado siempre, para no enfrentarse con las aut¨¦nticas ra¨ªces de un problema que no es primordialmente de orden p¨²blico, sino de estructura social. ?Qu¨¦ lejos estamos de aquel PSOE que aspiraba a tener en Espa?a una legislaci¨®n de las m¨¢s avanzadas del mundo en esta materia y cuyos dirigentes no ocultaban que, de cuando en cuando, hab¨ªan fumado porros!
En eso estamos, pues. Asumiendo el concepto de redada. Menos mal que, pocos d¨ªas despu¨¦s, Alfonso Guerra nos aclar¨® en qu¨¦ hab¨ªa consistido el cambio. Ya terminado, por cierto. Un cambio que ni entraba ni sal¨ªa en los comportamientos ni ensanchaba las libertades. Un cambio ampliado a las estratosferas de lo superestructural y que no llegaba a esa letra peque?a con que los gobernantes definen su talante ante la problem¨¢tica social y sus verdaderas causas. Y que antes serv¨ªa para identificarlos. Las encuestas, me dicen, aplauden en un 85% de la ciudadan¨ªa la actuaci¨®n gubernamental en la llamada Operaci¨®n Primavera. La mayor¨ªa siempre tiene raz¨®n. Pero perm¨ªtasenos a unos cuantos decir que la redada no nos parece un m¨¦todo ni adecuado, ni admisible, ni eficaz para atajar el consumo de droga en Espa?a. Ni tampoco consecuente con aquel eslogan, olvidado, de octubre de 1982, que dec¨ªa Por el cambio.
*A juzgar por el espeso silencio (con tres excepciones: Jueces para la Democracia, Pablo Castellano y algunos, pocos, medios de comunicaci¨®n) con que se ha recibido la Operaci¨®n Primavera.
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