La dificultad de bautizar a los escritores
P. S. Se trata de un grupo de escritores tan distintos que los nombres que les agrupan son tambi¨¦n variados, y hasta contradictorios. La cr¨ªtica m¨¢s acad¨¦mica los engloba en la generaci¨®n del 50, o del medio siglo, mas a muchos no les gusta la palabra generaci¨®n y prefieren grupo. Tambi¨¦n se ha dicho que son los escritores que eran ni?os cuando la guerra, o que constituyen la generaci¨®n de la experiencia o del conocimiento. Otros la han bautizado la generaci¨®n et¨ªlica, la de la ginebra y de las putas y tambi¨¦n la de los abajo firmantes, por los muchos manifiestos que firmaron cuando la dictadura.
"Todos ellos se hicieron hombres a lo largo de la interminable paz que se abati¨® sobre su pa¨ªs", dice de ellos Juan Garc¨ªa Hortelano en el pr¨®logo a El grupo po¨¦tico de los a?os cincuenta, una antolog¨ªa entre las muchas posibles, subraya el autor a este peri¨®dico.
Urge aclarar que la generaci¨®n del 50 puede englobar poes¨ªa y tambi¨¦n prosa, y que algunos de sus miembros, como el editor Carlos Barral o Josep Maria Castellet, autor de una antolog¨ªa de importancia, participan del grupo por sus escritos y por su trabajo pionero de edici¨®n.
Aunque parece que los poetas van haci¨¦ndose con el nombre, los novelistas tuvieron importancia, y no poca, para definir a la generaci¨®n. Y no s¨®lo, como es el caso de Garc¨ªa Hortelano, por haber escrito sobre ella -y eso que Garc¨ªa Hortelano teme el momento en que los creadores comienzan a teorizar- o por haber creado Echarse las pecas a la espalda (Hiperi¨®n), poemario lleno de humor ya casi inencontrable.
La importancia tampoco viene de que sea un novelista el ¨²nico de ascendencia proletaria que puede considerarse miembro del grupo, y ¨¦sta no es ret¨®rica de asamblea. Como "nuestro escritor proletario" era presentado por sus compa?eros Juan Mars¨¦, autor de ¨²ltimas tardes con Teresa (libro importante en la cronolog¨ªa de la generaci¨®n) y otras sobresalientes entradas en la imprecisa tierra en la que se encuentran y mezclan las clases. En el grupo se cumple el viejo prejuicio de que los escritores nacen en las clases medias.
La guerra como juguete
El peso de los novelistas proviene de sus nombres. En la generaci¨®n del 50 caben, salvo matices acad¨¦micos, Rafael S¨¢nchez Ferlosio, Ana Mar¨ªa Matute, Luis Mart¨ªn Santos, Carmen Laforet, Ignacio Aldecoa, Juan Garc¨ªa Hortelano, Carmen Mart¨ªn Gaite y otros, adem¨¢s de los tres Goytisolo, Juan Benet y parte de Jorge Sempr¨²n. Poco m¨¢s o menos, los novelistas de importancia durante los a?os centrales del franquismo.
Los cr¨ªticos y otros amantes de etiquetas se han enredado m¨¢s que otras veces en el intento de definir a ¨¦sta, hasta el punto de que muchos insisten sobre todo en las se?as sociol¨®gicas. Uno de los nombres, generaci¨®n de los ni?os de la guerra, viene de ah¨ª. "La guerra no es un juguete que le desee a nadie", dijo Garc¨ªa Hortelano a este peri¨®dico, "pero es a la vez una aventura maravillosa y horrorosa: a los siete a?os, educarse en la calle es una maravilla". Esa es pues otra l¨ªnea del perfil borroso, al menos de los poetas: fueron ni?os en la retaguardia de una guerra.
Evidente es tambi¨¦n su alineamiento en la oposici¨®n interior a la dictadura, aunque rara vez ese compromiso se traduzca en otra acci¨®n que la de firmar manifiestos, con las excepciones de Luis Mart¨ªn Santos, socialista con carn¨¦, y Jorge Sempr¨²n, Pimpinela Escarlata del partido comunista. Por entonces recuerda la hispanista Shirley Mangini, profesora en la universidad de Yale-, Sempr¨²n tan s¨®lo anunciaba que alg¨²n d¨ªa escribir¨ªa novelas, pero a nadie se le ocurr¨ªa que Federico S¨¢nchez -alias del entonces dirigente comunista, "y el ¨²nico que se la jugaba"- hablase en serio. Uno de ellos sufri¨® c¨¢rcel, Carlos ?lvarez, lo que motiv¨® elogios a su obra que no han resistido el tiempo.
Obvio es su malestar pol¨ªtico original hasta el punto de que, seg¨²n Mangini, no es posible entender la ¨¦poca sin leer la obra literaria que produjo, en ocasiones bajo la inocente apariencia de una novela como El Jarama, que refleja el aire enrarecido de la ¨¦poca. El mundo tranquilo tambi¨¦n de una clase media-alta sin problemas, que provoc¨® cierta mala conciencia, al menos durante una ¨¦poca, y que podr¨ªa ser otro de los rasgos comunes. Rastro de ello se lee en el poema En el nombre de hoy, de Jaime Gil de Biedma (1959): "( ... ) a vosotros pecadores como yo, que me averg¨¹enzo de los palos que no me han dado, /se?oritos de nacimiento por mala conciencia es critores de poes¨ªa social ( ... )".
Ahora bien -apunta Francisco Brines-, la poes¨ªa del grupo no es la social, de trinchera, con la que Blas de Otero y Gabriel Celaya hab¨ªan combatido el r¨¦gimen durante los a?os anteriores. No es una poes¨ªa de protesta, sino m¨¢s bien de cr¨ªtica. As¨ª, por ejemplo, los poemarios Salmos al viento, de Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo; Compa?eros de viaje, de Jaime Gil de Biedma; Sin esperanza, con convencimiento, de Angel Gonz¨¢lez, y 19 figuras de mi historia civil, de Carlos Barral. Era una postura moral m¨¢s influida por el existencialismo que por el marxismo, dice Garc¨ªa Hortelano. "Es m¨¢s ameno Sartre que Marx", dice.
Autodidactos
Amigos entre s¨ª, eso les diferenciar¨ªa tambi¨¦n de otros grupos. Con independencia de fiestas en las que no era raro encontrar al lechero, y de ah¨ª lo de generaci¨®n et¨ªlica (Garc¨ªa Hortelano ha narrado en clave muchas de estas fiestas), dos encuentros tuvieron m¨¢s importancia que otros, al menos para las cronolog¨ªas acad¨¦micas: un homenaje a Antonio Machado en Colliure, y el crecimiento del grupo en torno a la colecci¨®n de poes¨ªa del mismo nombre. Tambi¨¦n, la revista Laye y un encuentro hace dos a?os en Granada.
Edad, influencia del existencialismo, circunstancias hist¨®ricas... Otro rasgo para perfilar este retrato de grupo ser¨ªa la pasi¨®n por la cultura que suelen padecer los autodidactos, apunta Garc¨ªa Hortelano. "La desculturizaci¨®n de Espa?a en la d¨¦cada de los cuarenta no admite comparaci¨®n con la prol¨ªfica producci¨®n cultural de los dem¨¢s pa¨ªses de Europa y Norteam¨¦rica", dice Shirley Mangini en su reciente y esclarecedor ensayo Rojos y rebeldes, la cultura de la disidencia durante el franquismo (Anthropos).
Habitantes de lo que es quiz¨¢ t¨®pico pero no met¨¢fora llamar desierto cultural, estos escritores fueron conscientes de sus limitaciones, buscaron la salida en las trastiendas de libreros con coraje, pero hubieron de esperar para viajar en busca de aire.
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